lunes, 1 de febrero de 2010

Héroes olvidados (III): Irena Sendler, Ángel Sanz Briz y Giorgio Perlasca


"Entre las historias de dolor y de ruina que nos llegaron de la oscuridad de aquel entonces, hay sin embargo algunas en las que en medio del llanto resplandece la alegría, y a la sombra de la muerte hay una luz que resiste".
J.R.R.Tolkien. "El Silmarillion: De Beren y Lúthien"



Todo el mundo que suele leerme con regularidad sabe la simpatía que tengo por la religión judía y el asco que me dan los totalitarismos (en especial, el nazismo y el comunismo). Es por eso que hoy escribo un nuevo artículo de la sección Héroes olvidados para hablar de tres personas: Irena Sendler, Ángel Sanz Briz y Giorgio Perlasca.
Todo el mundo conoce a Oskar Schindler, ese empresario alemán que salvó la vida de miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay una mujer polaca y dos hombres (un español y un italiano) que, a pesar de haber salvado aún a más gente que el señor Schlinder, no tienen una figura tan destacada como él en la historia. Desde mi blog, me gustaría daros la oportunidad de conocerlos un poco mejor, y pediros que recéis por ellos de vez en cuando (los tres han fallecido ya), porque fueron auténticos héroes.



Irena Sendler, el ángel de Varsovia


Irena Sendler, a la edad que tenía cuando salvó a los niños judíos del gueto de Varsovia. ¿Verdad que se parece mucho a la actriz Aitana Sánchez Gijón? :-)

En 1939, cuando Alemania invadió Polonia, Irena Sendler era una bella enfermera de 29 años que trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia. De talante generoso y compasivo, la horrorizaba el sufrimiento ajeno, y durante la Segunda Guerra Mundial trabajó incansablemente para proporcionar atención médica, comida y ropa a todas las víctimas de la guerra que podía. Cuando el 1942 los nazis crearon un gueto en Varsovia (seguro que todos conocéis las lamentables condiciones en la que los pobres judíos vivían allí de películas como "El pianista"), Irena, horrorizada al ver cómo los seres humanos hacinados allí eran tratados, se propuso ayudar. Ella y un grupo de compañeras tan valientes como ella consiguieron identificaciones de la oficina sanitaria según las cuales supuestamente se encargaban de identificar y controlar los brotes de enfermedades contagiosas.
Sin embargo, su verdadero propósito era otro. Presentándose con un nombre falso, Jolanta, Irena se fue poniendo en contacto con varias familias judías para ofrecerles ayuda. No podía sacarlos de allí a todos sin que los nazis se dieran cuenta, pero se ofreció a salvar a sus hijos poniéndolos en lugar seguro para que los nazis no se los llevaran, puesto que, como advirtió a los familiares de los pequeños, corrían serio peligro allí dentro. La oferta era peliaguda; las familias deseaban proteger a sus pequeños, pero la única alternativa que tenían era entregárselos a una desconocida sin saber si volverían a verlos. Por otra parte, los niños, sobre todo los más pequeños, lloraban mucho si intentaban separarlos de sus padres. Las despedidas de los niños más mayorcitos y sus familiares eran angustiosas. No era una decisión fácil, y muchos dudaron. Algunos padres y madres no deseaban separarse de sus hijos y declinaron la oferta. Otros, desesperados y dispuestos a todo con tal de salvarlos, los entregaron a Irena y a sus amigas. Estos fueron los únicos que sobrevivieron.
A aquellos que le fueron confiados, Irena los sacó del gueto por cualquier medio que estuviera a su alcance; en bolsas de basura, sacos y cargamentos de mercancías (desde herramientas hasta hortalizas), e incluso en ataúdes, haciéndolos pasar por víctimas del tifus. Les daba un nombre falso y los llevaba a un lugar seguro. Como pocas familias polacas estaban dispuestas a correr el riesgo de cobijar y esconder a un judío, los niños encontraron asilo mayormente en establecimientos religiosos cristianos: conventos, monasterios, orfanatos católicos e incluso casas particulares de religiosos. ¿Sorprendente? Tal vez, pero sobre todo conmovedor. Los mismos curas que siglos antes incitaban a los pógromos ahora se jugaban la vida acogiendo con cariño a los niños judíos que les enviaban Irena y sus amigas, con gran riesgo para sus vidas, pero confiando en la cierta inmunidad que poseían al pertenecer a la Iglesia.
Para asegurarse de que pudieran volver con sus familias si los nazis perdían la guerra y la paz volvía a Polonia, Irena escribió el nombre falso de cada niño junto con su nombre verdadero y todos sus datos familiares para poder econtrarlos, informarles de sus orígenes (algunos eran demasiado pequeños para ser conscientes de lo que sucedía, y los religiosos que los recibían no conocían sus nombre verdaderos) y poderlos devolver a sus padres si estos sobrevivían. Luego, metió las listas en frascos de cristal que enterró en el jardín de su vecina.

No obstante, Irena se estaba jugando la vida al ayudar a los pequeños, y pronto llegó el momento en que la desventurada heroína lo sintió en sus propias carnes. La Gestapo averiguó sus actividades y la detuvo, llevándola a la prisión de Pawiak, un sórdido y tenebroso lugar del que pocos salían si no era para ir a un campo de concentración. Los que no morían ejecutados acababan suicidándose. Allí, la pobre Irena fue interrogada duramente y torturada con brutalidad, ya que ella era la única que conocía la verdadera identidad y el escondite de los niños, así como el nombre de las amigas que la habían ayudado.
Pero ella no confesó. Soportó con la enterza propia de un mártir los tormentos de los nazis, cuyos métodos para quebrantar la voluntad de aquellos a los que atrapaban eran atrozmente eficaces. No delató ni a los niños ni a ninguno de sus colaboradores. Un pequeño milagro la sostuvo y le dio fuerzas cuando todo parecía venirse abajo: en un colchón de paja de su celda, después de una de las sesiones de tortura, encontró una estampa de Jesús Misericordioso con la leyenda: “Jesús, en vos confío”. Irena tomó aquel hallazgo como una señal de esperanza y se aferró a él, sin quebrantarse, sin confesar.
Sin embargo, el futuro no se presentaba muy esperanzador para ella. Los nazis, al darse cuenta de que no podían sonsacarle nada, la condenaron a muerte. Irena se resignó a sufrir el mismo destino que muchos prisioneros de Pawiak habían sufrido ya y que miles más iban a sufrir después de ella. Tal vez la estampa que había encontrado no significaba nada. Tal vez estaba condenada irremisiblemente por el único crimen de haber salvado la vida de niños inocentes...
Pero incluso en las horas más oscuras, los milagros son posibles. Mientras esperaba la ejecución, un soldado alemán entró en la celda de Irena y se la llevó para un "interrogatorio adicional". Al salir, gritó en polaco "¡Corra!". Irena no pensó, no tuvo tiempo de sorprenderse ni de darle las gracias a ese inusitado ángel exterminador que acababa de convertirse en ángel salvador. Al día siguiente, la joven halló su nombre en la lista de los polacos ejecutados. Los miembros de la Resistencia polaca habían logrado sobornar a algunos soldados alemanes, gracias a lo cual estos dejaron escapar a Irena, la cual continuó trabajando con una identidad falsa.

Al finalizar la guerra y caer el gobierno nazi, Irena desenterró los frascos y le entregó las notas al doctor Adolfo Berman, el presidente del Comité de Salvamento de los Judíos Supervivientes. Se intentó localizar a las familias de los niños, pero tristemente se descubrió que la mayoría eran huérfanos y estaban solos en el mundo: todas sus familias habían sido exterminadas en los campos de concentración. Unos pocos, los más afortunados, pudieron volver con algún familiar que se hizo cargo de ellos. El resto fueron adoptados o enviados a orfanatos. Vivos, en todo caso. Una generación superviviente. Gracias al sacrificio y al valor de Irena.


Irena a los 97 años, un año antes de su muerte

Más de 2.500 niños fueron salvados por la bella y valiente mujer que años más tarde comenzó a ser conocida como "el ángel de Varsovia". Recibió reconocimiento honorífico por sua acciones: la organización Yad Vashem de Jerusalén le otorgó el título de "Justa entre las naciones" y la nombró ciudadana honorífica de Israel. El presidente de Polonia Aleksander Kwasniewski le otorgó la más alta distinción civil de Polonia: la Órden del Águila Blanca. Sin embargo, el premio que más se merecía, aquel del que era más digna, nunca llegó a recibirlo. Aunque fue candidata al premio Nobel de la Paz (apoyada no sólo por el gobierno de su país, sino por el gobierno israelí y el alemán), no lo ganó. Aunque parezca inceíble, en lugar de dárselo a Irena se lo concedieron a Al Gore.
Irena, privada del Premio Nobel del que debería haber sido justa ganadora, pasó sus últimos años postrada en una silla de ruedas debido a las secuelas de las torturas sufridas a manos de la Gestapo. No le gustaba que la calificaran de heroína, pues, igual que Oskar Schlinder, siempre se lamentó de que podría haber hecho más y haber salvado aún a más niños. Murió en Varsovia en el año 2008 a los 98 años de edad.


Ángel Sanz-Briz y Giorgio Perlasca, amigos unidos contra el nazismo


Ángel Sanz Briz, diplomático español, natural de Zaragoza, y un auténtico héroe

Ángel Sanz Briz era un diplomático aragonés que en 1942 entró a trabajar en la embajada española de Hungría. Al igual que Irena Sendler, era de talante justo y compasivo, y pronto se sintió indignado al comprobar cómo las autoridades nazis trataban a los pobre judíos. Como estaba en buena situación debido a pertenecer al cuerpo diplomático y a ser miembro de un país no beligerante que tenía buenas relaciones con Alemania, decidió actuar.
En 1924, Miguel Primo de Rivera había aprobado la Ley de Derecho a la Ciudadanía Española, que posibilitaba la adquisición de la misma para los judíos de origen sefardí. Haciendo uso de sus habilidades como diplomático, logró que el gobierno español le concediera permiso para proporcionar documentación española a los judíos sefardíes que pudiese encontrar y negociar su traslado a lugar seguro con con las autoridades húngaras, que estaban sometidas a los designios de los nazis.
Sin embargo, pronto comenzó a actuar por cuenta propia: del mismo modo que los nazis estampaban el sello de aprobación como arisch a todo aquel que les convenía, aunque su sangre fuera dudosa, Ángel Sanz, ayudado por su amigo Giorgio Perlasca (veterano italiano de la Guerra Civil Española, por cierto, para que luego digan que todos los que lucharon en el bando nacional eran psicópatas monstruosos), comezó a hacer pasar por sefardíes a todos los judíos que pudo, tuvieran o no realmente este origen. Las documentaciones que no pudo otorgar valiéndose de su estatus como diplomático las consiguió sobornando a las personas adecuadas con su propio dinero. Su celo por proteger a los judíos era tal, que llego a acudir a la estación de tres para hacer bajar de los vagones a varios judíos que iban a ser trasladados a campos de concentración y ya tenían los pasaportes españoles. Entre Giorgio y él, juntaron dinero para alquilar pisos en nombre de la embajada española que ponían bajo protección diplomática y en los cuales ocultaban a los judíos a los que conseguían dar documentación española.
Ángel sabía que corría peligro si los nazis destapaban el asunto y se daban cuenta de que estaba ayudando a escapar a todos los judíos posibles de sus garras, pero decidió arriesgarse. Confiaba en que la codicia de aas autoridades húngaras sería más fuerte que su odio por los judíos, y no se equivocó. Ángel, haciendo honor a su nombre, logró salvar a unos 5.200 judíos, de los cuales sólo unos 200 eran realmente de origen sefardí.


Giorgio Perlasca, el empresario italiano que se hizo pasar por cónsul español

A finales de noviembre de 1944, el gobierno español, ante la inminente caída de Budapest en manos del Ejército Rojo, ordenó al valiente diplomático abandonar su puesto en la embajada húngara y trasladarse a Suiza. Su amigo y ayudante Giorgio continuó su labor utilizando documentos de identidad españoles falsificados por él mismo, en los que declaraba ser el cónsul español en Budapest. Se dedico a brindar alimento, refugio y protección a aquellos a los que salvaba. Su heroísmo llegó al extremo de acudir a las casas donde se iban a llevar a cabo registros para encontrar y detener a judíos y ordenar a los mismísimos nazis que suspendieran los registros, clamando que Sanz Briz estaba de viaje en Madrid, que le había nombrado cónsul en su ausencia, y que podían comprobarlo en la embajada. La mente cuadriculada de los alemanes jugó a su favor: estos le creyeron y, cumpliendo sus órdenes, suspendieron los registros.
La verdad es que el italiano fue afortunado; tras pasar meses escondiendo, dando cobertura y alimentando a miles de judíos en Budapest, sin parar de expedir salvoconductos para ellos, se las vio en serios apuros cuando en enero de 1945 los soviéticos tomaron Budapest. Estos tampoco tenían simaptía alguna por los judíos (de hecho, los judíos morían igual en los gulags que en los campos de concentración nazis, acusados de capitalistas), y tampoco iban a tratar muy bien a un italiano, ciudadano de un estado fascista. Perlasca consiguió huír por los pelos y se las arregló para regresar a Italia tras un azaroso viaje durante el cual estuvo cerca en varias ocasiones de ser atrapado.

Tanto Ángel como Giorgio consiguieron reconocimientos internacionales por su ayuda a los judíos. La organización Yad Vashem de Jerusalén les otorgó a ambos el título de "Justo entre las naciones" y la ciudadanía honorífica de Israel, el mismo reconocimiento que concedieron a Irena Sendler. El gobierno húngaro también concedió a Ángel a título póstumo la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara.
Los dos fueron hombre valientes y justos que no quedaron impasibles ante el sufrimiento de sus semejantes y se jugaron la vida por ayudarles. Los dos, al igual que Irena, no contaron a nadie lo que habían hecho, ni alardearon de ellos, ni siquiera ante sus familias. Ninguno buscó recompensa, pues estaban convencido de haber cumplido con su deber como seres humanos y lamentaban no haber hecho más. A pesar de todo, son aún menos conocidos que Irena Sendler y muchísimo menos que Oskar Schindler.
Lástima que en las sociedades española e italiana actuales, al parecer, sea más conocida gentuza como Belén Esteban, los chicos de Gran Hermano, Cicciolina, Berlusconi y su cohorte de putas, que héroes como estos dos hombres que sin otra recompensa que la satisfacción por haber realizado una buena acción dejaron muy alto el nombre de sus patrias jugánose el pellejo por ayudar a los demás.


Y, como colofón, os dejo esta tira ilustrada (no la voy a llamar cómica, porque de comedia tiene poco, pero sí tiene una interesante reflexión que todos deberíamos recordar). Pinchad en la imagen para poderla leer:



9 comentarios:

Rrruciela dijo...

Pero por suerte todavía hay gente que se acuerda de ellos.

Gracias por hacernos llegar estas historias de valor que, como bien dices, no son justamente reconocidas. Ojalá Irena Sendler hubiera ganado el Nobel de la Paz. Y ojalá se les conociera a todos estos valientes en vez de a la basura que tenemos que tragarnos por la televisión =S

De todas formas, es un bonito detalle que nos hables de ellos. Gracias =)

Findûriel dijo...

Como te he dicho en Facebook, GRACIAS por crear entradas como esta :)

Diva Chalada dijo...

Me ha gustado mucho la entrada :). Y aquí tienes a otro para la colección: Félix Kersten, médico personal de Himmler, que salvó a unos 60.000 judíos haciendo uso de la influencia que tenía sobre el segundo al mando de la Alemania nazi. No se jugó tanto el pellejo, pero no por eso tiene menos mérito. Un saludo!

Estelwen Ancálimë dijo...

Gracias a vosotras, por comentar. Para mí es un placer escribir de vez en cuando sobre esta gente, porque sus historias son preciosas tanto de leer como de recopilar :-)

Anónimo dijo...

Muy buenas señorita :)

No he leido el post ya que no dispongo de tanto tiempo, y en cuento pueda comento el que tiene que ver con el amor :)

Simplemente quería decirle que he vuelto y que le deseo un feliz año (tarde, lo sé) junto con todos los que le rodean.

Saludos Gorgonitas.

Kyrios Bromios dijo...

Yo si lo he leido... y me gusta mucho; un saludo

Estelwen Ancálimë dijo...

Muchas gracias :-)

Sawako dijo...

Estelwen, una entrada genial. Espero no olvidarme nunca de estos héroes :3
De todas formas no encuentro tan malo que Belén Esteban esté más presente en las mentes de los españoles que Irena Sendler. Si cada vez que pienso en Belén Esteban (y no lo hago mucho); me río y desespero, reflexionara sobre esta heroína, probablemente me pondría triste. Y nuestro día a día debe ser vivido con alegría, sin importarnos mucho las cosas... qué bien si algún que otro descerebrado nos ayuda (esta es, al menos, mi opinión).
Pero de ahí a no saber nada de ellos, a no conocerlos ni reflexionar sobre sus actos de vez en cuando; a no agradecerles todo lo que hicieron, pues hay un trecho.
Saw :3

Anónimo dijo...

El rostro de Irena a los 97 años me ha enamorado. ¡Parece tan feliz! Es muy hermoso :)

Está muy bien que se den a conocer ese tipo de personajes, los verdaderos héroes de la humanidad. Todo el mundo conoce a los tiranos, y hasta los súper heroes son más conocidos jejejeje

¡Gracias!