domingo, 15 de abril de 2012

Singermornings everywhere, o el hundimiento del Españic

No deja de ser irónico que, en pleno centenario del hundimiento del Titanic (en este momento, hace justo 100 años, varios barcos se afanaban en rescatar cadáveres congelados e hinchados del mar mientras algo más de 700 supervivientes daban sus primeros y conmocionados pasos por Nueva York tras desembarcar del Carpathia), los españoles tengamos que contemplar con impotencia el espectáculo del hundimiento de nuestro propio país.
Y lo peor es que no es por culpa de los mercados, ni por culpa de la burbuja inmobiliaria, ni siquiera es (totalmente) por culpa de los Bancos. Vale, todos esos factores son culpables de la crisis mundial y por ende también de la crisis española, pero no son la razón por la cual nos ha golpeado tan fuerte durante tanto tiempo.
Los culpables, en realidad, somos nosotros. Por nuestra mentalidad y nuestra cultura.
No creo estar contando nada nuevo si digo que en España la mentalidad de trabajo en equipo para beneficio del grupo es nula, que aquí lo que importa es el amiguismo, el enchufe y el egoísmo, el "mientras a mí me vaya bien a los demás que les den", el "agarra el dinero mientras puedas y corre" y el "el que venga detrás que agarre la cuerda", sanísima ideología que tenemos el (des)honor de compartir con nuestros vecinos italianos. Sin esta mentalidad, y sin los dos vicios capitales que asolan este país, la envidia y la codicia, nunca hubiésemos llegado a la situación en la que estamos ahora.


El RMS Titanic, encantado de conocerse, sin sospechar que iba a hundirse cuando menos lo esperaba. Igual que nosotros.


Para muestra, un botón. Estoy cansada de oír que las PYMES se están yendo todas a pique, que aquí sólo sobreviven los gigantes (léase El Corte Inglés, Mercadona, etc), que las empresas pequeñas no tienen ninguna oportunidad. Maticemos esto, por favor. Las medianas empresas (las que sostienen entre 50 y 100 empleados), que son en su mayor parte las que se han ido a la mierda, tienen un problema que no tienen ninguna de las otras dos categorías. ¿Y cuál es ese problema? Pues ni más ni menos que los cantamañanas con amplio margen de actuación. Sí, hombre, seguro que habéis oído hablar de ellos. Los gerentes y los jefes que durante años se pagaron las comilonas, las vacaciones, el portátil, el móvil personal, el coche nuevo y la tele nueva con el dinero de la empresa, bajo el recurrente nombre de "gastos de representación". Los que mandaban el dinero de sus sueldos a engordar cuentas corrientes mientras dejaban a la empresa sin liquidez. Mientras fue época de vacas gordas no importaba claro; se desgravaban esos gastos y el dinero seguía entrando a espuertas, de modo que el agujero, al menos en apariencia, permanecía tapado. El problema llegó cuando vinieron las vacas flacas, dejó de entrar capital y se descubrió que la empresa no tenía liquidez para soportar los gastos. ¿Y qué hicieron esos empresarios? ¿Sacaron los ahorros de sus cuentas personales y se dispusieron a pagar las deudas con su dinero, como compensación de todo lo que le habían quitado a la empresa? ¡Y una mierda, esto es España! Montaron un ERE y tiraron a la calle a la mitad de su plantilla para no tener que pagarles el sueldo. Claro que con la mitad de la plantilla no pudieron seguir produciendo igual, los empleados caros y con experiencia recibían la patada y se contrataba temporalmente a gente sin experiencia para poderle pagar cuatro duros, con lo cual la productividad de la empresa cayó en picado, los beneficios también, y al cabo de unos cuántos meses o de un par de años se colgó el cartel de "cerrado" y mientras los gerentes y los jefecillos de turno se iban a disfrutar de sus millones y a tirar de contactos para volver a colocarse, los pocos trabajadores que aún conservaban su empleo se iban a la puta calle.

Esto no suele pasar en las pequeñas y grandes empresas, claro. Las pequeñas porque son negocios familiares (despachos pequeños, la frutería o la zapatería del barrio, el bar Pepe...) donde poco se puede trincar y además no conviene porque de ahí come toda la familia. Las grandes, porque tienen muchos departamentos, mucho más control, un prestigio que mantener y una proyección nacional o incluso internacional. Pero hubo muchas otras empresas donde sucedió lo que acabo de contar: que, en lugar de estar manejadas por personas responsables, estaban manejadas por cantamañanas codiciosos y egoístas que no se preocuparon de sacarlas adelante, sino de trincar todo lo que podían mientras fuese posible.

Pero lo grave no es esto, no señor. Una crisis tan seria como la que tenemos no sucede sólo por estas cosas. Lo más grave, la madre del cordero, cuando metimos la cabeza dentro del agujero de la guillotina, fue cuando esto mismo empezó a pasar en las Administraciones Públicas.
Porque si esto pasa en una PYME, lo peor que puede pasar es que se vayan 100 personas a la calle. Pero si pasa en un Ayuntamiento, la situación puede llegar a ser castastrófica. Porque de una Adminstración Pública dependen cientos y cientos de empresas, llamados proveedores, que cuentan con que la Administración les pague y que si no lo hace se van a la ruina. Se cuentan por millares los autónomos y las PYMES que han tenido que declararse en concurso de acreedores o que directamente se han ido a la ruina por el motivo de que uno de sus principales proveedores, los Ayuntamientos, no les pagaban. ¿Cuántos Ayuntamientos están endeudados ahora mismo? ¿Cuántos miles de millones deben? ¿Dónde puñetas ha ido a parar el dinero del que se supone que disponían? ¿Cómo ha sido posible que se haya volatilizado en el aire, como si fuese el falso oro de los leprechauns irlandeses?
Pues por el sencillo motico de que estas Administraciones Públicas, estos Ayuntamientos, han estado siendo dirigidos durante años por el mismo tipo de cantamañanas que dirigen las empresas: gente trepa, arribista, sin escrúpulos ni formación, cuyo ascenso dependió sólo de sus contactos, de sus enchufes, y de los cuellos que estuvieran dispuestos a pisar para subir a lo más alto. Personas codiciosas que cargaron a cuenta del Ayuntamiento gastos como el móvil, el coche, electrodomésticos, vacaciones, banquetes, la compra semanal y hasta las putas. Personas envidiosas que, por aquello del "y yo, más", se endeudaron con proyectos, boatos y derroches que el Ayuntamiento no tenía liquidez para pagar. Personas oportunistas, egoístas y totalmente indecentes que, en definitiva, aprovecharon la impunidad que les daba su cargo para trincar todo lo que pudieran antes de que llegase otro partido político u otro "amigo de" con más enchufe que ellos y tuvieran que abandonar el cargo (es lo que tiene un sistema electoral que no permite las listas abiertas). Lo dicho: la envidia y la codicia. En eso puede resumirse todo. Bueno, en eso y en que se aprovechan del sistema: como TODO el mundo ahí tiene algo que callar, nadie demanda a nadie, nadie controla a nadie y nadie es imputado por lo que ha sucedido. Que el que se mueve no sale en la foto, y aquí o follamos todos o la puta al río.

Esto que acabo de contar, por ejemplo, no pasa en Japón. ¿Por qué? Porque en Japón tienen dos cosas: la meritocracia y la mentalidad de grupo. En las empresas japonesas nadie llega a jefe sólo por ser "hijo de" o "amigo de". No existen los casos de trabajadores veteranos con toda una vida de experiencia a sus espaldas que se ven mangoneados por el joven, impertinente y trajeado hijo del presidente. En las empresas japonesas se empieza desde abajo, y los cargos de más responsabilidad los ostentan sólo empresarios de cierta edad, que han estado currándoselo durante años, que han ascendido por sus méritos, y que saben cómo funciona la sección que dirigen porque han estado trabajando ahí durante años, que comprenden al trabajador medio porque ellos lo fueron una vez, que se lo han estado currando al máximo toda su vida porque sabían que sus contactos familiares o sociales podían ayudar hasta cierto punto, pero no les servirían de nada si no demostraban además que eran los mejores para el puesto.
En las empresas japonesas, además, existe una mentalidad del "quid pro quo": la empresa cuida de los trabajadores y los trabajadores cuidan de la empresa. Se fomentan las relaciones de amistad entre los empleados (que toda la plantilla se vaya de copas con el jefe al terminar la jornada es algo institucionalizado), se les da un buen sueldo, seguro médico, vacaciones pagadas y un contrato fijo que frecuentemente es de por vida a no ser que el trabajador prefiera marcharse. A cambio, el trabajador es fiel a su empresa, a su equipo, y da de sí todo lo que puede para trabajar por ella y procurar que tenga los máximos beneficios. Es una cuestión tanto de honor como de bienestar, para los jefes y para los empleados. Saben que la empresa es su grupo, su "manada", y para que a todos les vaya bien tienen que dar lo mejor trabajando juntos.
Cuéntale todo esto a un español, y verás cómo se parte de risa. En España es justo al revés: los empresarios buscan cómo escatimar y joder al empleado al máximo para ahorrarse en él todo lo posible (y si no le gusta que se vaya, hay cien como él esperando a la puerta), y por consiguiente el empleado se convierte en el rey del escaqueo: yo hago lo mínimo, que se jodan mis compañeros, y si me puedo bajar películas durante el curro, llevarme un par de cajas de bolis y conseguir que la baja de dos meses se convierta en cuatro, mejor que mejor.

No creo que haya que ir más lejos para examinar las causas de nuestra crisis. Tampoco creo que recortar los derechos de los trabajadores y regalar dinero a las empresas nos vaya a sacar del agujero: no es más que pan para hoy y hambre para mañana. Se tratan los síntomas, pero no la enfermedad, y a largo plazo va a ser tan perjudicial como inyectarle morfina a alguien que tiene el brazo gangrenado para evitarle el dolor, en lugar de amputárselo. Sí, en ese momento le aliviará, pero si a la anestesia no le sigue la amputación el brazo se pudrirá y el paciente morirá por la septicemia. Y, tal y como están las cosas, casi puedo ver sus venas rojizas, infectadas, reptando por todo nuestro país, envenenando cada vez más su superficie.

No, señores. No tienen que cambiar las leyes laborales, ni los sueldos, ni las pensiones. Los que tenemos que cambiar somos nosotros. Mientras sigamos cada vez más alejados del espíritu de comunidad y de grupo, obcecados en nuestro individualismo y centrados en alimentar el egoísmo, la envidia y la codicia, nunca saldremos completamente de esta crisis, porque será como el infierno para los demonios, que no pueden escapar de él porque lo llevan consigo a donde quiera que van.

Feliz hundimiento del Españic. ¿No sentís cómo el agua helada comienza a arremolinarse en torno a vuestras piernas mientras el suelo se inclina cada vez más y resuena en vuestros oídos la triste música de los últimos violinistas?

2 comentarios:

Estelwen Ancálimë dijo...

Lo leí cuando salió, y me pareció chulísimo, aunque debo reconocer que ya no me acordaba de él ^^U
Muchas gracias por haberme puesto el enlace y habérmelo recordado. Como casi siempre, Pérez-Reverte dando en el clavo :-D

Anónimo dijo...

Gran artículo! Ya va siendo hora de tener ese debate. Mucha gente justifica a los corruptos diciendo "si tú estuvieses en su lugar harías lo mismo"; me gustaría saber que dirían en un país nórdico cualquiera si les soltasen eso. Cuanta más gente piense así en un país peor va a ir, pero claro, aquí nos creemos más listos que los demás... sólo que al final somos más tontos que nadie.