viernes, 10 de febrero de 2012

Jaulas de oro

Oí hablar hace algún tiempo, por una familiar mía que trabaja en Madrid, acerca de las llamadas urbanizaciones cerradas. Nunca había oído de la existencia de sitios así, y tengo que decir que me sorprendió muchísimo: urbanizaciones para gente de clase muy alta, llenas de casas tan grandes y modernas que parecen futuristas. Están rodeadas por un vallado que las oculta del resto del mundo, están controladas por seguridad privada (que sólo deja entrar a los residentes y a los que tienen cita previa, es decir, que los propietarios han avisado que van a venir a visitarles), y dentro tienen todo lo necesario para que sus habitantes no tengan que salir al exterior si no quieren: gimnasio, spa, centro comercial, supermercado, iglesia, farmacia... hasta helipuerto. Son como pequeñas ciudades cerradas en miniatura, donde la élite que vive allí no sale para mezclarse con la plebe más que lo estrictamente necesario. Y, por supuesto, los dueños de las casas compiten entre ellos para ser el más extravagante y lujoso de sus vecinos. Entre los casos (absolutamente verídicos) que me contaron, estaba el de un propietario que se empeñó en tener un televisor de pantalla gigante que saliera del suelo al tocar un botón, y una propietaria que exigía que las luces se encendieran solas en cuanto ella entraba en una habitación y se apagaran en cuanto saliera, porque no le apetecía tener que estar tocando constantemente interruptores. Las parcelas más grandes tienen jardines, piscinas gigantescas y "casitas para huéspédes de sólo veinte habitaciones". Las casas cuentan con piscina cubierta, sauna, sala de cine (sí, sala de cine de verdad, con su pantalla y su suelo inclinado y sus butacas), y una planta sótano entera para "las dependencias del servicio".

No sé a mis lectores, pero a mí la descripción de un lugar así me produce agobio. No niego que, después de ver las fotos de una de esas urbanizaciones, sentí curiosidad por saber cómo sería estar en una de esas casas y verla por dentro. Pero, la verdad, es algo que sólo me gustaría hacer por un fin de semana. Después de un par de días, estoy segura de que más que "guau, quiero quedarme a vivir aquí", mi reacción sería "¡Socorro! ¡Quiero volver a la Tierra!".
Y es que, si uno lo piensa bien, un lugar así no se diferencia mucho de una cárcel. De lujo, sí, pero una cárcel. Un pequeño mundo en miniatura al margen del resto de la humanidad, donde todos se conocen, nadie puede entrar sin autorización, y sus habitantes, por una razón u otra, no pueden abandonar.
Me dirán que no es así, que se pueden marchar cuando quieran. Yo matizaría una cosa: se marcharían si pudieran, pero no pueden. Y es que urbanizaciones de lujo hay muchas, donde las casas son enormes y sus habitantes lucen ropa de buenos diseñadores, se hospedan en hoteles de 5 estrellas, viajan en avión o yate privado y tienen chófer para conducir el BMW, el Porsche o el Ferrari de turno. Pero esos mismos ricachones también se toman un café en el bar, compran en tiendas normales, van al supermercado, pasean por la calle, saben pedir un taxi o coger el metro, van al cine de su ciudad en lugar de tener su sala privada en casa... vamos, que saben desenvolverse en el mundo real y lo hacen, aunque a menudo escojan los mejores productos y los de más calidad, en todos los sentidos. Sin embargo, me da la sensación de que la mayoría de la gente que vive en urbanizaciones cerradas vive de espaldas al mundo, no se mezcla con él. Y eso sólo puede pasar por tres razones:

a) Por narcisismo: Son tan patológicamente creídos y esnobs que se niegan a mezclarse con el populacho y creen que el único lugar digno de ellos es una urbanización súper-ultra-mega exclusiva donde es más difícil entrar que en el Pentágono.

b) Por agobio: Son personas tan famosas que la única forma que tienen de vivir en paz es viviendo recluidas, porque no pueden salir a la calle para comprarse un jersey o ver una película porque todo el mundo se les tiraría encima (como tengo entendido que le pasó hace poco a Justin Bieber, que se metió el chaval en un centro comercial a comprarse una camiseta con un amigo, y las adolescentes comenzaron a llegar en una riada de tal magnitud que la Policía tuvo que acordonar la zona y sacarle escoltado para que no le aplastaran).

c) Por miedo: Son mafiosos o empresarios que no pueden vivir sin protección permanente porque se arriesgan a ser tiroteados (en el primer caso) o secuestrados (en el segundo) en cuanto bajen la guardia, de ahí que deban vivir aislados, desplazarse con discreción y no salir sin su guardaespaldas.

Vamos, que quienes viven allí es o porque están perturbados mentalmente, o porque se sienten acosados, o porque tienen miedo. Y eso, en el fondo, no es otra cosa que ser un prisionero, bien de los demás o bien de la propia mente, por muchas casas futuristas que tengan y muchos spas privados de los que disfruten. Como dijo Stephen King en su novela Ojos de Fuego, un excremento de perro glaseado no es un pastel de bodas, sino un excremento de perro glaseado. Y, si se trata de elegir entre libertad y lujo, tengo muy claro lo que elegiría yo.

3 comentarios:

Findûriel dijo...

Hay hasta colegios. No me quiero imaginar si hay niños y adolescentes que nunca salen de esos barrios ni se relacionan con más personas que sus propios vecinos... brrr...

Estelwen Ancálimë dijo...

Probablemente los hay: niños ricos hijos de papá y ultraprotegidos, que creerán pensando que ellos son Dios, el mundo es Jauja y se puede tratar a los empleados demésticos como a siervos de la gleba. Y luego esos niños serán empresarios (por herencia o enchufe, claro) responsables de parte de le economía mundial. Y así nos irá...

Uri San dijo...

El clásico caso de la jaula dorada.