El miércoles salía yo del trabajo, cerca de la una y media de la tarde, cuando me pasó algo bastante curioso. Me dirigía hacia la parada del autobús, dispuesta a cogerlo para irme a casa y preparar la comida, cuando oí un extraño sonido a mis espaldas, y me quedé asombrada al ver al tipo que venía tras de mí, siguiendo la misma dirección que yo.
Sin duda, se trataba de un loco. Iba vestido, de pies a cabeza, a rayas rojas y blancas. A rayas rojiblancas eran también sus zapatos y un enorme gorro a los Sombrerero Loco que llevaba en la cabeza, y en sus mejillas llevaba pintadas también rayas de esos dos mismos colores. Pero lo más aterrador no era su extraño atuendo, sino lo que portaba en las manos, el artilugio responsable de aquel ruido infernal. Una carraca. Pero no una carraca normal, de las de Nochevieja, no. Aquella era una carraca gigante, del tamaño de su brazo, pintada (¿a que no lo adivináis?) de rayas rojas y blancas, y la hacía sonar una y otra vez, con entusiasmo.
Iba detrás de mí, y yo empecé a inquietarme; ¿de dónde habría escapado tan extravagante individuo, que vagaba solo por las proximidades de la Ciudad de la Justicia de Valencia donde los colores más vistos son los negros y los grises de los trajes de chaqueta? ¿Realmente me estaría siguiendo? ¿Iría a por mí? Entonces, cuando estaba a punto de alcanzarme, distinguí el dibujo que había en el extremo superior izquierdo de su camiseta, y lo entendí todo: era el escudo de Atleti.
Resulta que (ahora me enteraba yo de eso, las cosas que tiene no ver la tele) había un inminente partido entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao en el Mestalla, la final de la Copa del Rey, y los hinchas ya campaban a sus anchas por la ciudad vestidos con sus mejores y más extravagantes atavíos, como el individuo que caminaba a mi lado. Y, cuando me di cuenta de ello, cuando me di cuenta de quién era ese sujeto y por qué vestía así, las primeras palabras que me vinieron a la mente fueron:
"¡Y a mí me llaman friki por jugar a rol!".
Si es que parece que los únicos frikis que existen en el universo son los roleros, los wargammeros, los flipados de la informática, los que leen libros de fantasía y ciencia-ficción y a los que les gusta vestirse de Darth Vader o de Arwen Undómiel. Y resulta que no, señores. Que los futboleros son capaces de frikadas aún mayores que comerse un maratón contínuo de las tres películas de
El Señor de los Anillos en versión extendida, jugar doce horas seguidas una sesión de rol de
Vampiro o gastar toneladas de tiempo y/o dinero en hacerse un traje inspirado en el universo de Tolkien (pongo de ejemplo estas tres porque son de las que he perpetrado yo :-P). Y las frikadas de los hinchas futbolísticos son aún más frikis que las mías, porque yo al menos frikeo en privado, en mi casa o en una
mereth, con mi grupito de gente en nuestro lugar acotado, mientras que los futboleros lo hacen en plena calle, a la vista de todo el mundo y a lo grande. Sin complejos, oiga. Aunque, claro, ellos no son unos frikis porque "es que el fútbol es así".
Me pregunto cuántos del Atleti y del Barça acabarían a ostias esos días por culpa de la dichosa final. Algo tan normal que, a no ser que monten una gorda o alguien acabe gravemente herido o muerto, ni sale en las noticias. Si esas ostias se las llegan a meter por culpa de una partida de rol en vivo jugada de Valencia (harto improbable, porque ni se hacen ReV en Valencia ni es normal que haya incidentes en ellos), ya veo los titulares en Las Provincias anunciando que "un extraño juego de rol toma nuestras calles y deja un saldo de ocho heridos leves". Ah, claro, pero con el fútbol no pasa nada, porque el fútbol es el deporte rey, el deporte nacional, y tiene esas cosillas.
A todo eso, al final el Atleti perdió. Humillantemente. Les metieron 4 goles a 1, pobrecicos míos. La verdad es que me supo mal; hubiese preferido que ganaran ellos. Nunca me ha gustado el Barça, y además de tanto ver rojiblancos por Valencia al final les acababas tomando cariño, de modo que me dio bastante pena que perdieran. Cuando supe el resultado del partido, no podía dejar de imaginarme al pobre tipo con el que me crucé por la Ciudad de la Justicia, que con el viaje se debe de haber fundido varios días de vacaciones y una pasta en transporte y alojamiento, al que de seguro el resultado de encuentro le habrá quitado las ganas de hacer sonar la carraca durante una buena temporada.