Una vez, cuando todavía era humana, le pregunté a Giuliano cómo era ser vampiro y me dijo que se parecía a una ciudad en ruinas. La ciudad estuvo viva una vez; en el pasado, la gente caminó por sus calles, nació y vivió en sus casas, negociaba en sus mercados, rezaba en sus templos y se divertía en sus tabernas. Las puertas y las tejas rotas se reparaban, las casas viejas se reformaban, y si un edificio estaba demasiado ajado, se echaba abajo y otro nuevo y más moderno ocupaba su lugar. Pero la ciudad fue abandonada, sus habitantes murieron o se marcharon, y ahora sus calles están vacías, sus luces apagadas y las voces que antes la llenaban guardan silencio. Sin embargo, la ciudad sigue ahí. Los edificios, aunque abandonados y ruinosos, se mantienen en pie, mostrando una belleza distinta de la que tenían cuando estaban ocupados, pero bellos aún de todas maneras. Por la noche, la luz de la luna se refleja en los vidrios rotos de las ventanas, y entonces parece como si todavía hubiese alguien ocupando las habitaciones, tal vez leyendo a la luz mortecina de una vela. Y, de vez en cuando, llega un viajero o un visitante atraído por la fama de las hermosas ruinas, y pasea por las calles abandonadas, y de repente es capaz de sentir cómo la ciudad suspira y se estremece calladamente a su alrededor. Porque la ciudad no está viva, pero tampoco está del todo muerta, y aún flotan entre sus muros los recuerdos de miles de historias olvidadas por los mortales que la ciudad, a pesar de todo, aún recuerda y añora.
No comprendí entonces sus palabras. Ni siquiera las comprendí del todo después de haberme convertido en lo que ahora soy. Pero las comprendo ahora. Las comprendo cada noche, cuando me asomo al balcón de mi palazzo y observo el Gran Canal, y la ciudad que se extiende alrededor. Porque yo soy como Venecia, y Venecia es como yo. Venecia es una vampira, una no-muerta, una anciana princesa que se viste con los fastuosos ropajes que usaba en su juventud y se mira al espejo tratando de revivir las alegrías de su pasado, intentando ignorar que el reflejo ya no muestra la frescura de la mocedad sino el cansancio de la vejez. Venecia es como yo, porque las dos guardamos inalterada e imperecedera la belleza anacrónica de hace siglos, pero en nuestro interior ya no quedan fuerzas, sólo sombras. Vivimos de recuerdos de pasadas glorias, y los demás vienen a nosotros atraídos por esos recuerdos, sin saber que en el fondo nuestra belleza vampírica es el canto de sirena que usamos para atraerles y bebernos parte de su sangre, de su fuerza vital. Yo me alimento de la sangre de los vivos, y Venecia se alimenta de las visitas de los forasteros. Por las venas de las dos corre una corriente vital que no es ya nuestra, que debe ser entregada por otros para que sigamos existiendo. Nos quedamos atrapadas en el Renacimiento y nos plegamos sobre nosotras mismas hallando refugio en la añoranza de las glorias pasadas, porque el mundo exterior ha cambiado demasiado y ya no podemos reconocerlo. Ya no podemos sentirnos parte de él. Dos damas engalanadas, dos ancianas de piel tersa, dos máscaras de carnaval, dos esfinges de añoranza que se alzan, como la ciudad en ruinas de la que me habló Giuliano, como testigo mudo y trágico superviviente de épocas pasadas que ya no volverán. Venecia y yo somos una.
4 comentarios:
Ufff, chica. Qué evocador... Y eso que sólo es lunes.
Es que estoy de vacaciones. Por lo tanto, técnicamente hablando estoy en un sábado permanente hasta Septiembre. ¿A que se nota? ;-)
Excelente :)
Gracias :-)
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