domingo, 31 de enero de 2010
Nieve
Estoy un poco triste porque no he podido ir a la nieve. Se suponía que íbamos a ir hoy a pasar la mañana a un pueblo del Pirineo y a comer, estaba todo planeado, hasta me había traído las botas y los guantes de nieve que he recibido como regalo de Reyes. Tenía mucha ilusión por estrenarlos, pero al final mis suegros, que eran los que tenían que conducir, se olvidaron porque llegaron un poco tarde a casa de una cena con amigos y al final han pasado de llevarnos. Cuando Tindomion y yo hemos despertado, nos hemos dado cuenta de que ya era demasiado tarde (no íbamos a poder salir antes de las 12:30), de modo que el plan se ha ido a la porra. Me quedé sin nieve.
Mi suegra nos ha comentado que aún podíamos salir, que "total para pisar la nieve y haceros cuatro fotos, media hora es suficiente", pero yo he declinado el asunto. He argumentado que el tiempo iba muy justo y que para media hora no valía la pena hacer el viaje. Pero no se trataba sólo de eso.
Yo no voy a la nieve sólo para pisarla y hacerme cuatro fotos. Para eso, nadie va a ninguna parte. El hecho de que no sepa esquiar ni haga deportes de nieve no implica que vaya solo para hacerme fotos. Si tenía tantas ganas de ir a la nieve es, en primer lugar, porque la echo mucho de menos. De niña, teníamos una casa en un pueblo de la provincia de Teruel, y todas las vacaciones de Navidad me iba allí con mi padre a pasar la Nochevieja y el Año Nuevo. Llegábamos unos días antes y nos marchábamos otros dos antes de Reyes. Y para mí no había nada más bonito que ver los campos nevados, sentir la nieve cayéndome en suaves copos sobre la cabeza y bailar bajo ella inmersa en un mundo mágico. Porque hay algo de mágico en un bosque cubierto de nieve mientras está nevando. No sé si habéis tenido alguna vez la experiencia. La nieve, por abundante que sea, es absolutamente silenciosa cuando cae, a diferencia de la lluvia. La naturaleza se sumerge en un estado de sopor, de silencio absoluto, cuando comienza a nevar. El suelo y el cielo son tan blancos que se confunden entre ellos. Los árboles, abetos de troncos terrosos y ramas verde oscuro, se van cubriendo poco a poco de una capa blanca y cristalina que los cubre como un suave abrigo algodonoso. Los copos caen, silenciosos y espesos, haciendo que todo a tu alrededor parezca cubierto por una cortina de encaje blanco. Y yo, en medio del bosque nevado, mirando maravillada a mi alrededor, me sentía el único ser humano sobre la Tierra, aunque mi familia estuviese a pocos pasos de distancia, junto a los coches.
La sensación de estar en medio de un bosque mientras nieva es tan especial, tan mágica, que se convierte en algo casi místico. Por desgracia, la casa del pueblo hace ya muchos años que no es nuestra y nunca he vuelto allí. He regresado alguna que otra vez a zonas nevadas, pero no es lo mismo. No es lo mismo estar cerca de una estación de esquí, rodeada de familias que gritan y se pasean con sus equipos de esquí, donde no nieva y la capa blanca del suelo está mancillada por todas partes con las huellas de las botas de todos los esquiadores.
En segundo lugar, me encanta la nieve. Es fría, pura, blanca, limpia y maravillosa. Me hace sentir relajada y pensar en cosas bonitas. Un paisaje nevado me llena de una mezcla de alegría y serenidad. Me hace sentir inmersa en un mundo mágico. Y, por encima de todo, me encanta jugar en ella. Cuando estoy en la nieve, vuelvo a sentirme como una niña. Adoro hacer ángeles de nieve en el suelo, participar en batallas de bolas y construír muñecos. Me encanta pasear por un bosque nevado, observando cada pequeño riachuelo que corretea a través de paredes de hielo, cada árbol y cada hoja, el aspecto nuevo de la naturaleza sumida en su estado letárgico bajo el manto blanco. Adoro mirar las profundidades del bosque y sentarme a imaginar las historias fantásticas de hadas, unicornios, magos y princesas que podrían estar sucediendo en el mundo secreto más allá de la espesura nívea.
Adoro la nieve porque, en definitiva, cumple la misma función que las Merith, las Estelcones, las partidas de rol y las películas y los libros de fantasía: me hace abandonar el mundo real por unos instantes y sumergirme en un universo paralelo que mi corazón lleva toda la vida buscando con avidez: el mundo mágico, el mundo al que pertenecen la Tierra Media, Narnia, la Galaxia de los Jedis, el Mundo de Tinieblas... Ese mundo en el que mi corazón anhela vivir y al que no puedo llegar.
Pisar la nieve y hacerse cuatro fotos, dijo mi suegra. Ja. Menos mal que no pude o no quise explicarlo, porque de todos modos no creo que lo hubiera entendido.
sábado, 30 de enero de 2010
Crítica de "Los juegos del hambre" y "En llamas", de Suzanne Collins
A primera vista, la premisa del libro no es muy original; una mezcla de "Battle Royale" y "La larga marcha". Es un relato adictivo, emocionante, lleno de acción y suspense y bien escrito (yo me fusilé los dos libros que hay hasta ahora en poco más de un día), pero no demasido original. O eso pensaba yo hasta que leí "En llamas", la segunda parte.
No voy a dar detalles del argumento (aunque sí debo decir que el libro me gustó mucho y es igual de bueno que el primero, además de dejarme muerta de impaciencia por leer el tercero), pero sí quiero comentar que, al leerlo, me di cuenta de algo que hace este relato diferente a todas las otras distopías de concursos que matan a gente que he leído o he visto en el cine: la trilogía de "Los juegos del hambre", aunque sea futurista, no nos habla del futuro. Nos habla del pasado. Esto es así, porque durante la lectura de "En llamas" descuibrí algo que sólo estaba ligeramente insinuado en el primer libro: que el país de Panem está basado en el Imperio Romano. No sólo en detalles menores como por ejemplo los nombres en latín o la Cornucopia, símbolo de la abundancia en la antigüedad clásica, sino en cómo es la sociedad en general: Un Capitolio lleno de gente hermosa, rica y culta que organizan banquetes en los cuales vomitan para seguir comiendo mientras en los Distritos la gente apenas tiene para comer. Tienen esclavos, tanto los ciudadanos de los Distritos que viven en ellos sin poderse escapar y que reciben una miseria de alimentos a cambio de duro trabajo, como aquellos a los que llaman avox, que sirven en el propio Capitolio y a los cuales enmudecen por medio de una operación para que no puedan hablar (práctica ya realizada en la antigüedad sobre algunos esclavos). Y los famosos Juegos del Hambre no pueden recordar más a los gladiadores: esclavos que luchan en la arena tratando de sobrevivir, sabiendo que si ganan tendrán riqueza, fama y el favor de un público que no es consciente de su humanidad ni de su sufrimiento y que hace apuestas sobre sus favoritos y goza del espectáculo de las muertes.
Eso es lo más aterrador del mundo que ha creado Suzanne Collins. Que no es una invención. Que es real. Que nos habla de algo que ya sucedió. Que tal vez, si las circunstancias históricas hubieran sido otras, sería lo que estaría pasando en este mismo momento. Lo que sería la Roma clásica en estos días de tecnología, internet, televisión y coches automáticos. Y que nos deja un inquietante aviso: si perdemos todos los valores que transformaron la sociedad antigua en la moderna, si volvemos a los tiempos de relativismo, amoralidad y decadencia que había en la época del Imperio... ¿qué impedirá que lo que ya sucedió una vez en el pasado vuelva a ocurrir?
martes, 12 de enero de 2010
12 cosas que he aprendido acerca del amor y las relaciones
2) Los sinvergüenzas adorables con corazón de oro sólo existen en las películas de Hollywood. Los ligones rompecorazones y los malotes con morbo pueden parecer atractivos de entrada, pero en el fondo eso no es más que una trampa de loa anteriormente citado: no nos gustan porque sean ligones o malotes, sino porque creemos que pueden cambiar por amor. ¡Error! Aunque sean nuestra pareja, el ligón seguirá tonteando y el malote seguirá buscándose problemas. Hay que reservar los "cambios por amor" para las películas y novelas románticas y en la realidad buscarnos un buen hombre que sea honesto y fiel desde el principio.
3) El miedo al compromiso no existe. Si un tío está realmente enamorado de una mujer, se compromete con ella, no va a dejarla escapar. Un hombre enamorado de verdad nunca teme al compromiso, lo desea. Si un chico dice "no estoy preparado para una relación seria", "vayamos despacio", "estoy agobiado", "tengo miedo al compromiso" o "vivamos el día a día", lo que realmente quiere decir es lo siguiente: "Me gustas, pero no estoy realmente enamorado de ti".
4) Parece una obviedad, pero el físico no importa. La belleza está en el interior. Ojo, no digo que todos los guapos sean unos capullos (aunque la mayoría lo son, ya que suelen ser unos creídos), ni que todos los normalitos o feos sean adorables (aunque muchos valen más la pena que los guapos porque, conscientes de que no son adonises, se esfuerzan en cultivar su personalidad para hacerla más interesante). Hay de todo en todas partes. Sólo digo que jamás hay que dejarse llevar por el físico a la hora de elegir pareja, ni en un sentido ni en otro. A la hora de la verdad, es la personalidad lo que cuenta.
5) El que hoy deja a su novia por ti, mañana te dejará a ti por otra.
6) Si un chico corta contigo, muy probablemente ya tiene a otra esperando. Los chicos suelen tender más a hacerte putaditas para que así cortes tú y él se ahorre el mal trago de tener que dejarte, con el correspondiente chaparrón de lágrimas y recriminaciones. Sólo cuando hay otra chica exigiéndoles que dejen a la novia para estar con ellas, se toman el trabajo de cortar ellos. O eso, o es que están tan hartos de ti que no te soportan ni un sólo día más y te quieren perder de vista para siempre (y aún así es probable que dejen de llamarte de repente o pasen de ti antes que pasar el mal trago de cortar cara a cara).
7) Para que una pareja funcione, es fundamental que los carácteres sean compatibles, que se esperen cosas similares de la vida, que no se tengan opiniones radicalmente opuestas sobre temas importantes (matrimonio, religión, hijos, política...) y que haya aficiones comunes. Los polos opuestos pueden atraerse, pero no duran juntos. Si vas a vivir el resto de tu vida con una persona, cuantas más cosas en común tengas con ella, mejor.
8) Si te ponen los cuernos, corta. No sólo porque la infidelidad es signo de que hay algo que falla (y mucho) en la relación, sino por dos razones fundamentales: Una, la primera vez que rompes las normas siempre es la más difícil, las siguientes veces se va volviendo más fácil; hay altas posibilidades de que el que es infiel una vez lo sea más veces. Y dos, nunca vas a recuperar por completo la confianza en esa persona, y tampoco te librarás completamente del rencor. Es imposible ser realmente feliz con alguien que sabes que te ha puesto los cuernos.
9) No hay que acostarse nunca con alguien a quien no ames de verdad. Es un error. Acabas sintiéndote mal, aunque en ese momento quieras hacerlo. El sexo sin amor es una mierda. Hablo por experiencia, tanto propia como ajena.
10) Las relaciones idílicas donde nunca se discute no existen. Hasta en la relación más feliz y sólida del mundo hay peleas. La cuestión no es no pelearse (esto es imposible), sino respetar a la otra parte, saber perdonar, saber ceder y tener paciencia. Es imposible una convivencia duradera si dos personas no se tienen respeto y son incapaces de ceder un palmo de terreno. Los orgullosos y los irascibles acaban solos.
11) Los hombres son más simples que el mecanismo de un botijo. No saben entender las sutilidades. Si quieres que un hombre haga algo, díselo con claridad. No esperes que adivine lo que deseas o se guíe por las indirectas. No pueden.
12) A tu pareja debes poder contárselo todo y mostrarte tal y como eres. Si no te atreves a hacer o a decir algo delante de él por miedo a cómo se lo va a tomar, o si temes reprocharle o quejarte de algo por miedo a que se enfade y te envíe al cuerno, ese chico NO es el amor de tu vida. Al amor tu vida se lo vas a poder contar todo y nunca vas a tener que fingir ni callarte nada ante él, porque él te va a amar y aceptar tal y como eres, con tus cosas buenas y tu cosas malas. Y puede que de vez en cuando se moleste o discuta contigo, pero eso nunca afectará a la estabilidad de una pareja sólida. Una de las cosas que distingue a las relaciones duraderas y auténticas es los amantes pueden discutir de lo que sea porque los dos saben que no se van a dejar de querer ni un poquito después de la discusión.
viernes, 8 de enero de 2010
¡Regalos! ^o^
Escribo esta entrada para compartir con vosotros el listado de mis regalos de Reyes. Me gustaría que me comentaseis contándome qué os han traído a vosotros, si es todo lo que queríais, si se han dejado en Persia algo de vuestra carta... en fin, esa cosas ^^
He aquí el listado de mis regalos de este años:
Libros:
-El nombre del viento, de Patrick Rothfuss.
-Eva Luna, de Isabel Allende.
-Bizancio, de Judith Herrin.
-La isla bajo el mar, de Isable Allende.
-Vampyr, de Carolina Andújar.
-La Guía Trotamundos de Atenas y las Islas Griegas, para la luna de miel ^^
-Dark Sanctuary, de Victoria Francés (aunque me llevé una sorpresa mayúscula al abrirlo y ver que también en un CD de música del grupo) O_o
Regalos aplazados:
-La reforma de la cocina.
-Una vitrina para el salón.
Otros regalos:
-Un frasco de aceite de oliva aromatizado a la trufa blanca.
-Unos guantes y unas botas para la nieve.
-Un pack completo de mi colonia, Verry Irresistible de Givenchy.
-Unos auriculares nuevos para el I-pod.
-Un encendedor nuevo para los fogones (el que tengo ya no funcionaba bien).
-Un disco duro portátil (esto es un regalo compartido con Tindomion).
-Un llavero con forma de ángel ^o^
Y esto es todo por este año. Como veis, han debido pensar que soy buena, porque han sido muy generosas :-)
domingo, 3 de enero de 2010
Los exterminadores de toros
¡Que os dejen muchas cosas los Reyes Magos! :-)
Los exterminadores de toros
Resulta desalentador comprobar cómo el franquismo, o su espíritu dictatorial, sigue habitando entre nosotros, en nuestra sociedad y en nuestros demagógicos políticos. A todo el mundo se le llena la boca hablando de la libertad de expresión, pero casi nadie tolera que se le lleve la contraria, ni, aún más grave, que exista lo que, según cada cual, no debería existir. La próxima ley antitabaco, por ejemplo, de la que hablé hace unos meses, impide que existan locales en los que se reúnan los fumadores, en vez de aconsejar a los enemigos del humo que se abstengan de frecuentarlos, lo mismo que está vedado el acceso a los casinos y a los bares de topless, supongo, a los menores de edad, o que la mayoría de los heterosexuales procuran no entrar en sitios de ligue gay, porque allí nada se les ha perdido. Esa ley de Zapatero y Jiménez equivale a suprimir los lugares mencionados por si acaso a quien no le gustan se le ocurre meterse en ellos. Dicho sea de paso, mi artículo sobre dicha ley me costó, entre otros reproches, una ruin carta de la Presidenta de Nofumadores.org, en la que insinuaba que quizá yo cobraba de las compañías tabaqueras. De nuevo el espíritu totalitario: si alguien no opina como yo, será porque está comprado.
Vaya así por delante, en esta ocasión, que no soy aficionado a las corridas y que se cuentan con los dedos de las manos las veces en que he asistido a ellas, y sobraría algún que otro dedo. Tampoco tengo ningún contacto con el mundo del toreo ni desde luego he percibido un euro de nadie relacionado con él. Si las corridas se prohibieran, en nada cambiarían mi vida ni mis costumbres, luego carezco de todo interés personal o laboral en su permanencia. Pero tampoco tengo nada en contra de ellas, y en la iniciativa ciudadana de Cataluña que ha dado pie a que los políticos de esa autonomía aprueben debatir en su Parlamento su posible abolición en el territorio, sólo veo, por tanto, un afán más de prohibir aquello con lo que no se está de acuerdo, una muestra más del espíritu dictatorial y franquista que continúa anegándonos y envenenándonos.Lejos de mi intención hablar de “tradición y cultura” o de “fiesta nacional”, esa clase de argumento patriótico me causa alergia. En esa iniciativa se mezclan dos cosas: por un lado, la ignorancia deliberada e interesada de los nacionalistas e independentistas –es decir, su necedad, pues justamente eso significa “necio” en la certera definición del DRAE: “Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber”–, que los lleva a creer –o a fingirlo– que las corridas son algo netamente “español” y no catalán, cuando su afición y arraigo en Cataluña han sido siempre fortísimos y están bien documentados; por otro, la frivolidad extrema de quienes se llaman a sí mismos “animalistas” (no sé si el “ismo” está de sobra) y de los ecologistas. En lo que respecta a los segundos, ya ha señalado el filósofo Gómez Pin en este diario que, según preservadores del medio ambiente, economistas, ganaderos y veterinarios, “el mantenimiento de no pocas dehesas (parques auténticamente naturales, donde un animal criado por el hombre goza de condiciones para realizar su naturaleza específica…) sería inviable sin la fiesta de los toros”. Si no hubiera ganaderías hace tiempo que esas dehesas estarían convertidas en urbanizaciones monstruosas, de esas que dicen combatir los ecologistas. En cuanto a los primeros, a los “defensores de los animales”, me temo que en este caso se convierten más bien en su mayor amenaza y sus mayores enemigos. ¿Por qué creen que todavía existe el toro bravo o de lidia? Se lo cría y cuida artificialmente y con esmero tan sólo porque hay corridas y otros espectáculos taurinos en nuestro país. ¿Acaso se ve a esa bestia en Alemania, Italia, Gran Bretaña o Rusia, fuera –tal vez– de unos pocos ejemplares que se utilizan como sementales? El toro no viviría espontáneamente. No es un bicho que pueda andar suelto por los campos sin poner en grave peligro a la población humana, ni que pueda valerse enteramente por sí mismo. Si se prohibieran las corridas y dejara de haber ganaderías, ¿quiénes se ocuparían de ellos, de alimentarlos, cuidarlos y controlarlos? ¿Esos “animalistas” a los que hemos visto emocionarse consigo mismos tras la votación del Parlament de Cataluña? Seguro que no. ¿El Estado? No creo que se encargase de tarea tan costosa como improductiva, y, si lo hiciera, es muy probable que los mismos abolicionistas de hoy protestaran por el dispendio inútil a cargo de los contribuyentes.
Quienes quieren acabar con las corridas, en suma, lo que pretenden –o pueden conseguir sin darse cuenta– es extinguir una especie, que sin ellas no sobreviviría. A lo sumo se destinarían a sementales unos pocos toritos, y seguramente se sacrificaría en su nacimiento a la mayoría de los machos. En vez de hacerlo en la plaza, tras darles una vida plena y libre de más de cuatro años, se haría en secreto, nada más ser paridos. Si eso da buena conciencia a los antitaurinos, que me expliquen los motivos. Porque, suponiendo que los taurinos sean “torturadores de animales”, los enemigos de las corridas resultarían ser exterminadores de animales. Y, francamente, entre los primeros y los segundos, prefiero con mucho a aquéllos, que al menos les causan una muerte en combate tras permitirles una vida. Éstos ni siquiera consentirían que tuviesen vida, ni que perdurase el toro bravo.