miércoles, 22 de febrero de 2012

Las madres hacen milagros

Hace ya bastantes meses, asistí a una misa oficiada por un cura que al salir se acercó a hablar conmigo y con mi familia política (la misa era en honor de una familiar, fallecida ya hacía un tiempo). El cura era uno de esos sacerdotes entrometidos (no me meto si en bienintencionados o no, aunque prefiero suponer que lo son) que se creen con derecho a preguntarte intimidades o a darte consejos sin que se los hayas pedido, sólo porque llevan puesta una sotana (y este en concreto, además, era del Opus Dei, así que ya ni les cuento). Nos preguntó a mi esposo y a mí, sin conocernos de nada, insisto, si estábamos casados y si teníamos hijos. Le contesté que estábamos casados desde el año anterior, y que no teníamos hijos. Me pregunto por qué no los teníamos. "Porque aún no consideramos que sea el momento, ni enconómica ni personalmente", respondí. Igual tendría que haber puesto sonrisa de tonta y decir que lo estábamos intentando, pero lo de mentir por quedar bien con la gente nunca se me ha dado demasiado bien. El caso es que el cura, por supuesto, puso cara de reprobación y empezó a soltarme una monserga diciendo que "el matrimonio debe estar abierto a la vida, tenéis que animaros, no se puede coartar la vida, las madres sois capaces de cualquier cosa para sacar a los hijos adelante aunque falte el dinero...".
Ahí fue cuando sí que tuve que poner la sonrisa de tonta y callarme, porque si no, le habría tenido que decir lo que estaba pensando, y no era cuestión de pegarle un corte semejante al cura al que mis suegros habían pagado para que oficiara esa misa en el pueblo de la fallecida. Aunque a veces pienso que ojalá lo hubiera hecho; me hubiera gustado decirle que nadie le había solicitado su opinión, que no me conocía, que no sabía nada de mí y de mi vida y que por lo tanto era una impertinencia propia de un prepotente maleducado emitir juicios acerca de ella. Podría haberle dicho que si no soy perteneciente a la secta del Opus será porque no estoy de acuerdo con las cosas con las que ellos comulgan, y por último podría haberle preguntado si iba a ser él, ferviente defensor de los matrimonios abiertos a la vida, el que me iba a pagar el colegio, la ropa, los pañales y los juguetes del niño cuando mi cuenta corriente se quedara a cero ante semejante avalancha de gastos. Incluso podría haberle comentado, así como de pasada, lo hipócrita que resulta que se ponga a lanzar alegatos en favor de tener hijos una persona que ha hecho un voto de celibato de por vida.

Como digo, al final no le solté nada de eso, pero la verdad es que lo pensé. Y lo sigo pensando; me revienta la gente que hace juicios de valor sobre la vida de los demás sin que se lo pidan. Me casé hace dos años, mi marido está en el paro (¡viva la crisis!) y yo tengo un trabajo como autónoma en el cual mis ganancias son completamente variables y no tengo nómina. No voy a ponerme a quejarme de mi vida, ya que en líneas generales me va bastante bien, y mucho mejor que a la mayoría de españoles: tengo una casa de la cual no tengo que pagar alquiler ni hipoteca, gozo de buena salud, estoy casada con un hombre al que quiero y que me quiere, y tengo un trabajo sin horarios fijos que me permite organizarme el día como mejor crea conveniente (a no ser me señalen un juicio, obviamente, al que tengo que asistir sea a la hora que sea). Pero no estoy, realmente, en situación económica ni personal de tener hijos ahora mismo; bastante tengo con mantener mi cuenta corriente como está con todos los gastos que tengo. Y me revienta que un sujeto, que no me conoce de nada, me diga que debería tenerlos "porque las madres hacen milagros a la hora de mantener a la familia".
Me gustaría saber lo que ese sacerdote entendía por milagros. Como no creo que pensara que yo soy capaz de multiplicar los panes y los peces (o los pañales), supongo que se referiría a que sacrificara mi vida por completo: buscando un segundo trabajo, quizás, sacando tiempo hasta de las piedras, perdiendo horas de sueño y renunciando a mi tiempo libre, mis vacaciones y mi vida de pareja para poder "hacer el milagro de sacar adelante a la familia sin tener un duro para ello".
Pues bien, resulta que tengo una vida. Trabajo, preparo la comida, hago la colada, visito a los familiares mayores que tengo, planifico las compras de la semana, limpio (tarea compartida con mi marido, que afortunadamente es el siglo XXI en estr aspecto), y cuando termino de todo eso, me gustaría disponer de un poco de tranquilidad. Tranquilidad que no sólo implica ausencia de berridos de niño, sino que también implica saber que no tengo en el banco menos dinero del que tengo que gastar. Cuando tenga recursos para vestir, limpiar, alimentar y llevar al colegio y a la guardería a mi hijo, estaré encantada de tenerlo, pero ahora sencillamente no puedo. Ni me siento preparada psicológicamente ahora mismo para ser madre, aunque me gustaría serlo en un futuro. Y encima de todo mi esfuerzo, pocas veces tengo una palabra de reconocimiento o de agradecimiento, como si las mujeres fuésemos súper-womans per que sacamos la energía de debajo de las piedras y encima llevamos adelante la familia y el hogar encantadas de la vida, como si fuera nuestra vocación natural. Eso sí, si cometes un error o se te olvida algo, ya está ahí la vocecita acusadora diciendo "esto no está bien". La misma que cuando se encuentra las facturas pagadas o la comida en el plato deduce que todo eso está ahí por generación espontánea.
La cuestión de cómo va a entender eso un hombre de mediana edad, célibe, que tiene la vida solucionada económicamente porque tiene tras él una organización que se ocupa de todo, que jamás va a tener que preocuparse por una esposa o por unos hijos, y que encima vive rodeado de gente que le ríe las gracias y le da la razón continuamente, es un misterio.

3 comentarios:

Estelwen Ancálimë dijo...

Pues sí. La verdad es que la mayoría son tíos majos y simpáticos, o por lo menos discretos aunque sean secos, y no van preguntándote por tu vida ni dándote consejos gratuitos con tono de beata superioridad. Por fortuna los entrometidos son una minoría. Y, justamente, aquellos a los que menos ganas me dan de pedirles consejo, suponiendo que lo necesite.

Anónimo dijo...

Está todo en el contrato. Cuando se acepta una religión, se acepta todo el paquete. Pero como a mí no me gusta que me juzguen por mi vida zorrona y desenfrenada, tampoco voy a hacer lo mismo. No, no tenía que haberse metido lo más mínimo. Da rabia que haya gente así por el mundo, pero son un mal menor. Ignóralo. Y por favor, la próxima vez sé más lista: "Dios todavía no nos ha dado ninguno". No estás mintiendo. Es cierto. Podría darse el "milagro" de que se rompiera el condón o fallara la píldora y no se da. Y a la vez no le estás diciendo que pones medios para no tener. Así el tío en cuestión se pondría a rezar rosarios para que os llegara un churumbel (que no llegará, a menos que el destino tenga un sentido del humor inhumano) y vosotros no tendréis que tragar el marrón.

Tú haz tu vida y ni caso.

Estelwen Ancálimë dijo...

Una cosa es aceptar la religión, y otra cosas muy distinta es aceptar las cosas que dice la jerarquía humana que interpreta esa religión metiendo añadidos de su cosecha, o las cosas que dice una secta fundamentalista dentro de esa religión. El cura que me dio a mí las clases del cursillo pre matrimonial nos dijo que cada uno debía tener los hijos que pudiera y en el momento en que pudiera, y a todos mis amigos casados por la Iglesia les han dicho lo mismo.

En cualquier caso, ni soy del Opus, ni tengo ganas de serlo, ni el cura entrometido éste sabía si yo era creyente o no, o si sólo asistía a esa misa por compromiso. Razón de más, como dices, para ignorarle (que básicamente fue lo que hice al fin y al cabo), aunque no puedo dejar de lamentar esa mala educación. Aunque yo fuera una católica ultraortodoxa y fundamentalista (que no lo soy) y hubiese tenido cinco hijos en ese nmomento, al sacerdote ese seguía sin importarle un pimiento mi vida, y seguía sin tener derecho a opinar sobre ella a menos que yo se lo pidiera.