Si examinamos la mitología "terrorífica" que nos rodea, nos toparemos con una curiosidad. Existen muchos seres sobrenaturales que tradicionalmente se usan como antagonistas en los cuentos de terror para dar miedo a los niños (y a los ni tan niños, en ocasiones, que una historia bien contada en el ambiente adecuado puede dar escalofríos a todo el mundo): las brujas, los hombres lobo, los fantasmas, el coco, la momia, el hombre del saco, los vampiros...
A simple vista, todos vienen a ser lo mismo: una especie de personificación del mal, aliados de la oscuridad (todos suelen aparecer por la noche), que tienen como objetivo asustar. Sin embargo, a poco que reflexionemos encontramos un personaje que se desmarca por completo de todos los demás.
Atengámonos a lo más evidente: el aspecto físico. Casi todos estos seres son como mínimo feos, cuanto no directamente monstruosos. La bruja es una mujer vieja y fea plagada de verrugas, el hombre del saco es un hombre feo de aspecto malvado, la momia es un cadáver totalmente vendado, y el hombre lobo, el coco y los fantasmas son seres grotescos, horrorosos, claramente inhumanos. Sin embargo, ¿cuál es nuestra imagen mental del vampiro? Un hombre apuesto o una mujer hermosa, de apariencia joven o atemporal, con un aire tan siniestro como seductor.
¿A qué se debe esto? ¿Por qué el vampiro es el único "monstruo" atractivo? Si se diera el caso de que viésemos un fantasma o un hombre lobo, no hay duda; la primera (y única) reacción sería huir. Pero, ¿y si se nos acerca un vampiro, o una vampiresa? Si os ofrezco la imagen de un hombre fornido y apuesto, con ojos penetrantes, cabellos sedosos y piel pálida que se acerca con una mirada seductora y una leve sonrisa cargada de promesas, o la imagen de una bella joven de larga melena rojiza, formas voluptuosas y pechos turgentes que se acerca moviéndose con la sinuosidad de una gata, cuyo único signo sobrenatural en ambos casos son dos relucientes colmillos que se atisban a través de unos labios carnosos entreabiertos, ¿cuál es la primera reacción en la que pensáis ¿Huiríais... o vacilaríais porque una parte de vosotros se siente seducida?
Y no sólo se trata del físico. El vampiro es el más humano de todos los monstruos, porque es el único capaz de emplear la psicología. El único capaz de cazar a su víctima atrapándola a través de sentimientos. La bruja sólo quiere comerte o convertirte en su esclavo, el hombre lobo sólo quiere matarte, el fantasma desea asustarte, pero el vampiro... ¿realmente quiere desangrarte hasta morir, o sólo va a tomar un poco de tu sangre mientras te retribuye a cambio con la mejor noche de tu vida?
¿Y por qué el vampiro tiene esa imagen en la mentalidad popular? Porque, a diferencia de los demás monstruos, no es la personificación del mal, de la muerte o de lo desconocido. No; lo que el vampiro personifica, lo que simboliza tradicionalmente, es el sexo.
No creo estar sorprendiendo a nadie si digo que el sexo se ha demonizado muchísimo hasta tiempos bastante recientes. No hace falta irse a la Edad Media; basta con retroceder a los años 50. O incluso ahora, cuando en lugares tan civilizados como los EEUU la violencia gratuita está a todas horas en la pantalla y nadie dice nada pero como salga una escena de sexo en horario infantil se arma la de Dios. El sexo es algo que nos atrae pero también nos da miedo, es la luz hipnotizante en la que se quema la polilla; hace un siglo, significaba un placer que podía arrastrarte al pecado mortal. Ahora, en tiempos más laicos, también hay que tener cuidado porque te puede arrastrar a sufrir una ETS o un embarazo no deseado. Nos atrae por el placer que nos da, pero nos asusta por los problemas que implica si algo sale mal. Esa sensación, y no otra, es la que personifica la figura del vampiro.
Porque, ¿acaso no es un símbolo fálico el colmillo con el que el vampiro muerte a su víctima? El acto de clavar los colmillos, de hundirlos en la carne de la víctima para chuparle la sangre, es un perfecto símbolo de la penetración. En el caso de la vampiresa, representa a la mujer dominante que toma las riendas de la relación sexual y rinde al hombre a sus pies mediante sus encantos sexuales. En las imágenes donde el vampiro toma a su víctima, ésta siempre está abajo, tumbada o recostada, cuando no directamente caída en brazos del ser, mientras que el vampiro es el que agarra al humano, el que está encima, el que domina la situación. Y, mientras que la imagen de un hombre lobo atacando a un humano o del hombre del saco acechando a un niño son ciertamente terroríficas, sin ambajes, la imagen del vampiro succionando la vida de la víctima que sostiene entre sus brazos emana sensualidad, excita tanto como asusta. O incluso más.
Por eso es por lo que el vampiro revoluciona el imaginario colectivo como ningún otro monstruo. No nos produce un terror visceral ni nos impulsa a escondernos debajo de las sábanas. Nos atrae y nos provoca más curiosidad que miedo, nos empuja a intentar descubrir si ese ser pálido y hermoso tiene sentimientos, si puede amarnos, si puede darlos la inmortalidad en lugar de arrebatarnos la vida, del mismo modo que el sexo puede entregarnos al éxtasis absoluto si conseguimos burlar sus potenciales efectos negativos. Es la personificación del tabú más antiguo y del deseo más poderoso; el único monstruo que nos empuja a acercarnos en lugar de a huir. Y por eso, si uno lo piensa bien, en caso de tener malas intenciones, es el monstruo más peligroso de todos.
5 comentarios:
Excelente análisis.
Hablando del vampiro 'moderno', sí. El mitológico no era demasiado agradable... pero todo reside en dos secretos: el glamour (el tolkiniano, no el del mundo de la moda) y la atracción por el peligro.
Los vampiros de las historias clásicas podían, con la mirada, 'encantar' o mesmerizar a una persona para que no sintiera miedo de él. Además, de Stoker en adelante, ser mordido por un vampiro provoca un placer sexual inimaginable.
Puesto en la racionalidad postmoderna, esa que ha convertido los superhéroes gigantescos y con aspectos fantásticos en entes profundos y 'humanos', los pobres corderillos se sienten atraídos por el espectador por todo lo que este implica (prohibición, tabú, pecado...)
Por eso me encanta la primera temporada de True Blood. Considero que sería una fidedigna quimera sobre lo que probablemente ocurriría de 'salir a la luz' los vampiros, con todo lo que Fangtasia supone.
Gracias a los dos por vuestros comentarios :-)
Evidentemente, hablo del moderno mito del vampiro, del popularizado a partir del siglo XIX. También es cierto que los vampiros no eran ni mucho menos tan conocidos en el imaginario popular como hasta entonces.
En cuanto a lo que dices de Bram Stoker, me viene a la cabeza ahora mismo una escena en la que cierto personaje se ve obligado a beber sangre de una herida abierta en el mismo torso de Drácula; no hace falta rascar mucho para ver, sobre todo por el contexto en el que transcurre la escena y cómo lo relata la víctima, que en cierto modo es la metáfora de una felación, algo que por supuesto en la época victoriana no se podía ni insinuar en público...
Por cierto que esa misma escena de la película estaba censurada en los países árabes, creo recordar que fue en Jordania donde la vi, o más bien, no la vi XD
Muy buena entrada, Estelwen.
La fascinación que ejerce el vampiro... que siempre ha ejercido (mucho, mucho antes del boom de "Crepúsculo") en la psique colectiva, es debido a su magnetismo sexual.
Forma parte de los sueños "prohibidos" y "oscuros" de la gente dejarse caer en brazos del oscuro seductor, sin poderlo evitar al fin y al cabo porque él es un monstruo sobrenatural y es más fuerte que tú...
Caer en las garras de ese erotismo maligno sin sentirse culpable, vaya, es el quid de la cuestión.
Lord Ruthven, Varney, el conde Magnus... son monstruos de la cabeza a los pies, pero hay una extraña fascinación en ellos que estremece, que pone el vello de gallina.
Y también ellos pueden amar. Por ejemplo, personajes cómo la vampiresa Clarimonda, de "La Muerta Enamorada" de Gautier, son los que acercan el mito del vampiro al monstruo condenado que ama, al ser demoniaco que se sumerge ora en el infierno de su sed repulsiva de sangre, ora en el cielo de amar tanto a su querido que es capaz hasta de desafiar a la muerte y conquistar la vida por él. Es lógico y trágico el triste desenlace al que se ve abocada Clarimonda... un monstruo puede amar... pero nunca encontrar un espacio en el mundo para su amor maldito.
Muy buena reflexión, Estelwen.
La gente somos de temer xD, nos fascinan, nos dan "morbo" ciertos aspectos del mal, aunque no lo reconozcamos abiertamente.
El vampiro es uno. Es un gran foco de maldad... pero de esa maldad sensual a la que no podemos resistirnos.
Cómo el villano/libertino de las películas, que atrae a todas las mujeres aunque es un personaje perdido, malvado o un golfo rematado. Y en cambio todas suspiran por él.XD
De esto hizo su estudio un compañero mío de clase, precisamente.
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