miércoles, 24 de febrero de 2010
Gracias, profesor
Porque sin él yo jamás hubiera conocido historias, aficiones, amigos, experiencias y personas que dieron un giro a mi vida triste y vacía y la convirtieron en la felicidad que estoy viviendo ahora... ahí va mi modesto agradecimiento.
Por escribir libros tan fantásticos, épicos y maravillosos como la trilogía de El Señor de los Anillos, El Hobbit o El Silmarillion...
Por inventar un mundo tan completo y fascinante como la Tierra Media, con sus razas, costumbres, flora, fauna, mitología, cultura e idiomas...
Por hacerme vivir una experiencia mágica sumergida en un mundo de fantasía lleno de naturaleza, magia, honor, amor y aventuras...
Por permitirme conocer la Comarca, Gondor, Rivendel, Lothlórien, Mordor, Beleriand, Númenor y Valinor...
Por crear personajes tan entrañables e inolvidables como Frodo, Sam, Gimli, Galadriel, Gandalf, Aragorn, Eowyn, Lúthien Tinúviel, Turin Turambar, Nienor Níniel, Elrond, Merry, Pippin, Legolas, Aragorn, Boromir, Faramir y el resto de elfos, hobbits, hombres, enanos, valar y maiar que pueblan Eä...
Por permitir que se creara en la Sociedad Tolkien Española, un lugar donde por fin he podido encontrar amigos queridísimos que son iguales que yo y ante los que no tengo que disimular mi personalidad ni mis aficiones porque me comprenden y me quieren tal y como soy...
Por permitirme encontrar entre los tolkiendilis al amor de mi vida, con el cual me voy a casar este mismo año...
Por darme la oportunidad de jugar al ReV de la Tierra Media, vestime con maravillosos trajes de princesa élfica, hacer el brindis rohirrim en las cenas de gala, participar en musicales, talleres y conferencias de todo tipo, y reír y disfrutar en las Mereth y las EstelCones...
Por haber unido a miles y miles de personas con lazos inquebrantables de amor y amistad, creando nuevas familias y grupos de amigos por medio de la magia de la literatura y la fantasía...
Por hacer que, gracias a su esfuerzo y su talento, este año los miembros del smial de Edhellond estemos trabajando codo con codo para organizar la XVI Mereth Aderthad...
¡GRACIAS, PROFESOR TOLKIEN!
Juntos encontraremos el camino que lleva al Oeste... Y juntos encontraremos un lugar donde los corazones tengan descanso...
miércoles, 17 de febrero de 2010
Carta abierta a los de la Disney después de ver "Tiana y el sapo"
Después de ver Tiana y el sapo, me gustaría dirigirles esta carta abierta con la esperanza de que algún día lleguen a leerla.
En primer lugar, muchas gracias por dar este paso en dirección a la animación tradicional y las historias clásicas de princesas. Los filmes de Pixar están muy bien, pero nunca debemos olvidar que lo que creó el concepto de "magia Disney" no fueron los coches parlantes, ni los muñecos vivientes, ni las familias de superhéroes. Lo que creó la magia Dinsey fueron las películas clásicas de aventuras, magia y princesas tan bellas como sus canciones. Así que, muchas gracias por dar ese paso para devolvernos a muchos adultos la emoción de cuando éramos niños, y de acercar a los que ahora son niños a este entrañable mundo de fantasía.
Pero ojo, fíjense que sólo hablado de "dar un paso". Porque aún les queda un buen trecho de camino.
Entiendo que tengan miedo de que a los niños de hoy en día no les guste la animación fuera de lo que son los dibujos por ordenador o los filmes en 3D's. Sé también que los niños de hoy son bastante menos imaginativos de lo que éramos nosotros hace quince o veinte años. Sin embargo, eso no es excusa para dar un paso atrás y hacer una película tan infantil, en el sentido de guión sencillo, sin complejidad alguna ni ese tono oscuro y maduro que impregnaba las películas Disney, en mayor o menor grado, a partir de Aladdín. No es excusa para realizar una película dirigida exclusivamente a niñas de 4 a 12 años. No es excusa para no poner toda la carne en el asador.
Por favor, señores de Disney, devuélvannos las películas ambientadas en mundos de fantasía, medievales, renacentistas o decimonónicos, como mucho. El mundo actual nunca va a tener tanto encanto y magia como el presente.
Devuélvannos historias de amor conmovedoras y bien trabajadas, de las que nos hacían brotar lágrimas, como la de Bella y Bestia, la de Ariel y Eric, o la de Pocahontas y John Smith.
Devuélvannos badas sonoras brillantes de principio a fin como las de La Sirenita, Aladdín, La Bella y la Bestia, El Jorobado de Notre Dame, El Rey León, La Bella Durmiente o Pocahontas. Devuélvannos esas canciones corales que parecen diseñadas para ser cantadas en un musical de Broadway.
Devuélvannos escenarios memorables como la cueva de la colección de Ariel, el salón de bailes de la Bestia, la cueva del tesoro de Aladdín, la pradera con la roca de El Rey León y la Notre Dame de Quasimodo.
Devuélvannos personajes profundos y entrañables como Simba, Quasimodo, Mufasa, el Rey Tritón, Tarzán, Mulán, Ariel, Bella, Pocahontas, Esmeralda y Aurora.
Devuélvannos secundarios cómicos memorables como el Genio, Sebastián, Lumière, Baloo, Mushu y Flora, Fauna y Primavera.
Devuélvannos malos aterradores y carismáticos a partes iguales como Jafar, Maléfica, Gastón, Scar, Úrsula o el juez Frollo.
No tengan miedo de volver atrás. En estos casos, sí se puede decir que tiempo pasado fue mejor. Ya ha dado el primer paso, sean valientes y completen el ciclo. No tengan miedo de los cuentos clásicos, de las historias épicas, de la grandeza, de los guiones que nos hacen soñar, estremecernos, llorar, reír, emocionarnos y salir del cine con una sonrisa de oreja a oreja.
Muchas gracias.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Convierta a su hijo en delincuente en 10 cómodos pasos
DECÁLOGO PARA FORMAR UN DELINCUENTE
1.- Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.
2.- No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.
3.- Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.
4.- No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.
5.- Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.
6.- Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.
7.- Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.
8.- Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.
9.- Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.
10.- Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.
Este texto me ha hecho pensar en las pasadas Navidades. A mí, cuando era pequeña, los Reyes no me traían todo lo que yo quería. De los juguetes que pedía en la carta, sólo llegaban algunos, y el número variaba en función de lo bien que me portaba o de las notas que sacaba en el colegio. De hecho, aún recuerdo aquella mítica maquinita de hacer algodón de azúcar que los Reyes nunca me trajeron (básicamente porque mi madre pensaba, me imagino que con toda la razón, que con esa cosa conseguiría enguarrar yo solita toda la cocina en media hora), y lo mucho que deseaba tenerla. Pero, oye, mis padres consideraron adecuado que no la tuviese, y aunque aún me acuerdo del asunto tampoco es que haya tenido que ir al psicólogo a causa de ello (además, casi mejor, porque de ese modo me habría empachado de algodón de azúcar, en cambio hoy en día aún me encanta y en las contadas ocasiones en las que veo una de esas nubes rosas corro a comprarla ^^U). Y, de regalos fuera de la época Reyes-Cumpleaños-Santo-Fin de curso con todas aprobadas, ni hablamos. A los ocho años, por ejemplo, tenía muchas ganas de que me compraran la cinta de vídeo de La Sirenita de Disney en cuanto salió, y mi madre me la compró sólo a condición de que estuviera tres días seguidos portándome perfectamente.
Y esto viene a cuento de que, como ya decía, me acordé de las pasadas Navidades y de cómo a mi hermanita, de 4 años de edad, la abrumaron a regalos. En total, entre los padres, los abuelos, los tíos.... no le debieron caer menos de 30 ó 40. Y no exagero. Para que os hagáis una idea, en casa de sus abuelos maternos, que le dieron los regalos en Nochebuena, tenía tantos que se cansó de abrirlos antes de terminar, dijo "mañana más" con su vocecita de niña, y se fue a dormir sin terminar de desempaquetarlos. Eso me hizo pensar con bastante amargura que yo, de pequeña, tenía muchos menos regalos que ella, pero, ¡con cuánta ilusión y alegría los recibía! Cada uno de ellos era un tesoro para mí. Me habían costado esfuerzo, me los había ganado, y cada uno era único. Solía tener un regalo por cada familiar, a excepción de mis padres que me regalaban de tres a seis, según cómo me hubiera portado en casa y en el colegio. Sin embargo, mi hermanita apenas los miraba dos veces. La mayor parte de ellos los olvidaba a la media hora y acababan en un rincón. Mi hermana, igual que muchos niños hoy en día, tiene montones de juguetes más que yo a su edad, pero no se ha esforzado por conseguirlos ni le ha dado tiempo de anhelarlos y desearlos, y, precisamente por eso, no los valora.
También me he acordado de un niño al que le di clases particulares a los 14 años, cuando yo era universitaria y necesitaba sacarme un dinero. El crío en cuestión se pasaba el día jugando a la Playstation y saliendo con sus amigos y no ponía el más mínimo esfuerzo en el estudio, por eso sacaba malas notas. Sin embargo, los padres no le castigaban porque, según ellos, no creían en el castigo y opinaban que la solución era pactar con él como si fuera un adulto responsable para que hiciera las cosas. Yo me callaba, pero para mis adentros pensaba que lo que ese chico necesitaba no eran palabras dulces ni una profesora particular, sino una buen colleja y que le retirasen las llaves de la moto, la paga y la Playstation hasta que hincara los codos sobre la mesa y se pusiera a estudiar de una vez por todas.
En el mundo real los niños y los adolescentes son inconscientes y egoístas. No se les puede dejar a su aire esperando que se comporten de forma razonable, si lo hicieran serían ya adultos. Los niños son como esponjas, absorben todo lo que ven y oyen y no discriminan entre lo que es bueno y lo que es malo, porque no tienen criterio ni madurez para hacerlo. No se puede dejar a un niño sin principios éticos y morales para que decida libremente cuando sea adulto. Eso no es progresismo ni libertad, es pretender que el niño se autoeduque él solito. Y, lo que es peor, es presumir que, si los padres no le enseñan nada, el chaval se va a mantener virgen de influencias hasta los 18 años. A ver, lo que el niño no aprenda en su casa lo aprenderá de la televisión o de los amigos. Está bien educar a los hijos enseñándoles a pensar y a razonar por sí mismos para que cuando sean mayores puedan tomar sus propias decisiones. Pero no meterles ninguna clase de principio moral, ético o religioso implica dejar que cualquier otra persona o circunstancia le imponga sus ideales. Ideales que suelen ser, por ejemplo "haz lo que quieras", "tú vales más que nadie y eres lo único que importa", "las reglas son para los tontos", y "Consume, consume, consume y compra todo lo que puedas y serás el más guay".
Y es que el señor Calatayud tiene más razón que un santo. Yo entiendo y comparto que no es cuestión de volver a los tiempos en los que los padres no sólo pegaban palizas a los hijos con el cinturón o la vara, sino que les elegían la carrera, el trabajo y hasta la esposa. El problema es que, como siempre, parece que nos vamos de un extremo a otro, y ahora se ha llegado al punto de penalizar los castigos de los padres a los hijos (ojo, un bofetón o una colleja, si no son habituales, no hacen daño a nadie. Yo me llevé algunos durante mi infancia y no estoy traumatizada). Qué lástima que sólo se eduque con severidad o con libertinaje, pero no con sentido común, que es el menos común de los sentidos.
lunes, 1 de febrero de 2010
Héroes olvidados (III): Irena Sendler, Ángel Sanz Briz y Giorgio Perlasca
"Entre las historias de dolor y de ruina que nos llegaron de la oscuridad de aquel entonces, hay sin embargo algunas en las que en medio del llanto resplandece la alegría, y a la sombra de la muerte hay una luz que resiste". J.R.R.Tolkien. "El Silmarillion: De Beren y Lúthien"
Todo el mundo que suele leerme con regularidad sabe la simpatía que tengo por la religión judía y el asco que me dan los totalitarismos (en especial, el nazismo y el comunismo). Es por eso que hoy escribo un nuevo artículo de la sección Héroes olvidados para hablar de tres personas: Irena Sendler, Ángel Sanz Briz y Giorgio Perlasca.
Todo el mundo conoce a Oskar Schindler, ese empresario alemán que salvó la vida de miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay una mujer polaca y dos hombres (un español y un italiano) que, a pesar de haber salvado aún a más gente que el señor Schlinder, no tienen una figura tan destacada como él en la historia. Desde mi blog, me gustaría daros la oportunidad de conocerlos un poco mejor, y pediros que recéis por ellos de vez en cuando (los tres han fallecido ya), porque fueron auténticos héroes.
En 1939, cuando Alemania invadió Polonia, Irena Sendler era una bella enfermera de 29 años que trabajaba en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia. De talante generoso y compasivo, la horrorizaba el sufrimiento ajeno, y durante la Segunda Guerra Mundial trabajó incansablemente para proporcionar atención médica, comida y ropa a todas las víctimas de la guerra que podía. Cuando el 1942 los nazis crearon un gueto en Varsovia (seguro que todos conocéis las lamentables condiciones en la que los pobres judíos vivían allí de películas como "El pianista"), Irena, horrorizada al ver cómo los seres humanos hacinados allí eran tratados, se propuso ayudar. Ella y un grupo de compañeras tan valientes como ella consiguieron identificaciones de la oficina sanitaria según las cuales supuestamente se encargaban de identificar y controlar los brotes de enfermedades contagiosas.
Sin embargo, su verdadero propósito era otro. Presentándose con un nombre falso, Jolanta, Irena se fue poniendo en contacto con varias familias judías para ofrecerles ayuda. No podía sacarlos de allí a todos sin que los nazis se dieran cuenta, pero se ofreció a salvar a sus hijos poniéndolos en lugar seguro para que los nazis no se los llevaran, puesto que, como advirtió a los familiares de los pequeños, corrían serio peligro allí dentro. La oferta era peliaguda; las familias deseaban proteger a sus pequeños, pero la única alternativa que tenían era entregárselos a una desconocida sin saber si volverían a verlos. Por otra parte, los niños, sobre todo los más pequeños, lloraban mucho si intentaban separarlos de sus padres. Las despedidas de los niños más mayorcitos y sus familiares eran angustiosas. No era una decisión fácil, y muchos dudaron. Algunos padres y madres no deseaban separarse de sus hijos y declinaron la oferta. Otros, desesperados y dispuestos a todo con tal de salvarlos, los entregaron a Irena y a sus amigas. Estos fueron los únicos que sobrevivieron.
A aquellos que le fueron confiados, Irena los sacó del gueto por cualquier medio que estuviera a su alcance; en bolsas de basura, sacos y cargamentos de mercancías (desde herramientas hasta hortalizas), e incluso en ataúdes, haciéndolos pasar por víctimas del tifus. Les daba un nombre falso y los llevaba a un lugar seguro. Como pocas familias polacas estaban dispuestas a correr el riesgo de cobijar y esconder a un judío, los niños encontraron asilo mayormente en establecimientos religiosos cristianos: conventos, monasterios, orfanatos católicos e incluso casas particulares de religiosos. ¿Sorprendente? Tal vez, pero sobre todo conmovedor. Los mismos curas que siglos antes incitaban a los pógromos ahora se jugaban la vida acogiendo con cariño a los niños judíos que les enviaban Irena y sus amigas, con gran riesgo para sus vidas, pero confiando en la cierta inmunidad que poseían al pertenecer a la Iglesia.
Para asegurarse de que pudieran volver con sus familias si los nazis perdían la guerra y la paz volvía a Polonia, Irena escribió el nombre falso de cada niño junto con su nombre verdadero y todos sus datos familiares para poder econtrarlos, informarles de sus orígenes (algunos eran demasiado pequeños para ser conscientes de lo que sucedía, y los religiosos que los recibían no conocían sus nombre verdaderos) y poderlos devolver a sus padres si estos sobrevivían. Luego, metió las listas en frascos de cristal que enterró en el jardín de su vecina.
No obstante, Irena se estaba jugando la vida al ayudar a los pequeños, y pronto llegó el momento en que la desventurada heroína lo sintió en sus propias carnes. La Gestapo averiguó sus actividades y la detuvo, llevándola a la prisión de Pawiak, un sórdido y tenebroso lugar del que pocos salían si no era para ir a un campo de concentración. Los que no morían ejecutados acababan suicidándose. Allí, la pobre Irena fue interrogada duramente y torturada con brutalidad, ya que ella era la única que conocía la verdadera identidad y el escondite de los niños, así como el nombre de las amigas que la habían ayudado.
Pero ella no confesó. Soportó con la enterza propia de un mártir los tormentos de los nazis, cuyos métodos para quebrantar la voluntad de aquellos a los que atrapaban eran atrozmente eficaces. No delató ni a los niños ni a ninguno de sus colaboradores. Un pequeño milagro la sostuvo y le dio fuerzas cuando todo parecía venirse abajo: en un colchón de paja de su celda, después de una de las sesiones de tortura, encontró una estampa de Jesús Misericordioso con la leyenda: “Jesús, en vos confío”. Irena tomó aquel hallazgo como una señal de esperanza y se aferró a él, sin quebrantarse, sin confesar.
Sin embargo, el futuro no se presentaba muy esperanzador para ella. Los nazis, al darse cuenta de que no podían sonsacarle nada, la condenaron a muerte. Irena se resignó a sufrir el mismo destino que muchos prisioneros de Pawiak habían sufrido ya y que miles más iban a sufrir después de ella. Tal vez la estampa que había encontrado no significaba nada. Tal vez estaba condenada irremisiblemente por el único crimen de haber salvado la vida de niños inocentes...
Pero incluso en las horas más oscuras, los milagros son posibles. Mientras esperaba la ejecución, un soldado alemán entró en la celda de Irena y se la llevó para un "interrogatorio adicional". Al salir, gritó en polaco "¡Corra!". Irena no pensó, no tuvo tiempo de sorprenderse ni de darle las gracias a ese inusitado ángel exterminador que acababa de convertirse en ángel salvador. Al día siguiente, la joven halló su nombre en la lista de los polacos ejecutados. Los miembros de la Resistencia polaca habían logrado sobornar a algunos soldados alemanes, gracias a lo cual estos dejaron escapar a Irena, la cual continuó trabajando con una identidad falsa.
Al finalizar la guerra y caer el gobierno nazi, Irena desenterró los frascos y le entregó las notas al doctor Adolfo Berman, el presidente del Comité de Salvamento de los Judíos Supervivientes. Se intentó localizar a las familias de los niños, pero tristemente se descubrió que la mayoría eran huérfanos y estaban solos en el mundo: todas sus familias habían sido exterminadas en los campos de concentración. Unos pocos, los más afortunados, pudieron volver con algún familiar que se hizo cargo de ellos. El resto fueron adoptados o enviados a orfanatos. Vivos, en todo caso. Una generación superviviente. Gracias al sacrificio y al valor de Irena.
Irena a los 97 años, un año antes de su muerte
Más de 2.500 niños fueron salvados por la bella y valiente mujer que años más tarde comenzó a ser conocida como "el ángel de Varsovia". Recibió reconocimiento honorífico por sua acciones: la organización Yad Vashem de Jerusalén le otorgó el título de "Justa entre las naciones" y la nombró ciudadana honorífica de Israel. El presidente de Polonia Aleksander Kwasniewski le otorgó la más alta distinción civil de Polonia: la Órden del Águila Blanca. Sin embargo, el premio que más se merecía, aquel del que era más digna, nunca llegó a recibirlo. Aunque fue candidata al premio Nobel de la Paz (apoyada no sólo por el gobierno de su país, sino por el gobierno israelí y el alemán), no lo ganó. Aunque parezca inceíble, en lugar de dárselo a Irena se lo concedieron a Al Gore.
Irena, privada del Premio Nobel del que debería haber sido justa ganadora, pasó sus últimos años postrada en una silla de ruedas debido a las secuelas de las torturas sufridas a manos de la Gestapo. No le gustaba que la calificaran de heroína, pues, igual que Oskar Schlinder, siempre se lamentó de que podría haber hecho más y haber salvado aún a más niños. Murió en Varsovia en el año 2008 a los 98 años de edad.
Ángel Sanz-Briz y Giorgio Perlasca, amigos unidos contra el nazismo
Ángel Sanz Briz, diplomático español, natural de Zaragoza, y un auténtico héroe
Ángel Sanz Briz era un diplomático aragonés que en 1942 entró a trabajar en la embajada española de Hungría. Al igual que Irena Sendler, era de talante justo y compasivo, y pronto se sintió indignado al comprobar cómo las autoridades nazis trataban a los pobre judíos. Como estaba en buena situación debido a pertenecer al cuerpo diplomático y a ser miembro de un país no beligerante que tenía buenas relaciones con Alemania, decidió actuar.
En 1924, Miguel Primo de Rivera había aprobado la Ley de Derecho a la Ciudadanía Española, que posibilitaba la adquisición de la misma para los judíos de origen sefardí. Haciendo uso de sus habilidades como diplomático, logró que el gobierno español le concediera permiso para proporcionar documentación española a los judíos sefardíes que pudiese encontrar y negociar su traslado a lugar seguro con con las autoridades húngaras, que estaban sometidas a los designios de los nazis.
Sin embargo, pronto comenzó a actuar por cuenta propia: del mismo modo que los nazis estampaban el sello de aprobación como arisch a todo aquel que les convenía, aunque su sangre fuera dudosa, Ángel Sanz, ayudado por su amigo Giorgio Perlasca (veterano italiano de la Guerra Civil Española, por cierto, para que luego digan que todos los que lucharon en el bando nacional eran psicópatas monstruosos), comezó a hacer pasar por sefardíes a todos los judíos que pudo, tuvieran o no realmente este origen. Las documentaciones que no pudo otorgar valiéndose de su estatus como diplomático las consiguió sobornando a las personas adecuadas con su propio dinero. Su celo por proteger a los judíos era tal, que llego a acudir a la estación de tres para hacer bajar de los vagones a varios judíos que iban a ser trasladados a campos de concentración y ya tenían los pasaportes españoles. Entre Giorgio y él, juntaron dinero para alquilar pisos en nombre de la embajada española que ponían bajo protección diplomática y en los cuales ocultaban a los judíos a los que conseguían dar documentación española.
Ángel sabía que corría peligro si los nazis destapaban el asunto y se daban cuenta de que estaba ayudando a escapar a todos los judíos posibles de sus garras, pero decidió arriesgarse. Confiaba en que la codicia de aas autoridades húngaras sería más fuerte que su odio por los judíos, y no se equivocó. Ángel, haciendo honor a su nombre, logró salvar a unos 5.200 judíos, de los cuales sólo unos 200 eran realmente de origen sefardí.
A finales de noviembre de 1944, el gobierno español, ante la inminente caída de Budapest en manos del Ejército Rojo, ordenó al valiente diplomático abandonar su puesto en la embajada húngara y trasladarse a Suiza. Su amigo y ayudante Giorgio continuó su labor utilizando documentos de identidad españoles falsificados por él mismo, en los que declaraba ser el cónsul español en Budapest. Se dedico a brindar alimento, refugio y protección a aquellos a los que salvaba. Su heroísmo llegó al extremo de acudir a las casas donde se iban a llevar a cabo registros para encontrar y detener a judíos y ordenar a los mismísimos nazis que suspendieran los registros, clamando que Sanz Briz estaba de viaje en Madrid, que le había nombrado cónsul en su ausencia, y que podían comprobarlo en la embajada. La mente cuadriculada de los alemanes jugó a su favor: estos le creyeron y, cumpliendo sus órdenes, suspendieron los registros.
La verdad es que el italiano fue afortunado; tras pasar meses escondiendo, dando cobertura y alimentando a miles de judíos en Budapest, sin parar de expedir salvoconductos para ellos, se las vio en serios apuros cuando en enero de 1945 los soviéticos tomaron Budapest. Estos tampoco tenían simaptía alguna por los judíos (de hecho, los judíos morían igual en los gulags que en los campos de concentración nazis, acusados de capitalistas), y tampoco iban a tratar muy bien a un italiano, ciudadano de un estado fascista. Perlasca consiguió huír por los pelos y se las arregló para regresar a Italia tras un azaroso viaje durante el cual estuvo cerca en varias ocasiones de ser atrapado.
Tanto Ángel como Giorgio consiguieron reconocimientos internacionales por su ayuda a los judíos. La organización Yad Vashem de Jerusalén les otorgó a ambos el título de "Justo entre las naciones" y la ciudadanía honorífica de Israel, el mismo reconocimiento que concedieron a Irena Sendler. El gobierno húngaro también concedió a Ángel a título póstumo la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara.
Los dos fueron hombre valientes y justos que no quedaron impasibles ante el sufrimiento de sus semejantes y se jugaron la vida por ayudarles. Los dos, al igual que Irena, no contaron a nadie lo que habían hecho, ni alardearon de ellos, ni siquiera ante sus familias. Ninguno buscó recompensa, pues estaban convencido de haber cumplido con su deber como seres humanos y lamentaban no haber hecho más. A pesar de todo, son aún menos conocidos que Irena Sendler y muchísimo menos que Oskar Schindler.
Lástima que en las sociedades española e italiana actuales, al parecer, sea más conocida gentuza como Belén Esteban, los chicos de Gran Hermano, Cicciolina, Berlusconi y su cohorte de putas, que héroes como estos dos hombres que sin otra recompensa que la satisfacción por haber realizado una buena acción dejaron muy alto el nombre de sus patrias jugánose el pellejo por ayudar a los demás.
Y, como colofón, os dejo esta tira ilustrada (no la voy a llamar cómica, porque de comedia tiene poco, pero sí tiene una interesante reflexión que todos deberíamos recordar). Pinchad en la imagen para poderla leer: