sábado, 26 de junio de 2010

Pues yo no lloro por las víctimas de Castelldefels

Hay un refrán que dice "Quien por su culpa muera, que nadie le llore". Todo el mundo parece estar lamentándose por las pobre víctimas que murieron arrolladas por un Alaris en la estación de Castelldefels en la noche de San Juan. Lo que muchas de esas personas olvidan es que los muertos y los heridos de lo que fueron víctimas, más que de un accidente, fue de su propia estupidez. Porque, lo siento mucho, pero sólo a un estúpido se le ocurre cruzar alegremente por las vías del tren cuando cualquier con un mínimo de sentido común y un coeficiente intelectual mayor de -1 sabe que, si se llaman "vías de tren", es porque por ahí pasan trenes. Y los trenes, como todo el mundo sabe, son moles de varias toneladas de peso que si no paran en la estación van a una media de 90 a 130 km/hora (depende del tipo de tren del que estemos hablando), las cuales son físicamente incapaces de detenerse de golpe y necesitan varios centenares de metros para frenar sin descarrilar. En el caso concreto que nos ocupa, el Alaris iba a 130 km/hora aproximadamente, y hubiese necesitado un kilómetro para detenerse por completo.
Y no, que no me vengan con que "dónde estaba el jefe de estación", o "dónde estaban las señales de prohibido cruzar la vía". Que los que cruzaron no eran niños de cinco años. Eran adultos, algunos de ellos en estado de embriaguez, que sabían perfectamente lo que es uan estación, lo que es una vía, lo que es un tren, y lo que es un paso a nivel. Y en esa zona no había pasos a nivel, porque el lugar por donde había que cruzar era el subterráneo. Así que no, no pienso llorar por ellos, del mismo modo que no lloro por los jóvenes borrachos y empastillados hasta las cejas que cogen el coche el fin de semana creyéndose Supermanes y acaban estampados contra el quitamiedos a 190 por hora. Lloraré, en todo caso, por sus familiares y amigos, personas inocentes que están sufriendo un enorme dolor por culpa de la estúpida inconsciencia de aquellos a los que amaban. Lloraré también por el pobre maquinista del Alaris, un trabajador honrado que se estaba ganando el pan de sus hijos, cumplía las leyes de tráfico, las normas de su empresa y las normas del sentido común, y acabó hospitalizado en estado de shock después de haber visto cómo el tren que conducía convertía en picadillo a varios seres humanos sin que él pudiese hacer nada para impedirlo, y que probablemente quedará traumatizado por el suceso para el resto de su vida.
Por ellos sí que voy a llorar, pero por los muertos no. Cuando uno cruza las vías de tres por un sitio prohibido, ya sabe a lo que se está exponiendo, del mismo modo que el que coge el coche borracho y le mete gas hasta el fondo sabe (o debería saber) a lo que se expone. Han malgastado su vida, se han burlado del amor de sus familiares y de la existencia que les dio su Creador sólo por ahorrarse unos minutos de espera para cruzar por el subterráneo. Se la han jugado de la forma más estúpida, y han perdido. Así que no me pidáis que llore por ellos.

sábado, 19 de junio de 2010

"No me gustan las bodas"

Como me caso es mes que viene, tengo entregadas prácticamente todas las invitaciones. La mayoría de las personas a las que he invitado van a venir, aunque hay algunas que por circunstancias, más o menos importantes, me han dicho que no van a poder acompañarnos ese día. Pero también hay un pequeño contingente de personas que me han dicho, ya de entrada, que no van a ir. ¿Su explicación? "Yo no voy a bodas porque no me gustan las bodas". La verdad, si no quieren venir obviamente no voy a obligarlas, pero me parece un argumento de una incorrección tremenda. A una boda no se va sólo por divertirte (aunque los novios tenemos que procurar que todos los invitados sean felices y se diviertan). A una boda también se va como gesto de apoyo y cariño hacia los novios. Es una forma de demostrar que los aprecias, que quieres estar con ellos en su día especial, que quieres compartir su alegría. No acudir cuando te invitan sin una razón de fuerza mayor que lo justifique me parece una señal de enrome desprecio. ¿Que no les gustan las bodas? Y a mí no me gustan los funerales, no te jode, pero no por eso he dejado de acudir al funeral de un ser querido que ha fallecido, porque es una forma de homenajearle, de mostrarle tu cariño y tu respeto. Hay un refrán que dice "en muerte y en boda, verás quién te honra", y me parece que siempre se cumple a rajatabla.
¿Que hay gente que no puede ir por trabajo, o por falta de dinero? Pues vale, lo entiendo. Lo comprendo y lamentaré muchísimo que no estén ahí. Nosotros mismos dejamos de asistir a una boda de unos amigos muy queridos hace poco porque se nos jodió el coche en el último momento y no teníamos manera de desplazarnos (era un viaje de cinco horas). Y bien que nos fastidió no poder estar allí. Pero una cosa es eso, tener un compromiso previo o un imprevisto, y otra cosa muy distinta es decir "no voy porque no me sale de las narices".
Entre los argumentos que he recibido, los hay de los más variopintos. Algunas me han dicho que no van a bodas por principio, porque no están de acuerdo con el matrimonio. Pues muy bien, joder, si no estás de acuerdo con el matrimonio no te cases, que nadie te obliga. Pero una cosa es no casarte porque no crees en el matrimonio, y otra muy distinta hacerle un feo a alguien negándote a ir a su boda por ese motivo. Otro de los argumentos estrella es que "a mí no me gustan las bodas, me parecen una tontería". Vuelvo a lo de antes; a lo mejor hay celebraciones que a mí tampoco me gustan, pero son compromisos a los que acudes para mostrar cariño y apoyo a alguien, no sólo por divertirte. Si tanto te joden las celebraciones, al menos ve a la misa o a la ceremonia civil, aunque no te quedes al banquete.
Dicho esto, creo que realmente lo que me dijeron no eran más que excusas. No creo que esos argumentos sean el motivo real por el que esa gente se ha negado por las buenas a acudir a mi boda. Creo que sólo hay tres motivos verdaderos posibles:
a) La tacañería. Si vas a una boda tienes que hacer un regalo, y a muchos no les apetece rascarse el bolsillo. Dicho sea de paso que yo no le he exigido una cantidad a nadie, y que igual ilusión me haría un detallito modesto, aunque fuera un libro de bolsillo, que un regalazo grande. No tengo a un funcionario de Hacienda en la puerta de la Iglesia diciéndole a los invitados cuánto me tiene que regalar cada uno según su cotización el año pasado. Pero, aún así, algunos tienen una enorme reticencia a acudir a bodas en cuanto a su mente acude la palabra "regalo".
b) La indiferencia: Se hacen los simpáticos, pero en el fondo les importamos un ardite. Sencillamente, el hecho de tener que buscar un vestido, ir a la peluquería, acudir a la ceremonia y después al banquete les da una enoooorme pereza, y como en el fondo nosotros y nuestras vidas les damos totalmente igual, no tienen ningún interés en acompañarnos en nuestro día especial. Pero como no pueden decir "oye, soy un vago redomado y además me importáis un cuerno, así que no pienso perder mi tiempo con vuestra estúpida boda", pues te sueltan lo de "es que yo no voy a bodas porque no me gustan" y quedan de puta madre. O eso creen ellos.
c) La envidia: He notado que, de todos los que me sueltan la frasecita, un alto porcentaje son mujeres, poco agraciadas físicamente, de una edad considerable y solteronas empedernidas. Vamos, que a veces me ha dado la sensación de que el verdadero argumento es "no me gustan las bodas porque se me pasó el arroz hace diez años y me voy a quedar sola durante el resto de mi vida, así que, como yo jamás seré la del vestido blanco, el velo y el ramo en una boda, prefiero no acudir a ninguna de ellas, porque soy una arpía envidiosa y no soporto ver a los demás disfrutando de la felicidad que yo jamás voy a conocer". Tengo sospechas bastante fehacientes, por cierto, de que la última persona que me vino con este argumento (muy recientemente, esta misma semana) es de las que tienen esta motivación.
En fin, que con su pan se lo coman. Al menos, tengo el consuelo de que el día de mi boda voy a estar arropada y acompañada por personas que realmente me quieren y se preocupan por mí, que van a disfrutar de los esfuerzos que Tindomion y yo hemos hecho para que se lo pasen bien, y, sobre todo, que no vamos a tener que pagar el cubierto de un amargado a quien en el fondo no le importamos en absoluto.

viernes, 11 de junio de 2010

El día que por fin fui libre

Hace ya nueve años que salí del colegio y aprobé el Selectivo. Nueve años, desde que terminé COU con buenas notas (por algo había elegido Humanidades, que contenía todas las asignaturas que me gustaban y que encima no tenía las odiadas matemáticas), me saqué la Selectividad también con buenas notas, y me fui para siempre de aquel lugar maldito que había sido mi cárcel y mi prisión durante catorce años de condena. ¿Mi crimen? Ser diferente.
Hoy ha llovido mucho desde aquello, claro. Comencé y terminé la carrera de Derecho, hice amigos que permanecen todavía y amigos de quienes la vida me fue separando, conocí amores que se perdieron en las nieblas del pasado, y conocí al amor de mi vida, el que dentro de un mes y medio se convertirá en mi marido. Hoy, profesional del Derecho y a punto de convertirme en una mujer casada, he encontrado mi lugar en el mundo. Tengo amigos que comparten mis gustos y me aprecian por lo que soy, delante de los cuales no tengo que fingir ni aparentar nada. Me sigue gustando bromear, debatir, leer libros de fantasía, ver películas de ciencia-ficción, escribir, imaginar, jugar a rol y soñar con historias maravillosas sobre hadas, vampiros, sirenas, magos y dragones. No consiguieron cambiarme (al menos de forma permanente), sigo siendo yo misma, estoy rodeada de gente que me quiere como soy, y estoy orgullosa de ello.

Pero, ¿sabéis? Aún hoy tengo pesadillas. A veces, cuando estoy preocupada y estresada, sueño que tengo que volver. Que estoy de nuevo allí, en una de las aulas del colegio Dominicos, rodeada de aquella banda de hijos de puta que convirtió mi vida en un infierno. Después de todo lo que ha pasado, después de todo lo que ha llovido, después de sufrir, aprender, desesperar y salir adelante, mi vida ha vuelto a ese punto y tengo que estar allí otra vez. Me despierto angustiada y con una enorme sensación de alivio al darme cuenta de que sólo había sido un sueño. Pero, en esos momentos, odio a mi cerebro. Por haberme traicionado haciéndome volver, aunque sólo haya sido en sueños.
Por eso, hoy me gustaría rendir homenaje a aquella adolescente de dieciocho años que salió del colegio con una mezcla de alegría, esperanza e incredulidad, como el preso que por fin ve cómo se abren las puertas de la cárcel ante él tras una larga condena y camina vacilante hacia el exterior, temiendo irracionalmente que alguien le obligue a volver. Herida y destrozada, pero libre por fin. Con la esperanza de que por fin se abría delante de sus ojos un futuro mejor.

En primer lugar, aquí va este artículo de Arturo Pérez-Reverte para el XL Semanal, uno de mis favoritos de este escritor, que me emocionó cuando lo leí porque en muchos aspectos parecía escrito para mí. Un guiño del destino:



NADIE DIJO QUE FUERA FÁCIL

Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga campaña –y lo que te queda todavía– no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero es un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa que siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas, irás, esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.

Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto del haba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no para hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.

Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy la recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo sentido de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues eres tú quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña. Nadie dijo que fuera fácil.

El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.

Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.

El Semanal 21 de enero de 2007



Y, en segundo lugar, querría dedicarle este videoclip a todos los amables compañeros de clase que me fueron acompañando por mis años escolares ignorándome, humillándome, insultándome, burlándose de mí, gastándome bromas crueles, destrozando mis deberes, escondiéndome el material escolar, pegándome chicles en el pelo, poniéndome chinchetas en el asiento, dejándome sola en el recreo, golpeándome, calificándome de "rara" y de "loca" (en aquellos días aún no se estilaba el término "friki") sin conocerme y destrozando mi autoestima, mi esperanza, mi felicidad y mi cordura hasta límites insospechados. Gracias, cabrones. Este vídeo va dedicado a vosotros de parte de Ana, la rara y la loca que se pasaba el día leyendo del grupo C de la promoción 1987-2001 (de segundo de Preescolar a COU) del colegio San Vicente Ferrer de los Padres Dominicos de Valencia.


miércoles, 9 de junio de 2010

Ubi sunt? Libros descatalogados que marcaron mi infancia

Todos nosotros tenemos libros que, por una u otra razón, nos marcaron la infancia. La mayor parte de ellos, recuerdo haberlos leído en verano, cuando llenaba de libros una maletita rosa antes de irme al apartamento de Puerto de Sagunto donde pasaba el mes de Julio con mis abuelos. En la maletita había dos tipos de libros: los nuevos, ya que mi madre siempre me regalaba un libro por asignatura como premio por haber aprobado todo el curso, y mis favoritos, los que ya había leído pero me gustaban tanto que no me cansaba de leer y releer.
No tengo recuerdo más feliz de mi infancia que mis días en aquellos apartamentos, cuando por la mañana temprano mis abuelos me daban de desayunar y me llevaban a la playa, luego a la piscina, y, después de comer uno de los sabrosos platos de mi abuela, ellos dos se ponían a dormir la siesta y yo me quedaba toda la tarde leyendo, con un refresco en una mano y un bocadillo de atún o un helado para merendar en la otra, tirada en el sofá, leyendo. Feliz, absorta, despreocupada, con esa sensación infantil de que el verano va a durar para siempre y cada día traerá una nueva y luminosa aventura, sintiendo el sonido y el olor del mar a mis espaldas. Una sensación mágica que hoy, de adulta, sólo puedo añorar, pues, al igual que mi infancia, se marchó para siempre.
Nunca podré volver a aquellos días dorados, del mismo modo que la segunda señora De Winter nunca pudo volver a Manderley, pero, cada vez que abro uno de esos libros mágicos que me acompañaron en mis vacaciones infantiles, por un momento me siento volver allí, y una emoción disfrazada de nostalgia me llena el corazón al recordarme aquellas vacaciones.
Por desgracia, muchos de esos libros especiales de mi infancia ya no pueden encontrarse en librerías. Por alguna razón que me entristece y que no alcanzo a comprender, han sido descatalogados. Y me duele mucho que sea así, al pensar en la cantidad de niños que se están perdiendo las aventuras maravillosas que viví yo a través de sus páginas. Algunos de los títulos que me acompañaron esos días aún pueden encontrarse en las tiendas (El león, la bruja y el armario de C.S.Lewis, Las colecciones de Los Cinco y Torres de Mallory de Enid Blyton (recuerdo que en una librería de Puerto de Sagunto, uno de esos veranos, encontré y compré su autobiografía y fui la más feliz de mundo), Matilda, de Roal Dahl, Entrevista con el vampiro, de Anne Rice...). Pero muchos otros están desaparecidos en combate. Aquí os los dejo, para que, si alguna vez ocurre el milagro y los encontráis, no dejéis pasar la ocasión de comprarlos o regalarlos a algún hermano o sobrino pequeño a quien le guste leer (y, de paso, para que me aviséis a mí y me alegréis el día):

-El verano de la sirena, de Mollie Hunter:
Esta historia me fascinó durante años. Trata de dos hermanos, Jon y Anna, que viven en una aldea de pescadores. Por el pueblo circula una leyenda acerca de una sirena que tiene poderes mágicos y es capaz de hacer naufragar a los marinos hechizándolos con su canto. El abuelo de los niños, Eric, se burla de la historia, y por ello es castigado por la sirena. Tras perder su embarcación, se marcha del pueblo para no atraer las iras de la sirena sobre él mismo y su familia. Pero Jon y Anna también deberán enfrentarse a la sirena...
Aunque no me gustaba demasiado que la sirena fuese la mala de esta historia, ya que me fascinan estos seres, lo cierto es que la historia me atrapó desde el primer momento. La recomendaría incluso para adultos. No hay nadie que cuente leyendas fascinantes como Mollie Hunter.

-Ha llegado un extraño, de Mollie Hunter: La señora Hunter vuelve a la carga con otra de las leyendas clásicas de tu tierra. En esta ocasión, el protagonista es un niño llamado Robbie Henderson que vive en Black Ness, un pequeño pueblo costero de las islas Shetland. En su pueblo se cuentan leyendas acerca del Gran Selkie, un mago marino que tiene cuerpo de foca pero que es capaz de desprenderse de su piel para convertirse en un atractivo joven que se dedica a seducir jovencitas para llevárselas a su palacio bajo las aguas y ahogarlas. Y, un día, a Black Ness llega un extranjero que posa su mirada en Elspeth, la bella hermana mayor de Robbie...
Una novela escalofriante, emocionante y adictiva hasta el extremo, que no pude soltar hasta que leí la última página.

-La Rosa del Kilimanjaro, La Rosa del Desierto, La Rosa de la Pradera y La Rosa de los Hielos, de Carlos Puerto: Estas cuatro novelas (no sé si hay más) cuentan las aventuras de una niña canaria llamada Rosa que es capaz de hablar con lo animales y que junto con su padre, Hugo, recorre el mundo y vive miles de aventuras. Todos los libros me gustaron muchísimo, y, aunque no son tan adultos como los dos anteriores, los recomiendo para cualquier niño entre 8 y 13 años.

-Colección de Ulises Cabal (El Misterio del León de Piedra, El Misterio del Colegio Embrujado, El Misterio de la Ratonera Asesina, El Misterio de la Ciudad Submarina, El Misterio del Teatro del Crimen), de Ulises Cabal: Cualquiera quie haya leído esta colección recordará con cariño a Ulises Cabal, el librero y detective granadino adicto al agua de Litines, y a su simpática prima Charito, enamorada platónicamente de él. No sé quién es el autor, dado que el que escribió los libros tomó como pesudónimo el nombre del protagonista. Lo que sí sé es que estos libros, llenos de misterio e intriga, me encantaron. Todos sucedían en alguna ciudad española (Granada, Salamanca, Logroño, Cádiz y Valladolid), y, de forma muy amena, en el libro aparecían anécdotas acerca de su historia y su cultura. Si los encontráis, no os los podéis perder.

-Mi hermana Gabriela y El secreto de Gabriela, de José Luis Olaizola: Estos dos libros son partes de una misma historia: la de Antonio, un joven universitario de Soria, que es huérfano y vive solo con su abuelo. Un día, reciben una noticia sorprendente: El padre de Antonio, que era militar, se casó en segundas nupcias con una noble africana durante la guerra. Todos fueron asesinados por los esbirros del dictador Macías, pero en un islote, sin que nadie lo supiera, sobrevivió Gabriela, hija del padre de Antonio y de la noble negra, que ha permanecido catorce años completamente sola, viviendo como una salavje, hasta que ha sido encontrada por un grupo de misioneros... La historia, que es tan conmovedora como fascinante, cuenta la historia del encuentro y la adaptación a la civilización de Gabriela vista a través de los ojos de Antonio. Tan estupenda, que no sé por qué puñetas no hicieron nunca
una película basada en estos libros.

-Hasta el verano que viene, de Tormod Haugen: Este es un libro muy melancólico y triste. Habla de la historia de Britt, una niña de doce años que no tiene amigos, sus padres se llevan mal y no quiere hacerse mayor. Dado que yo a su edad sufría la misma soledad y desprecio que sentía ella, fue para mí terapéutico leer este libro, porque me hizo sentir que no estaba sola. Me dio fuerzas para aguantar una situación insoportable. Sólo por eso le tengo un cariño enorme. Y, además, era muy bonito.

-La señora Frisby y las ratas de Nimh, de Robert C. O'Brien: Este es otro de esos libros que, aunque haya sido escrito para niños, puede y debería ser leído también por adultos. La protagonista es la señora Frisby, una ratona viuda madre de cuatro hijos que se siente aterrada porque el granjero pronto va a arar el campo donde vive y su hijo Timothy, enfermo de pulmonía, está demasiado débil como pasa salir al exterior y escapar junto con el resto de la familia. Desesperada, decide pedir ayuda a unos seres extraños de los que todos los animales desconfían: las ratas del gran rosal, que poseen una longevidad y una inteligencia anormalmente altas...
Escrito en un lenguaje bastante adulto y con un argumento realista (a pesar de que haya algunos elementos de ciencia-ficción en la explicación de las cualidades casi humanas de las ratas), lo leí tras ver la versión de dibujos animados en el cine, y la verdad es que no tiene ni punto de comparación: la película no estaba mal, pero el libro es mil veces mejor. No dejéis de leerlo si podéis encontrarlo.

-Colección La Calle del Terror, de R.L.Stine: Seguro que muchos recordáis esta serie de novelas de terror para adolescentes, hermana mayor de la colección Pesadillas, que era más para niños. Me dio mucha rabia que la descatalogaran, porque sé que en EEUU hay muchos libros más de esta serie que no llegaron a traducirse al español (y, además, no lo entiendo, porque se vendían como rosquillas). Hay casi 30 títulos de esta colección, pero los tres primeros que leí (Pánico en la nieve, Un verano diabólico, El bisturí y Quemada por el sol) fueron los que más honda impresión me causaron.

-Volveremos a encontrarnos, de Annelies Schwarz: Esta es una novela basada en hechos reales (la autora cuenta su propia experiencia al relatarnos sus recuerdos de niña) y narra la historia de Liese, una niña checo-alemana que es expulsada de Checoslovaquia junto con el resto de su familia tras la Segunda Guerra Mundial debido a su origen alemán. Liese cuenta el viaje, lleno de penalidades, que hizo desde que salió de su casa prácticamente con lo puesto hasta que ella y su familia consiguieron encontrar algo parecido a un hogar en Alemania. El verano pasado, cuando estuve de vacaciones en Praga (capital de la República Checa), me acordé de ella. El epílogo de esta historia, un alegato a favor del envío de ayuda humanitaria a los refugiados, siempre consigue que las lágrimas me piquen en los ojos.

-Los ojos de Ana Marta, de Alice Vieira: Esta es una de las novelas más perturbadoras que leí durante mi infancia, y quizás por eso mismo se me grabó en la memoria para siempre. La historia versa sobre Marta, una niña portuguesa que vive en un enorme caserón lleno de habitaciones cerradas, con un padre distante y una madre transtornada que no permite que la llamen "mamá". La única que la cuida es Leonor, la fiel criada que lleva muchos años sirviendo a la familia. Y Marta tiene la sensación de que está ocupando el lugar de la Otra Persona, un ser misterioso cuyos ojos invisibles parecen observar su vida... No puedo dar más detalles de argumento, porque la gracia de la novel está, precisamente, en ir descubriendo poco a poco cuál es el misterio que se cierne como una sombra de infortunio sobre la familia.


Bueno, esta es mi lista. Igual me dejo alguno, pero puedo asegurar que, aunque no sé si están todos los que son, sí son todos los que están. ¿Y vosotros? ¿Habéis leído alguno de restos libros? ¿Hay algún libro especial de vuestra infancia que recordáis con cariño y hoy ya no podéis encontrar?

domingo, 6 de junio de 2010

Crítica de "La segunda vida de Bree Tanner", de Stephenie Meyer

Me compré este libro ayer con bastante curiosidad porque, al parecer, prometía lo increíble: ¡una historia escrita por Stephenie Meyer en la que los vampiros protagonistas se comportan como depredadores asesinos! Me hice con él, y, como es bastante cortito (alrededor de 230 páginas) lo terminé el mismo día.
Y, ¿la verdad? Me alegra poder decir que no es un sacacuartos salido a estela de la saga principal como muchos temían. No sólo me ha gustado, sino que me ha parecido mejor que las cuatro novelas principales. Bree, la protagonista, me cayó mejor de lo que jamás me ha caído la sosa de Bella. De hecho, mientras lo leía, pensaba: "Ojalá Bree hubiese sido la protagonista de Crepúsculo desde el principio, ¡cómo hubiera mejorado la saga!".
Y es que, efectivamente, es una gozada poder leer una historia de vampiros en la que la protagonista caza humanos, los mata, y se siente arrebatada por un ansia de sangre que a duras penas puede controlar, y que deshumaniza a sus víctimas como único modo de poder acabar con ellas sin tener remordimientos. Una superviviente perdida en un mundo extraño que para sobrevivir ha tenido que dejar de ver el asesinato como algo malo para verlo como lo único que la mantiene con vida. Y no porque Bree sea mala o le guste hacer daño a la gente, sino porque no conoce otro modo de actuar. No conoce otra forma de sobrevivir.
Las escenas sangrientas no son muchas y Stephenie Meyer no se recrea demasiado en ellas, pero aún así hay algunos momentos que provocan escalofríos (el "accidente" de coche y las barracudas, por ejemplo). Lo más interesante del libro, a mi juicio, es la evolución de Bree Tanner como no-muerta: cómo va descubriendo poco a poco, a través de la maraña de mentiras en la que está sumergida, las verdades ocultas acerca de su naturaleza y su condición, así como su confusión, sus miedos y su lucha interna entre la desconfianza innata motivada por su instinto de supervivencia y la necesidad interior (humana aún, mal que le pese) de tener un amigo en quien confiar.
Bree y sus compañeros son unos personajes bien definidos, cuya historia, a pesar de ser conocida de antemano, no se hace pesada (al revés, a medida que se va acercando la fecha límite te vas desesperando, porque sabes hacia dónde va Bree, aunque ella no lo sepa). Las 40 páginas finales son a mi juicio las mejores de la novela, y, aunque en ocasiones sobra un poco de narración y le falta un poco de diálogo, lo cierto es que Stephenie ha conseguido en poco más de 200 páginas lo que no consiguió en los cuatro libros anteriores: una historia desgarradora e impactante y unos protagonistas carismáticos de verdad, fuertes pero perdidos, adorables pero despiadados, valientes pero trágicos, que han hecho que me quede con ganas de más y que lamente de verdad que la segunda vida de Bree Tanner haya sido tan breve.

SPOLIERS: Me llamó especialmente la atención el descubrimiento, bastante impactante aunque no excesivamente sorprendente, de que los Vulturi fueran capaces de no destruir a los neonatos inmediatamente y de pactar con Victoria, tolerando el caos de Seattle sólo por ver destruidos a los Cullen. Me agrada que Stephenie Meyer haya incluido esta escena, porque solventa uno de los "fallos" de Eclipse: cómo era posible que pasasen tantas burradas en Seattle sin que los Vulturi moviesen un dedo hasta el último momento. También me pareció muy triste y conmovedora la parte final, en la que Bree no huye de los Vulturi y acepta la muerte con resignación porque tras la destrucción de Diego, el único que daba sentido a su no-muerte, ya no quiere seguir viviendo.