El Parlamento Catalán acaba de aprobar una ley por la cual prohiben las corridas de toros en Cataluña, o al menos eso he leído. Muchos se han alegrado, pero a mí no me parece nada bien. Considero un grave error prohibir las corridas del toros. Y no, no voy a dar razones de "es que es un arte" o "es que es una tradición" ni nada de eso. Las razones que voy a dar son, creo yo, de sentido común.
Para empezar, esa ley deja sin trabajo a miles de personas, y estamos en crisis. A mí personalmente me importan mucho más las familias de los trabajadores que se quedan en el paro que la vida de unos animales a los que si no se les mata en una plaza, se les matará en un matadero (y con el agravante de que en los mataderos es imposible que se ganen el indulto, cosa que a veces sí sucede en las plazas).
Prohibir los toros no sirve para salvarles la vida mientras nos los sigamos comiendo. Sólo sirve para dejar en el paro a muchos trabajadores que tienen familias que mantener, y para disminuir la calidad de vida de los animales en el mejor caso (un toro de lidia es mucho mejor cuidado que un toro de matadero, está mejor alimentado y vive en libertad) o, en el peor de los casos, para provocar la extinción de variedades concretas de toro que no son rentables de criar si no es para lidia.
No os dejéis engañar, la decisión del Parlamento Catalán ha sido por razones políticas, no ecológicas. A los políticos les importan una mierda los derechos de los animales, lo que quieren es ir de antiespañoles prohibiendo las corridas. Tal y como están hoy las cosas, esta ley no salvará vidas animales ni beneficiará a personas. Mejor sería aprobar una ley que acabase con las granjas industriales donde crían a los pobres animales hacinados, estresados, comiendo mierda, saturados de hormonas y sin ver la luz de sol. Me parece mucho más importante dar una vida digna a los animales, y fomentar su cría sostenible y su calidad de vida, antes que preocuparnos por la forma que tienen de morir. Morir en una corrida de toros no me parece peor que morir en un matadero, con unos electrodos conectados a la cabeza o desangrados por un tajo de cuchillo. Sobre todo porque, como muchos al parecer no se han detenido a pensar, en los mataderos no tienen la cortesía de anestesiar a los animales antes de matarlos, y también sufren miedo y dolor antes de morir.
Entre el buey común de granja y el toro de lidia hoy por hoy, sólo hay una diferencia: mientras que el buey común vive en condiciones lamentables, es infeliz toda su vida, y una vez entra en el matadero está condenado sin remisión, el toro de lidia vive en libertad en el campo, comiendo piensos naturales, con los mejores cuidados veterinarios, y muere en una plaza de toros en la cual tiene una posibilidad de ser indultado, salir con vida y pasar el resto de sus días como semental. Una posibilidad ciertamente baja, pero mejor tener una posibilidad baja que no tener ninguna, ¿no?
No sé vosotros, pero si yo hubiera nacido toro tengo muy claro cuál de las dos opciones elegiría.
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miércoles, 28 de julio de 2010
sábado, 24 de julio de 2010
Una semana
Pues eso. Que falta justo una semana para mi boda. Dentro de siete días, si todo va bien, estaré en casa de mi madre, peinada, maquillada y vestida de blanco, esperando al fotógrafo para que empiece a montar la paraeta. A las seis saldré de casa, y a las seis y media estaré caminando por el pasillo de la iglesia para encontrarme con mi prometido.
¿Y cómo me siento? Pues bastante tranquila, la verdad. Muy expectante, eso sí. Tengo ganas de que todo ocurra de una vez y poder dejar de hacer preparativos y revolotear de una tienda a otra. Porque organizar una boda es algo bonito y divertido, sí, pero también un poco coñazo en ocasiones. Que si los anillos, que si las arras, que si los zapatos, el pelo, el maquillaje, el vestido, las invitaciones, la iglesia, la música, el catering... parece mentira que algo tan sencillo como un matrimonio lleve tanto trabajo. Sí, ya sé que en teoría te puedes casar en el juzgado, con dos testigos y en chancletas, pero yo siempre he tenido la ilusión de hacerlo a la manera tradicional: del blanco, por la iglesia, con muchos invitados y una gran fiesta. Sólo quiero casarme una vez en la vida, y ya que el momento (espero) no se volverá a repetir, quiero que sea lo más espléndido posible. Aunque haya veces que mire la agenda y piense con un gruñido que hubiese sido mucho mejor casarme en el juzgado y con vaqueros y camiseta.
Muchos me preguntan por qué me caso. ¿Por formalizar la situación? ¿Por unirnos ante los ojos de Dios? ¿Por dar un paso más en la relación? ¿Por celebrar nuestra unión con la familia y los amigos? Pues no, la verdad es que en mi caso no es por nada de eso. O, si hay algo de eso, es sólo una ínfima parte. La verdadera, la principal razón por la que me voy a casar, es porque amo a mi novio y quiero unirme a él de todas las maneras posibles: físicas, espirituales, divinas y humanas. Quiero ser suya, y quiero que sea mío, quiero que estemos juntos eternamente, y si pudiese casarme por los ritos judío, budista, hindú, élfico y wiccano, también lo haría (por el musulmán no, porque desprecio profundamente la cultura musulmana en lo que al matrimonio se refiere). Me caso por amor, simple y llanamente. No hace falta buscar otro motivo.
Lo único que lamento es que, por presiones externas (básicamente para que mi familia y la suya no huyeran despavoridos o se sintieran incómodos) no he podido hacer la boda que yo quería, que era una boda medieval, con rito religioso en una ermita o algo así, trajes medievales y banquete medieval en medio del campo o en un antiguo castillo. ¡Cuánto me hubiera gustado poder hacer una ceremonia así, realizando de nuevo, antes del banquete, entre mis amigos, el rito de matrimonio élfico de la Tierra Media! Pero, aunque no vaya a ser la celebración perfecta, sí va a ser una celebración muy bonita, en la que nos hemos esforzado mucho porque todo salga bien, y entre dos personas que se quieren mucho, que es lo más importante.
No sé cuando podré postear las fotos de mi boda, porque después de casarnos nos iremos de luna de miel varios días e ignoro cuándo podré volver a tener un rato con el ordenador. Sea como sea, antes de que empiece esta última semana de soltería, quería dejar aquí constancia de mis sentimientos, para poder recordarlos cuando, en el futuro, esté casada y relea estas páginas. Así, podré recordar lo emocionada y feliz que me siento al haber encontrado, por fin, al hombre con el cual compartiré el resto de mis días mortales y al cual espero estar unida por el resto de la eternidad.
Los edificios arden, las personas mueren, pero el amor verdadero es para siempre.
¿Y cómo me siento? Pues bastante tranquila, la verdad. Muy expectante, eso sí. Tengo ganas de que todo ocurra de una vez y poder dejar de hacer preparativos y revolotear de una tienda a otra. Porque organizar una boda es algo bonito y divertido, sí, pero también un poco coñazo en ocasiones. Que si los anillos, que si las arras, que si los zapatos, el pelo, el maquillaje, el vestido, las invitaciones, la iglesia, la música, el catering... parece mentira que algo tan sencillo como un matrimonio lleve tanto trabajo. Sí, ya sé que en teoría te puedes casar en el juzgado, con dos testigos y en chancletas, pero yo siempre he tenido la ilusión de hacerlo a la manera tradicional: del blanco, por la iglesia, con muchos invitados y una gran fiesta. Sólo quiero casarme una vez en la vida, y ya que el momento (espero) no se volverá a repetir, quiero que sea lo más espléndido posible. Aunque haya veces que mire la agenda y piense con un gruñido que hubiese sido mucho mejor casarme en el juzgado y con vaqueros y camiseta.
Muchos me preguntan por qué me caso. ¿Por formalizar la situación? ¿Por unirnos ante los ojos de Dios? ¿Por dar un paso más en la relación? ¿Por celebrar nuestra unión con la familia y los amigos? Pues no, la verdad es que en mi caso no es por nada de eso. O, si hay algo de eso, es sólo una ínfima parte. La verdadera, la principal razón por la que me voy a casar, es porque amo a mi novio y quiero unirme a él de todas las maneras posibles: físicas, espirituales, divinas y humanas. Quiero ser suya, y quiero que sea mío, quiero que estemos juntos eternamente, y si pudiese casarme por los ritos judío, budista, hindú, élfico y wiccano, también lo haría (por el musulmán no, porque desprecio profundamente la cultura musulmana en lo que al matrimonio se refiere). Me caso por amor, simple y llanamente. No hace falta buscar otro motivo.
Lo único que lamento es que, por presiones externas (básicamente para que mi familia y la suya no huyeran despavoridos o se sintieran incómodos) no he podido hacer la boda que yo quería, que era una boda medieval, con rito religioso en una ermita o algo así, trajes medievales y banquete medieval en medio del campo o en un antiguo castillo. ¡Cuánto me hubiera gustado poder hacer una ceremonia así, realizando de nuevo, antes del banquete, entre mis amigos, el rito de matrimonio élfico de la Tierra Media! Pero, aunque no vaya a ser la celebración perfecta, sí va a ser una celebración muy bonita, en la que nos hemos esforzado mucho porque todo salga bien, y entre dos personas que se quieren mucho, que es lo más importante.
No sé cuando podré postear las fotos de mi boda, porque después de casarnos nos iremos de luna de miel varios días e ignoro cuándo podré volver a tener un rato con el ordenador. Sea como sea, antes de que empiece esta última semana de soltería, quería dejar aquí constancia de mis sentimientos, para poder recordarlos cuando, en el futuro, esté casada y relea estas páginas. Así, podré recordar lo emocionada y feliz que me siento al haber encontrado, por fin, al hombre con el cual compartiré el resto de mis días mortales y al cual espero estar unida por el resto de la eternidad.
Los edificios arden, las personas mueren, pero el amor verdadero es para siempre.
lunes, 19 de julio de 2010
Así es la guerra
Conozco ya a dos autoras, Trudi Canavan y J.K.Rowling, que tienen mucho en común. No sólo es que las dos hayan escrito libros de fantasía sobre un aprendiz de mago en una escuela creada para tal fin, no sólo es que las dos sean mujeres, las dos tengan personajes gays en sus libros, y que las dos sean unas estreñidas emocionales a la hora de describir sentimientos en general y escenas románticas en particular (cuando las hay, que hay bien pocas). Las dos tienen algo más en común: ambas han creado un personaje masculino, misterioso, atractivo, aparentemente malvado pero en realidad bueno, con un pasado atormentado y una personalidad arrolladora, de esos que penetran en el corazón del lector y ya no lo sueltan. Y las dos han decidido acabar con el personaje sin un motivo sólido en la trama que lo justifique.
Cuando los lectores les preguntaron el por qué de esta decisión, las dos contestaron exactamente lo mismo: "Las guerras son crueles y dolorosas, y en ellas mueren buenas personas. La muerte no distingue al llevarse a una persona si esta lo merece o no".
A esto, yo le podría responder a ambas lo que le dijo Annie Wilkes a Paul Sheldon en la novela Misery de Stephen King, cuando Paul intenta explicar a Annie por qué ha matado a Misery, el personaje favorito de Annie de las novelas que Paul escribe: "Dios nos lleva cuando le parece que ya es hora y un escritor es como Dios con los personajes de un relato, los crea como Dios a nosotros, y nadie puede pedirle cuentas. De acuerdo, está bien; pero en lo que a Misery respecta, voy a decirle una cosa, asqueroso pajarraco: da la casualidad de que Dios tiene las piernas rotas y está en mi casa comiéndose mi comida".
En resumen: que me jode bastante pagar por un libro, gastar mi tiempo en leerlo, conocer a los personajes y sufrir por ellos, para luego descubrir que la señora escritora se ha cargado a mi favorito; no por necesidades de la trama ni coherencia de la historia, sino porque sí, porque le ha dado la gana. Porque la vida es injusta, y la muerte aleatoria. Con dos cojones (o dos ovarios, en este caso).
Supongo que de aquí pasamos al viejo debate sobre si la literatura debe ser evasiva o realista, ayudarnos a escapar de la realidad o imitarla. En lo que a mí respecta, no tengo dudas: prefiero la literatura evasiva. Si quiero realismo, no tengo más que vivir mi propia vida, o ver las noticias. Los telediarios están llenos de historias tristes acerca de personas que no merecían morir y lo hicieron de la forma más cruel e injusta. Si, amargada por esas historia y tratando de animarme, abro un libro de fantasía y me encuentro con lo mismo, ese libro de fantasía no me está sirviendo para nada, porque no me hace relajarme y disfrutar, sino seguir sufriendo.
Entiendo que haya gente que prefiera la literatura imitativa de la realidad, y en ese caso le deseo que disfrute muchísimo con ese tipo de historias, pero no es lo que yo busco. No es lo que yo necesito.
Ya habrá alguien queriéndome acusar de cobarde y de escapista. A estas personas les podría responder que el maestro J.R.R.Tolkien distinguía entre dos tipos de escapismo: la fuga del prisionero y la huida del desertor. Mientras que el desertor es el cobarde que, para no hacer frente a su vida y a sus problemas, se refugia en un mundo imaginario del que no quiere salir, el prisionero es el que para escapar de la cárcel del mundo real y de los sinsabores que este trae consigo, busca unas horas de evasión en un mundo mejor para regresar al real con energías renovadas, listo para enfrentarse a sus problemas y tratar de convertir ese mundo real, tan imperfecto, en algo un poquito mejor, un poquito más parecido al mundo ideal imaginario que le da fuerzas.
En mi caso, se trata de la fuga del prisionero. Tengo perfecto derecho a querer viajar, aunque sea con mi imaginación, a mundos más felices donde las buenas personas no mueren injustamente porque sí. Y déjenme que les diga una cosa, señoras Canavan y Rowling, sé perfectamente lo que es una guerra, y lo que ocurre en ellas. Y, si quiero que alguien me cunete lo que es una guerra, leeré una novela histórica o un ensayo. Leeré, por ejemplo, El soldado olvidado de Guy Sajer, o La infantería al ataque de Erwin Rommel, o La caída de Constantinopla de Sir Steven Runciman, que desde sus páginas relatan, con un estilo impecable y un realismo desgarrador, historias sobre lo que es la guerra realmente y lo injusta que siempre suele resultar.
Ya sé lo que es una maldita guerra, no necesito que nadie me lo explique. Lo que sí que necesito al abrir un libro es conocer mundos nuevos, enamorarme de los personajes que los habitan, y cerrarlo con la feliz satisfacción de que los malvados han recibido su castigo y los buenos su recompensa, que todo es como debería de ser. Es eso lo que me da fuerzas para volver a la realidad y enfrentarme, un día más, a este mundo ruin y mezquino en el que nada ni nadie te garantiza un final feliz, al menos en esta vida.
Trudi Canavan y J.K.Rowling se me asemejan dos cínicas y crueles carceleras que, prisionera yo, fingen abrirme la puerta de la celda y me señalan los campos bajo el sol que hay al otro lado, donde podría ser libre. Me hacen señas de que corra hacia allá, que por unas horas tengo permiso para salir de la cárcel... y en el último momento me cierran la puerta en las narices haciendo que me golpee de forma dolorosa. Y, mientras me froto la zona dolorida y las miro con odio lamentando haber comprado sus falsas esperanzas con mi dinero, ellas sonríen entre burlonas y condescendientes y me dicen: "Sólo lo hemos hecho para que nunca te engañes creyendo que la libertad es posible. Jamás debes olvidar que siempre serás una prisionera".
Cuando los lectores les preguntaron el por qué de esta decisión, las dos contestaron exactamente lo mismo: "Las guerras son crueles y dolorosas, y en ellas mueren buenas personas. La muerte no distingue al llevarse a una persona si esta lo merece o no".
A esto, yo le podría responder a ambas lo que le dijo Annie Wilkes a Paul Sheldon en la novela Misery de Stephen King, cuando Paul intenta explicar a Annie por qué ha matado a Misery, el personaje favorito de Annie de las novelas que Paul escribe: "Dios nos lleva cuando le parece que ya es hora y un escritor es como Dios con los personajes de un relato, los crea como Dios a nosotros, y nadie puede pedirle cuentas. De acuerdo, está bien; pero en lo que a Misery respecta, voy a decirle una cosa, asqueroso pajarraco: da la casualidad de que Dios tiene las piernas rotas y está en mi casa comiéndose mi comida".
En resumen: que me jode bastante pagar por un libro, gastar mi tiempo en leerlo, conocer a los personajes y sufrir por ellos, para luego descubrir que la señora escritora se ha cargado a mi favorito; no por necesidades de la trama ni coherencia de la historia, sino porque sí, porque le ha dado la gana. Porque la vida es injusta, y la muerte aleatoria. Con dos cojones (o dos ovarios, en este caso).
Supongo que de aquí pasamos al viejo debate sobre si la literatura debe ser evasiva o realista, ayudarnos a escapar de la realidad o imitarla. En lo que a mí respecta, no tengo dudas: prefiero la literatura evasiva. Si quiero realismo, no tengo más que vivir mi propia vida, o ver las noticias. Los telediarios están llenos de historias tristes acerca de personas que no merecían morir y lo hicieron de la forma más cruel e injusta. Si, amargada por esas historia y tratando de animarme, abro un libro de fantasía y me encuentro con lo mismo, ese libro de fantasía no me está sirviendo para nada, porque no me hace relajarme y disfrutar, sino seguir sufriendo.
Entiendo que haya gente que prefiera la literatura imitativa de la realidad, y en ese caso le deseo que disfrute muchísimo con ese tipo de historias, pero no es lo que yo busco. No es lo que yo necesito.
Ya habrá alguien queriéndome acusar de cobarde y de escapista. A estas personas les podría responder que el maestro J.R.R.Tolkien distinguía entre dos tipos de escapismo: la fuga del prisionero y la huida del desertor. Mientras que el desertor es el cobarde que, para no hacer frente a su vida y a sus problemas, se refugia en un mundo imaginario del que no quiere salir, el prisionero es el que para escapar de la cárcel del mundo real y de los sinsabores que este trae consigo, busca unas horas de evasión en un mundo mejor para regresar al real con energías renovadas, listo para enfrentarse a sus problemas y tratar de convertir ese mundo real, tan imperfecto, en algo un poquito mejor, un poquito más parecido al mundo ideal imaginario que le da fuerzas.
En mi caso, se trata de la fuga del prisionero. Tengo perfecto derecho a querer viajar, aunque sea con mi imaginación, a mundos más felices donde las buenas personas no mueren injustamente porque sí. Y déjenme que les diga una cosa, señoras Canavan y Rowling, sé perfectamente lo que es una guerra, y lo que ocurre en ellas. Y, si quiero que alguien me cunete lo que es una guerra, leeré una novela histórica o un ensayo. Leeré, por ejemplo, El soldado olvidado de Guy Sajer, o La infantería al ataque de Erwin Rommel, o La caída de Constantinopla de Sir Steven Runciman, que desde sus páginas relatan, con un estilo impecable y un realismo desgarrador, historias sobre lo que es la guerra realmente y lo injusta que siempre suele resultar.
Ya sé lo que es una maldita guerra, no necesito que nadie me lo explique. Lo que sí que necesito al abrir un libro es conocer mundos nuevos, enamorarme de los personajes que los habitan, y cerrarlo con la feliz satisfacción de que los malvados han recibido su castigo y los buenos su recompensa, que todo es como debería de ser. Es eso lo que me da fuerzas para volver a la realidad y enfrentarme, un día más, a este mundo ruin y mezquino en el que nada ni nadie te garantiza un final feliz, al menos en esta vida.
Trudi Canavan y J.K.Rowling se me asemejan dos cínicas y crueles carceleras que, prisionera yo, fingen abrirme la puerta de la celda y me señalan los campos bajo el sol que hay al otro lado, donde podría ser libre. Me hacen señas de que corra hacia allá, que por unas horas tengo permiso para salir de la cárcel... y en el último momento me cierran la puerta en las narices haciendo que me golpee de forma dolorosa. Y, mientras me froto la zona dolorida y las miro con odio lamentando haber comprado sus falsas esperanzas con mi dinero, ellas sonríen entre burlonas y condescendientes y me dicen: "Sólo lo hemos hecho para que nunca te engañes creyendo que la libertad es posible. Jamás debes olvidar que siempre serás una prisionera".
martes, 13 de julio de 2010
La paella valenciana: manual de uso y disfrute
Como valenciana, llevo ya tiempo dándole vueltas a la idea de hacer una entrada explicando cómo hacer una buena paella. Y, dado que tengo en este momento una cociéndose en el fuego, he pensado que no es mal momento para escribir acerca de ella.
En primer lugar, os hablaré de algunas cosas que me parecen fundamentales acerca de este plato tan típico de mi tierra. Luego, escribiré la receta. Y, al final, pondré mis trucos personales, que a su vez están aprendidos de mi abuela, la mejor paellera que ha habido nunca.
-En primer lugar, que quede clara una cosa: paellas hay muchas, pero paella valenciana sólo hay una. Y la paella valenciana lleva bachoqueta (también llamada tavella en algunos sitios), garrofón, tomate rallado, pollo, azafrán, agua, sal, pimentón colorado y arroz. La bachoqueta y el garrofón son dos verduras muy típicas de la huerta valenciana, de las cuales la bachoqueta es un tipo de judía verde plana de grano tierno y el garrofón una especie de habichuela aplastada de color blanco. Opcionalmente se le puede añadir rochet (que es como la bachoqueta, pero con machas rojizas sobre el color verde), conejo, caracoles o romero, aunque los ingredientes básicos son los que he ennumerado en primer lugar.
Eso sí, no se le pone nada más. Ni ajo, ni cebolla, ni pimientos, ni guisantes, ni alcachofas, ni ninguna otra verdura, carne o pescado. Si lleva otras cosas será una paella mixta, una paella huertana, una paella de mariscos, o cualquier otro tipo de variedad de paella. Que haberlas haylas, de muchos estilos y variedades, y están muy ricas. Pero NO son paella valenciana.
-Para hacer una buena paella, la materia prima es fundamental. Nunca va a quedar igual una paella hecha con verdura y carne congeladas, tomate de bote y pimentón de Mercadona, que una paella hecha con pollo de corral, verduras frescas compradas en el mercado, tomate pera fresco rallado y pimentón de buena calidad comprado también en el mercado. Nunca descuidéis la materia prima a la hora de hacer una paella, porque de ella fundamentalmente va a depender el sabor del producto final.
-El recipiente tradicional donde se hace el arroz no se llama paellera, sino paella. Vamos, que el plato toma el nombre del recipiente. Y, por increíble que parezca, no es imprescindible hacer la paella valenciana en una paella para que salga bien. Si es para tres personas o menos, se puede hacer en una sartén antiadherente y queda buenísima. De hecho, la mejor paella que he probado en toda mi vida es la de mi abuela, y ella me la hace en una sartén, ¡y le queda mejor que cuando la hace en una paella tradicional!
-La única forma de comer una buena paella, pero buena de verdad, es comerla en casa de un valenciano que la prepare bien. Desconfiad de los restaurantes. La mayoría de ellos hacen una paella mediocre en el mejor de los casos y repugnante en el peor. Sólo unos pocos restaurantes hacen la paella buena (por ejemplo, L'Estimat o La Pepica, en el Paseo Neptuno de la Malvarrosa), pero son bastante caros. Y, a pesar de ello, ni siquiera ellos pueden llegar a la excelencia de una paella hecha en casa.
Y, ahora, la receta:
Ingredientes para 4 personas:
-Un pollo mediano de corral troceado.
-Bachoqueta y garrofón frescos (unos 100 gramos de verdura por cada comensal)
-Un tomate pera fresco grande rallado
-Una tacita de café colmada de arroz La Fallera por persona
-Aceite de oliva
-Sal
-Pimentón colorado (¡atención! tiene que ser dulce, no picante)
-Azafrán o colorante alimentario
Preparación:
-Se echa un buen chorro de aceite en la paella o la sartén (lo justo para cubrir el fondo del recipiente, tampoco hay que pasarse que si no el guiso quedará aceitoso), se sube el fuego al máximo, y cuando esté caliente se echa el pollo hasta que esté bien doradito.
-Mientras el pollo se fríe, se corta la bachoqueta en trozos (de 3 a 5, según la longitud de la verdura) y se saca el garrofón de su vaina. Se lava la verdura, y cuando el pollo está dorado se baja a fuego medio y se echa en la sartén.
-Se rehoga la verdura durante unos minutos. No conviene pasarse y dejarla demasiado hecha o requemada, es preferible que quede dura y enterita.
-Se añade el tomate rallado y se revuelve todo. Cuando el tomate empieza a estar frito (no tarda más de 3 ó 4 minutos como mucho), se agrega una cucharadita de café colmada de pimentón y se da una vuelta rápida (no más de 20 ó 30 segundos, lo justo para que lo impregne todo, si se deja más se corre el riesgo de que se queme y le dé a la paella un saber amargo).
-Inmediatamente después del pimentón, se echa el agua (un vaso y medio por persona). Se levanta el fuego al máximo, y cuando hierve se baja al mínimo y se deja entre 20 y 30 minutos, para que las verduras, el pollo y el sofrito vayan soltando sabor.
-Se rectifica la sal, se añade el azafrán o el colorante, y cuando se ha disuelto se añade el arroz. Se mueve el recipiente para que el arroz se distribuya uniformemente y se deja cocer 2o minutos, hasta que se queda seco.
-Una vez el arroz está hecho, se apaga el fuego y se deja reposar tapado 10 minutos. Luego, se sirve y, ¡a comer!
No es tan difícil, ¿verdad? :-) Aquí os añado mis trucos, aprendidos de mi abuela (que a su vez los aprendió de la suya):
-La paella se puede hacer perfectamente en una cocina de gas normal, pero queda peor en una de inducción (además, en las de inducción no se puede usar una paella clásica). Sin embargo, lo más típico y tradicional es hacerla a fuego de leña. Si decidís hacerla así, dos cosas a tener en cuenta: una, que es la técnica más difícil de todas, porque a una fogata no le puedes controlar la llama como se la controlas a un fogón de gas. Otra, que la leña que debe utilizarse es siempre leña de naranjo, que es la que mejor sabor le da a la paella. Para usar leña de la que venden en la gasolinera o de conglomerado, es mejor hacerla a gas.
-Nunca hay que tener prisa a la hora de hacer una paella. Es fundamental que el pollo quede muy, muy dorado, y para eso hay que rehogarlo sin prisa. También hay que respetar el tiempo de cocción del caldo.
-¿Os acordáis de ese eslogan publicitario que dice "Arroz La Fallera, el preferido de los valencianos". Pues en este caso es verdad. Es de lo mejor que se puede emplear para hacer una paella: lo recomiendo encarecidamente. El arroz clásico para hacer paella es el arroz bomba, pero también puede hacerse perfectamente con arroz valenciano de grano corto. Siempre que sea, ya lo sabéis, marca La Fallera ;-) (y no, no trabajo para ellos ni nadie de mi familia es dueño de la empresa ni cobro comisiones: lo digo porque lo pienso de verdad XD).
-No vale cualquier agua para hacer la paella. Recomiendo fervientemente usar agua del grifo de Valencia (o, en su defecto, de cualquier otro lugar donde el agua sea muy, muy dura). ¿El motivo? La cal que contiene el agua tan dura ayuda a dar el punto perfecto al arroz. Por eso, cuanta más débil la mineralización del agua, peor resultado. Usad siempre agua del grifo, la más dura que encontréis, y por el amor de Dios JAMÁS se os ocurra echarle agua mineral. El agua mineral natural o embotellada, que tan bien va para el cocido y las legumbres, deja el arroz de la paella insípido y duro como una piedra.
-La finalidad de cocer en agua los ingredientes durante 20-30 minutos no es otra que la de dar sustancia al caldo, para que coja el sabor de los ingredientes. La cantidad de tiempo necesario dependerá de casa caso; por eso, es importante probar de sabor la paella a los 20 minutos (antes y después de añadir la sal) para comprobar si el caldo ya está en su punto o debe hervir 10 minutos más. Por regla general, (en las paellas pequeñas, de 4 personas o menos, es más fácil que el mero sabor de los ingredientes le de la suficiente sustancia al caldo. Cuanto más grande la paella, más difícil. Si notamos que la paella está quedando algo insípida, la mejor solución es añadir romero. NUNCA hay que añadir Avecrem ni ninguna otra pastilla de caldo (que es justamente lo que hacen en los restaurantes para no complicarse la vida, y por eso sus paellas son una mierda).
-Si se quiere añadir romero para darle sabor a la paella, se ha de poner a hervir con el caldo durante 10-15 minutos. No lo pongáis los 20 ó 30 minutos que cuesta que el caldo se haga, porque se corre el riesgo de que el intenso sabor del romero mate el resto de sabores de la paella. El romero debe ser fresco, en rama, y añadirse y retirarse entero. Si es recogido del monte o del jardín hay que lavarlo bien antes de ponerlo. Nada de echar romero en polvo del supermercado, ¿eh?
-La mejor forma de reposar el arroz es poniendo papel de periódico extendido encima de la paella (el suficiente para cubrirla por completo y que se caiga por los bordes) y salpicar encima bastante agua para humedecerlo (ojo, humedecerlo, no encharcarlo).
-Jamás chorreéis limón sobre una paella. Si exprimes limón sobre un plato de paella, cuando lo pruebes descubrirás que no sabe a paella, sino sólo a limon. El limón NO realza el sabor de la paella, sino que lo mata. El limón es algo que dan en los restaurantes mediocres para que la gente borre el asqueroso sabor que tienen sus paellas del tres al cuarto.
Y, como anécdota, ¿sabéis cuál es la peor paella que me he comido en mi vida? Curiosamente, no era de restaurante, sino hecha en casa. Concretamente, en casa de un ex novio mío que vivía en Xátiva y cuyos padres (por lo demás gente encantadora, a diferencia el imbécil de su hijo) tenían por costumbre echarle a la paella albóndigas de carne y un chorro de vino al caldo). Casi me da un patatús cuando me la dieron a probar... una prueba más de que aquella relación no tenía futuro XD
Bueno, esto es todo. Espero que os animéis a preparar la paella valenciana en casa (o pasarle la receta a vuestras madres, jejeje). Ya me contaréis qué tal os ha salido ^^
En primer lugar, os hablaré de algunas cosas que me parecen fundamentales acerca de este plato tan típico de mi tierra. Luego, escribiré la receta. Y, al final, pondré mis trucos personales, que a su vez están aprendidos de mi abuela, la mejor paellera que ha habido nunca.
-En primer lugar, que quede clara una cosa: paellas hay muchas, pero paella valenciana sólo hay una. Y la paella valenciana lleva bachoqueta (también llamada tavella en algunos sitios), garrofón, tomate rallado, pollo, azafrán, agua, sal, pimentón colorado y arroz. La bachoqueta y el garrofón son dos verduras muy típicas de la huerta valenciana, de las cuales la bachoqueta es un tipo de judía verde plana de grano tierno y el garrofón una especie de habichuela aplastada de color blanco. Opcionalmente se le puede añadir rochet (que es como la bachoqueta, pero con machas rojizas sobre el color verde), conejo, caracoles o romero, aunque los ingredientes básicos son los que he ennumerado en primer lugar.
Eso sí, no se le pone nada más. Ni ajo, ni cebolla, ni pimientos, ni guisantes, ni alcachofas, ni ninguna otra verdura, carne o pescado. Si lleva otras cosas será una paella mixta, una paella huertana, una paella de mariscos, o cualquier otro tipo de variedad de paella. Que haberlas haylas, de muchos estilos y variedades, y están muy ricas. Pero NO son paella valenciana.
-Para hacer una buena paella, la materia prima es fundamental. Nunca va a quedar igual una paella hecha con verdura y carne congeladas, tomate de bote y pimentón de Mercadona, que una paella hecha con pollo de corral, verduras frescas compradas en el mercado, tomate pera fresco rallado y pimentón de buena calidad comprado también en el mercado. Nunca descuidéis la materia prima a la hora de hacer una paella, porque de ella fundamentalmente va a depender el sabor del producto final.
-El recipiente tradicional donde se hace el arroz no se llama paellera, sino paella. Vamos, que el plato toma el nombre del recipiente. Y, por increíble que parezca, no es imprescindible hacer la paella valenciana en una paella para que salga bien. Si es para tres personas o menos, se puede hacer en una sartén antiadherente y queda buenísima. De hecho, la mejor paella que he probado en toda mi vida es la de mi abuela, y ella me la hace en una sartén, ¡y le queda mejor que cuando la hace en una paella tradicional!
-La única forma de comer una buena paella, pero buena de verdad, es comerla en casa de un valenciano que la prepare bien. Desconfiad de los restaurantes. La mayoría de ellos hacen una paella mediocre en el mejor de los casos y repugnante en el peor. Sólo unos pocos restaurantes hacen la paella buena (por ejemplo, L'Estimat o La Pepica, en el Paseo Neptuno de la Malvarrosa), pero son bastante caros. Y, a pesar de ello, ni siquiera ellos pueden llegar a la excelencia de una paella hecha en casa.
Y, ahora, la receta:
RECETA DE LA PAELLA VALENCIANA
Ingredientes para 4 personas:
-Un pollo mediano de corral troceado.
-Bachoqueta y garrofón frescos (unos 100 gramos de verdura por cada comensal)
-Un tomate pera fresco grande rallado
-Una tacita de café colmada de arroz La Fallera por persona
-Aceite de oliva
-Sal
-Pimentón colorado (¡atención! tiene que ser dulce, no picante)
-Azafrán o colorante alimentario
Preparación:
-Se echa un buen chorro de aceite en la paella o la sartén (lo justo para cubrir el fondo del recipiente, tampoco hay que pasarse que si no el guiso quedará aceitoso), se sube el fuego al máximo, y cuando esté caliente se echa el pollo hasta que esté bien doradito.
-Mientras el pollo se fríe, se corta la bachoqueta en trozos (de 3 a 5, según la longitud de la verdura) y se saca el garrofón de su vaina. Se lava la verdura, y cuando el pollo está dorado se baja a fuego medio y se echa en la sartén.
-Se rehoga la verdura durante unos minutos. No conviene pasarse y dejarla demasiado hecha o requemada, es preferible que quede dura y enterita.
-Se añade el tomate rallado y se revuelve todo. Cuando el tomate empieza a estar frito (no tarda más de 3 ó 4 minutos como mucho), se agrega una cucharadita de café colmada de pimentón y se da una vuelta rápida (no más de 20 ó 30 segundos, lo justo para que lo impregne todo, si se deja más se corre el riesgo de que se queme y le dé a la paella un saber amargo).
-Inmediatamente después del pimentón, se echa el agua (un vaso y medio por persona). Se levanta el fuego al máximo, y cuando hierve se baja al mínimo y se deja entre 20 y 30 minutos, para que las verduras, el pollo y el sofrito vayan soltando sabor.
-Se rectifica la sal, se añade el azafrán o el colorante, y cuando se ha disuelto se añade el arroz. Se mueve el recipiente para que el arroz se distribuya uniformemente y se deja cocer 2o minutos, hasta que se queda seco.
-Una vez el arroz está hecho, se apaga el fuego y se deja reposar tapado 10 minutos. Luego, se sirve y, ¡a comer!
No es tan difícil, ¿verdad? :-) Aquí os añado mis trucos, aprendidos de mi abuela (que a su vez los aprendió de la suya):
-La paella se puede hacer perfectamente en una cocina de gas normal, pero queda peor en una de inducción (además, en las de inducción no se puede usar una paella clásica). Sin embargo, lo más típico y tradicional es hacerla a fuego de leña. Si decidís hacerla así, dos cosas a tener en cuenta: una, que es la técnica más difícil de todas, porque a una fogata no le puedes controlar la llama como se la controlas a un fogón de gas. Otra, que la leña que debe utilizarse es siempre leña de naranjo, que es la que mejor sabor le da a la paella. Para usar leña de la que venden en la gasolinera o de conglomerado, es mejor hacerla a gas.
-Nunca hay que tener prisa a la hora de hacer una paella. Es fundamental que el pollo quede muy, muy dorado, y para eso hay que rehogarlo sin prisa. También hay que respetar el tiempo de cocción del caldo.
-¿Os acordáis de ese eslogan publicitario que dice "Arroz La Fallera, el preferido de los valencianos". Pues en este caso es verdad. Es de lo mejor que se puede emplear para hacer una paella: lo recomiendo encarecidamente. El arroz clásico para hacer paella es el arroz bomba, pero también puede hacerse perfectamente con arroz valenciano de grano corto. Siempre que sea, ya lo sabéis, marca La Fallera ;-) (y no, no trabajo para ellos ni nadie de mi familia es dueño de la empresa ni cobro comisiones: lo digo porque lo pienso de verdad XD).
-No vale cualquier agua para hacer la paella. Recomiendo fervientemente usar agua del grifo de Valencia (o, en su defecto, de cualquier otro lugar donde el agua sea muy, muy dura). ¿El motivo? La cal que contiene el agua tan dura ayuda a dar el punto perfecto al arroz. Por eso, cuanta más débil la mineralización del agua, peor resultado. Usad siempre agua del grifo, la más dura que encontréis, y por el amor de Dios JAMÁS se os ocurra echarle agua mineral. El agua mineral natural o embotellada, que tan bien va para el cocido y las legumbres, deja el arroz de la paella insípido y duro como una piedra.
-La finalidad de cocer en agua los ingredientes durante 20-30 minutos no es otra que la de dar sustancia al caldo, para que coja el sabor de los ingredientes. La cantidad de tiempo necesario dependerá de casa caso; por eso, es importante probar de sabor la paella a los 20 minutos (antes y después de añadir la sal) para comprobar si el caldo ya está en su punto o debe hervir 10 minutos más. Por regla general, (en las paellas pequeñas, de 4 personas o menos, es más fácil que el mero sabor de los ingredientes le de la suficiente sustancia al caldo. Cuanto más grande la paella, más difícil. Si notamos que la paella está quedando algo insípida, la mejor solución es añadir romero. NUNCA hay que añadir Avecrem ni ninguna otra pastilla de caldo (que es justamente lo que hacen en los restaurantes para no complicarse la vida, y por eso sus paellas son una mierda).
-Si se quiere añadir romero para darle sabor a la paella, se ha de poner a hervir con el caldo durante 10-15 minutos. No lo pongáis los 20 ó 30 minutos que cuesta que el caldo se haga, porque se corre el riesgo de que el intenso sabor del romero mate el resto de sabores de la paella. El romero debe ser fresco, en rama, y añadirse y retirarse entero. Si es recogido del monte o del jardín hay que lavarlo bien antes de ponerlo. Nada de echar romero en polvo del supermercado, ¿eh?
-La mejor forma de reposar el arroz es poniendo papel de periódico extendido encima de la paella (el suficiente para cubrirla por completo y que se caiga por los bordes) y salpicar encima bastante agua para humedecerlo (ojo, humedecerlo, no encharcarlo).
-Jamás chorreéis limón sobre una paella. Si exprimes limón sobre un plato de paella, cuando lo pruebes descubrirás que no sabe a paella, sino sólo a limon. El limón NO realza el sabor de la paella, sino que lo mata. El limón es algo que dan en los restaurantes mediocres para que la gente borre el asqueroso sabor que tienen sus paellas del tres al cuarto.
Y, como anécdota, ¿sabéis cuál es la peor paella que me he comido en mi vida? Curiosamente, no era de restaurante, sino hecha en casa. Concretamente, en casa de un ex novio mío que vivía en Xátiva y cuyos padres (por lo demás gente encantadora, a diferencia el imbécil de su hijo) tenían por costumbre echarle a la paella albóndigas de carne y un chorro de vino al caldo). Casi me da un patatús cuando me la dieron a probar... una prueba más de que aquella relación no tenía futuro XD
Bueno, esto es todo. Espero que os animéis a preparar la paella valenciana en casa (o pasarle la receta a vuestras madres, jejeje). Ya me contaréis qué tal os ha salido ^^
domingo, 11 de julio de 2010
¡385 años más tarde, los Tercios españoles regresan!
Crítica de las "Crónicas del Mago Negro"
Acabo de terminar de leer la trilogía Crónicas del Mago Negro de Trudi Canavan, recientemente publicada en formato de bolsillo. Como he curioseado por la red y hay muy pocas críticas en castellano, al menos de momento, aporto mi granito de arena por si alguien está pensando en leérsela y quiere una opinión.
¿Me ha gustado? Sí. ¿Lo recomendaría? Pues... depende. Si alguien odia a J.K.Rowling o a George R.R.Martin por su tendencia a matar personajes molones, le recomiendo que deje estos libros en la estantería sin comprarlos. En los dos primeros libros la cosa es bastante inofensiva, pero en el tercero hay alguna que otra muerte que alcanza un nivel de cabronería tal, que me dieron ganas de visitar a la señora Canavan para lanzarle el volumen a la cabeza. Si, por el contrario, la Warrowling y el señor Martin os parecen molones y no os importa ver morir a personajes maravillosos, entonces compráos los libros y leerlos, porque la historia no os va a decepcionar.
El planteamiento inicial es el siguiente: en la capital de reino de Kyralia, Imardin, todos los años los miembros del Gremio de los Magos hacen una Purga para expulsar a los indigentes hacia las barriadas exteriores de la ciudad, para que así no haya mendigos ni rateros estropeando la imagen de las zonas más ricas y amuralladas de Imardin. Una joven ratera de las barriadas llamada Sonea lanza una piedra a uno de los magos durante la Purga, y su sorpresa es mayúscula cuando ve que la piedra en cuestión atraviesa el escudo protector de los magos y alcanza a uno de ellos. Ahí es cuando Sonea se da cuenta de que ella también tiene poderes mágicos, y empieza un tira y afloja entre ella, que no quiere saber nada de los magos porque los odia como todo el mundo en las barriadas, y los magos, que en realidad no son tan malos como los pintan y desean dar a Sonea la oportunidad de formarse como maga en la Universidad del Gremio.
Mis personajes favoritos, aparte de la propia Sonea, son Cery, su amigo ratero, Rothen, el simpático y sabio mago que toma a Sonea bajo su tutela, y por supuesto Akkarin, el enigmático y siniestro Gran Lord del Gremio de los Magos, en principio el villano oficial, pero a quien iremos descubriendo poco a poco en los libros y nos daremos cuenta de que dentro de él hay mucho más de lo que se ve en la simple superficie...
Una de las cosas que más me gusta de esta trilogía es que es original. Original en su planteamiento y en el mundo que crea (un mundo fantástico pero con vagos paralelismos de raza y cultura con el nuestro; por ejemplo los reinos de Kyralia y Elyne parecen occidentales, Lonmar representa los países árabes, Lan los subsaharianos, y Sachaka, según me pareció entender, los orientales tipo chinos y japoneses), y sobre todo original en sus tramas amorosas. Haberlas haylas (aunque la autora no es muy buena escribiendo ese tipo de situaciones y le salen bastante descafeinadas), aunque no son el eje principal de la trama y la historia realmente se hubiese podido contar igual sin ninguna de ellas. En estos libros tenemos, desde una tierna historia de amor entre dos homosexuales, hasta una protagonista que cada libro la autora parece insinuarte que se va a liar con alguien diferente pero todo queda en agua de borrajas hasta el tercer volumen. Esto último me llamó mucho la atención, porque, dado que la pareja protagonista del tercer libro es maravillosa y tiene muchísimo carisma, sorprende que la autora pospusiese hasta el final su aparición, cuando habría podido empezar a colarla perfectamente en el segundo libro. No sé si se debe al deseo de la autora de dar la gran sorpresa, o es por su más que evidente alergia a escribir escenas románticas, que en ciertas partes del segundo y el tercer libro se piden a gritos y se encuentran con cuentagotas.
Los libros se leen rápido, son bastante emocionantes, y siempre te dejan con ganas de saber más. Han resultado una agradable sorpresa para mí dentro del panorama literario-fantástico, si bien yo cambiaría el final del tercero y añadiría bastante más sentimentalismo y chicha a las historias de amor (joder, ¡es que parece que el libro lo haya escrito un hombre!).
Esto es todo lo que puedo decir de la trilogía formada por El Gremio de los Magos, La Aprendiz y El Gran Lord sin destripar nada de la trama. Para leer el resto de cosas que quiero comentar, en spolier (y aviso que voy a comentar spoilers del tamaño de Brasil, así que si los leéis sin haberos terminado la trilogía, bajo vuestra propia responsabilidad):
SPOILERS: Lo primero de todo, y esto lo tengo que gritar. ¡¡¡AKKARIN!!! OMG es lo mejorcito que he visto en la literatura fantástica desde mi sacrosanto Sirius Black. ¡AMO a ese adorable cabrón de Akkarin! ¡Es la rejostia! Y, como suele pasar, acaba muriendo al final, lo cual hizo que me acordase de los muertos más frescos de la señora Canavan. A ver, Trudi de mis amores (o debería decir de mis odios): creas al malo más carismático del mundo desde Darth Vader, luego agarras, le metes un pasado trágico y unas motivaciones coherentes, sumadas a un puñado de buenas intenciones, y lo lías con Sonea en una historia de amor hermosísima maestro-aprendiz. Y entonces, cuando están juntos, cuando pueden derrotar a los Sachakanos y ser felices, ¡VAS Y TE LO CARGAS! Y no te lo cargas por necesidades de la trama, no, porque Akkarin podría haber sobrevivido perfectamente sin detrimento alguno de la historia ni del final. ¡TE LO CARGAS PARA DAR POR EL CULO! Juro que me dieron ganas de pegarle una patada a algo. Se ve que la señora Canavan, consciente de su estreñimiento emocional para escribir escenas de amor, pensó: "como casi todas mis escenas románticas son una patata y quiero que esta historia tenga dramatismo, agarro al villano digievolucionado en héroe trágico y me lo cargo para que Sonea se hinche de llorar... a, y para que los lectores acaben el libro aún más puteados, voy a hacer que Sonea se quede embarazada de él pero él nunca sepa que van a tener un hijo porque muere antes". ¡La madre que la parió! Esta mujer debería irse de copas con la Warrowling, se llevarían de puta madre, se lo pasarían en grande hablando de lo calientes que se pusieron agarrando a sus personajes más carismáticos y adorables y mandándolos al Tártaro, hasta es posible que se montasen una lesbifiesta, lo cual me lleva a...
¡Dannyl y Tayend! ¡Menuda sorpresa de relación! La verdad es que no me esperaba para nada que Dannyl fuera gay, del mismo modo que no me esperaba para nada que Sonea y Akkarin se enamorasen en el tercer libro. Concedámosle algo a Trudi Canavan: por lo menos sabe sorprender a los lectores con las tramas amororsas. Lo único que eché en falta en la pareja Dannyl-Tayend fue que pasara ALGO que mostrase que son más que amigos. Vale, la autora dice que están enamorados y que son amantes... y menos mal que lo dice, porque el 99% del tiempo no los muestra sino como buenos amigos. ¿Tanto le costaba meter un beso, unas palabras de amor, ya no digo una escena de sexo? Qué manera de desperdiciar una pareja tan chula... Sonea y Akkarin por lo menos tienen tres escenas de amor (tres y cortitas, ¿eh? en un libro de 600 páginas...).
Eso sí, al menos Dannyl y Tayend acaban juntos y felices el tercer libro. No como la pobre Sonea, preñada de su maestro muerto y más sola que la una, o ya que estamos el pobre Dorrien, que en el tercer libro estaba a punto de caramelo con Sonea y se acaba quedando a dos velas. Eso sí que no lo entendí: si la autora tenía previsto desde el principio que Sonea y Akkarin acabaran juntos, ¿qué diantre pinta el pobre Dorrien en el segundo libro, como no sea confundir al lector para que no empiece a sospechar que en el tercer libro Akkarin le dará lecciones a Sonea de algo más que de magia? Incomprensible, de verdad.
Por cierto, como último apunte, me llama muchísimo la atención que cada libro tenga un malo diferente y una pareja pontencial diferente para Sonea. La autora juega muchísimo al despiste, quizás en exceso. Así, tenemos:
-El Gremio de los Magos: El malo es Fergun, y creemos que Sonea acabará con Cery.
-La Aprendiz: El malo es Akkarin, y creemos que Sonea acabará con Dorrien.
-El Gran Lord: El malo es Kariko, y se confirma que Sonea acaba con Akkarin.
Todo esto me hace llegar a una conclusión: teniendo en cuenta lo bien que escribe fantasía, pero lo mal que ha llevado las tramas amorosas, Trudi Canavan debería haber dejado las Crónicas del Mago Negro a otro escritor que tuviese más sensibilidad que una piedra y tendría que haberse puesto a escribir las nuevas aventuras de Conan el Bárbaro o la nueva generación de Stormbringer.
¿Me ha gustado? Sí. ¿Lo recomendaría? Pues... depende. Si alguien odia a J.K.Rowling o a George R.R.Martin por su tendencia a matar personajes molones, le recomiendo que deje estos libros en la estantería sin comprarlos. En los dos primeros libros la cosa es bastante inofensiva, pero en el tercero hay alguna que otra muerte que alcanza un nivel de cabronería tal, que me dieron ganas de visitar a la señora Canavan para lanzarle el volumen a la cabeza. Si, por el contrario, la Warrowling y el señor Martin os parecen molones y no os importa ver morir a personajes maravillosos, entonces compráos los libros y leerlos, porque la historia no os va a decepcionar.
El planteamiento inicial es el siguiente: en la capital de reino de Kyralia, Imardin, todos los años los miembros del Gremio de los Magos hacen una Purga para expulsar a los indigentes hacia las barriadas exteriores de la ciudad, para que así no haya mendigos ni rateros estropeando la imagen de las zonas más ricas y amuralladas de Imardin. Una joven ratera de las barriadas llamada Sonea lanza una piedra a uno de los magos durante la Purga, y su sorpresa es mayúscula cuando ve que la piedra en cuestión atraviesa el escudo protector de los magos y alcanza a uno de ellos. Ahí es cuando Sonea se da cuenta de que ella también tiene poderes mágicos, y empieza un tira y afloja entre ella, que no quiere saber nada de los magos porque los odia como todo el mundo en las barriadas, y los magos, que en realidad no son tan malos como los pintan y desean dar a Sonea la oportunidad de formarse como maga en la Universidad del Gremio.
Mis personajes favoritos, aparte de la propia Sonea, son Cery, su amigo ratero, Rothen, el simpático y sabio mago que toma a Sonea bajo su tutela, y por supuesto Akkarin, el enigmático y siniestro Gran Lord del Gremio de los Magos, en principio el villano oficial, pero a quien iremos descubriendo poco a poco en los libros y nos daremos cuenta de que dentro de él hay mucho más de lo que se ve en la simple superficie...
Una de las cosas que más me gusta de esta trilogía es que es original. Original en su planteamiento y en el mundo que crea (un mundo fantástico pero con vagos paralelismos de raza y cultura con el nuestro; por ejemplo los reinos de Kyralia y Elyne parecen occidentales, Lonmar representa los países árabes, Lan los subsaharianos, y Sachaka, según me pareció entender, los orientales tipo chinos y japoneses), y sobre todo original en sus tramas amorosas. Haberlas haylas (aunque la autora no es muy buena escribiendo ese tipo de situaciones y le salen bastante descafeinadas), aunque no son el eje principal de la trama y la historia realmente se hubiese podido contar igual sin ninguna de ellas. En estos libros tenemos, desde una tierna historia de amor entre dos homosexuales, hasta una protagonista que cada libro la autora parece insinuarte que se va a liar con alguien diferente pero todo queda en agua de borrajas hasta el tercer volumen. Esto último me llamó mucho la atención, porque, dado que la pareja protagonista del tercer libro es maravillosa y tiene muchísimo carisma, sorprende que la autora pospusiese hasta el final su aparición, cuando habría podido empezar a colarla perfectamente en el segundo libro. No sé si se debe al deseo de la autora de dar la gran sorpresa, o es por su más que evidente alergia a escribir escenas románticas, que en ciertas partes del segundo y el tercer libro se piden a gritos y se encuentran con cuentagotas.
Los libros se leen rápido, son bastante emocionantes, y siempre te dejan con ganas de saber más. Han resultado una agradable sorpresa para mí dentro del panorama literario-fantástico, si bien yo cambiaría el final del tercero y añadiría bastante más sentimentalismo y chicha a las historias de amor (joder, ¡es que parece que el libro lo haya escrito un hombre!).
Esto es todo lo que puedo decir de la trilogía formada por El Gremio de los Magos, La Aprendiz y El Gran Lord sin destripar nada de la trama. Para leer el resto de cosas que quiero comentar, en spolier (y aviso que voy a comentar spoilers del tamaño de Brasil, así que si los leéis sin haberos terminado la trilogía, bajo vuestra propia responsabilidad):
SPOILERS: Lo primero de todo, y esto lo tengo que gritar. ¡¡¡AKKARIN!!! OMG es lo mejorcito que he visto en la literatura fantástica desde mi sacrosanto Sirius Black. ¡AMO a ese adorable cabrón de Akkarin! ¡Es la rejostia! Y, como suele pasar, acaba muriendo al final, lo cual hizo que me acordase de los muertos más frescos de la señora Canavan. A ver, Trudi de mis amores (o debería decir de mis odios): creas al malo más carismático del mundo desde Darth Vader, luego agarras, le metes un pasado trágico y unas motivaciones coherentes, sumadas a un puñado de buenas intenciones, y lo lías con Sonea en una historia de amor hermosísima maestro-aprendiz. Y entonces, cuando están juntos, cuando pueden derrotar a los Sachakanos y ser felices, ¡VAS Y TE LO CARGAS! Y no te lo cargas por necesidades de la trama, no, porque Akkarin podría haber sobrevivido perfectamente sin detrimento alguno de la historia ni del final. ¡TE LO CARGAS PARA DAR POR EL CULO! Juro que me dieron ganas de pegarle una patada a algo. Se ve que la señora Canavan, consciente de su estreñimiento emocional para escribir escenas de amor, pensó: "como casi todas mis escenas románticas son una patata y quiero que esta historia tenga dramatismo, agarro al villano digievolucionado en héroe trágico y me lo cargo para que Sonea se hinche de llorar... a, y para que los lectores acaben el libro aún más puteados, voy a hacer que Sonea se quede embarazada de él pero él nunca sepa que van a tener un hijo porque muere antes". ¡La madre que la parió! Esta mujer debería irse de copas con la Warrowling, se llevarían de puta madre, se lo pasarían en grande hablando de lo calientes que se pusieron agarrando a sus personajes más carismáticos y adorables y mandándolos al Tártaro, hasta es posible que se montasen una lesbifiesta, lo cual me lleva a...
¡Dannyl y Tayend! ¡Menuda sorpresa de relación! La verdad es que no me esperaba para nada que Dannyl fuera gay, del mismo modo que no me esperaba para nada que Sonea y Akkarin se enamorasen en el tercer libro. Concedámosle algo a Trudi Canavan: por lo menos sabe sorprender a los lectores con las tramas amororsas. Lo único que eché en falta en la pareja Dannyl-Tayend fue que pasara ALGO que mostrase que son más que amigos. Vale, la autora dice que están enamorados y que son amantes... y menos mal que lo dice, porque el 99% del tiempo no los muestra sino como buenos amigos. ¿Tanto le costaba meter un beso, unas palabras de amor, ya no digo una escena de sexo? Qué manera de desperdiciar una pareja tan chula... Sonea y Akkarin por lo menos tienen tres escenas de amor (tres y cortitas, ¿eh? en un libro de 600 páginas...).
Eso sí, al menos Dannyl y Tayend acaban juntos y felices el tercer libro. No como la pobre Sonea, preñada de su maestro muerto y más sola que la una, o ya que estamos el pobre Dorrien, que en el tercer libro estaba a punto de caramelo con Sonea y se acaba quedando a dos velas. Eso sí que no lo entendí: si la autora tenía previsto desde el principio que Sonea y Akkarin acabaran juntos, ¿qué diantre pinta el pobre Dorrien en el segundo libro, como no sea confundir al lector para que no empiece a sospechar que en el tercer libro Akkarin le dará lecciones a Sonea de algo más que de magia? Incomprensible, de verdad.
Por cierto, como último apunte, me llama muchísimo la atención que cada libro tenga un malo diferente y una pareja pontencial diferente para Sonea. La autora juega muchísimo al despiste, quizás en exceso. Así, tenemos:
-El Gremio de los Magos: El malo es Fergun, y creemos que Sonea acabará con Cery.
-La Aprendiz: El malo es Akkarin, y creemos que Sonea acabará con Dorrien.
-El Gran Lord: El malo es Kariko, y se confirma que Sonea acaba con Akkarin.
Todo esto me hace llegar a una conclusión: teniendo en cuenta lo bien que escribe fantasía, pero lo mal que ha llevado las tramas amorosas, Trudi Canavan debería haber dejado las Crónicas del Mago Negro a otro escritor que tuviese más sensibilidad que una piedra y tendría que haberse puesto a escribir las nuevas aventuras de Conan el Bárbaro o la nueva generación de Stormbringer.