sábado, 23 de abril de 2011

Meme literario

Hoy, para celebrar San Jorge, Día del Libro, meme literario, que ya me he encontrado en varios blogs que frecuento y que os animo a hacer a vosotros también :-)


El último libro que he leído: Venganza en Devil's Acre, de Anne Perry.

El libro que estoy leyendo ahora mismo:
Habitaciones cerradas, de Care Santos.

Un libro que cambió mi forma de pensar: Teología para universitarios, de Luis González-Carvajal. Era el libro que nos mandó el profesor de religión de 3º de BUP, y acabó siendo el pilar fundamental de mi religiosidad adulta. Nunca agradeceré lo bastante el haberlo leido, es un libro muy inteligente que invita a reflexionar y me aclaró muchísimo las ideas.

El último libro que me hizo llorar: El Gran Lord, de Trudi Canavan.

El último libro que me hizo reír: Choque de Reyes, de George R. R. Martin.

Un libro prestado que no me han devuelto: La Dama Número Trece, de José Carlos Somoza. Que encima era mi libro de terror favorito, lo presté en tapa dura, y me lo tuve que volver a comprar... de bolsillo, porque el presupuesto no daba para más ¬¬

Un libro prestado que no he devuelto... todavía: El rey en el castillo, de Victoria Holt.

Un libro que volvería a leer: La trilogía completa de El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien. Jamás me cansaré de releerla.

Un libro que cambió mi vida: De nuevo, El Señor de los Anillos, de J.R.R.Tolkien. Si no lo hubiera leído, mi vida no sería la misma, ni yo tampoco.

Un libro para regalar a ciegas: El Último Catón, de Matilde Asensi. Aún no he encontrado una sola persona a la que no le haya gustado.

Un libro que me sorprendió para bien: El Nombre del Viento, de Patrick Rothfuss. Jamás imaginé que sería tan bueno.

Un libro que me decepcionó: Harry Potter y la Orden del Fénix, de J.K.Rowling. Me llevé tal disgustos con este libro que jamás quise volver a saber nada del mundo de Harry Potter. Fue una ruptura total; pasé de fanática a detractora radical en un sólo día.

Un libro que robé: Jamás en la vida he robado nada.

Un libro que encontré perdido: Nunca me he encontrado un libro perdido.

El autor del que tengo más libros: Enid Blyton, R.L. Stine y Stephen King.

Un libro valioso: La edición de lujo de Los Hijos de Húrin, de J.R.R. Tolkien, y todos los libros de José Carlos Somoza que tengo firmados por el autor.

Un libro que llevo tiempo queriendo leer: Dime quién soy, de Julia Navarro. Estoy esperando a que lo saquen en formato de bolsillo para ponerle la mano encima (en tapa dura tiene un precio prohibitivo).

Un libro que prohibiría: Dos velas para el diablo, de Laura Gallego. Y quemaría todos los ejemplares existentes, al estilo Farenheit 451.

El próximo libro que voy a leer: Grotesco, de Natsuo Kirino.


¡Feliz Día del Libro a todos! Y no olvidéis que hoy tienen un 10% de descuento... ;-)

martes, 19 de abril de 2011

Winter is coming, primer capítulo

Lo que me ha gustado y lo que no del capítulo piloto de Juego de Tronos:


OK

-La prisa que se han dado por colgar el capítulo y los subtítulos.
-El original opening.
-Invernalia, su ambiente y sus habitantes.
-Todos y cada uno de los miembros de la familia Stark, brillantemente caracterizados.
-Que Sansa Stark y Robert Baratheon parezcan aún más imbéciles en la serie de lo que lo son en el libro.
-Bran trepando por las cornisas.
-Pentos y el magíster Ilyrio.
-Tyrion Lannister. Fuck yea.
-La tumba de Lyanna Stark.
-Los paisajes.
-La boda dothraki, igual que la del libro.
-Gore y tetas a mansalva. Al menos en esto no se podrá decir que no son fieles al libro.


KO

-El prólogo (los Otros son una mierda, al menos tal y como se ven ahí, el ambiente terrorífico está muy desaprovechado, y no dan ninguna explicación de cómo es posible que Will consiga escapar teniendo al Otro a dos metros y sin estar escondido encima del árbol, como pasaba en el libro).
-Jaime Lannister. Con ese peinado y esa ropa, parece más un caballero decimonónico-steampunk que un caballero medieval.
-Cersei Lannister y sus trenzas alderaanianas. Sólo faltaba R2D2.
-Que no aparezca el brillante diálogo entre Ned y Bran ("¿Un hombre puede ser valiente cuando tiene miedo?" "Es el único momento en que puede ser valiente").
-Las hermanas silenciosas. Más que monjas funerarias, parecen brujas zulúes.
-Los gusanos. Odio los gusanos. Detesto, aborrezo, maldigo a los gusanos. PUAJ.
-El pelucón que llevan los Targaryen.
-Khal Drogo. Es el personaje con el que más la han cagado, con diferencia. Le quitan todo el carisma y le convierten en un salvaje más. ¿Dónde quedó el "plata para la plata de tus cabellos"? ¿Qué es eso de poner por las buenas a cuatro patas a una Daenerys llorosa en la noche de bodas? Khal Drogo la tranquilizó, la excitó, tuvo paciencia con ella, fue atento y delicado. Es por eso que Daenerys se enamora de él, porque es mucho más educado, amable y civilizado que los otros dothrakis. Y no es "un asesino" como dice Ilyrio, sino un guerrero. Qué mierda, de verdad.


Conclusión: La cosa empieza bien, pero que vayan con cuidado. Alejarse del libro e intentar darle toques de modernismo steampunk al asunto es la mejor manera de cagarla. Espero que omitan innovaciones innecesarias en los futuros capítulos.

jueves, 14 de abril de 2011

La procesión atea y sus efectos secundarios



Pues miren ustedes, a pesar de la oleada de bilis que me subió a la garganta cuando me enteré de la posible celebración, y a pesar de lo mucho que me satisfizo enterarme de la prohibición, al final me está dando por pensar que a lo mejor eso de la procesión atea no hubiese sido tan mala idea.

Es que me los estoy imaginando, con sus parodias de pasos, sus eslóganes ofensivos y sus pancartas burlescas contra el cristianismo (me juego lo que sea, eso sí, a que no tienen huevos de hacer lo mismo con la religión musulmana en frente de una mezquita). Y me estoy imaginando a todos los que estamos hasta los cojones, yo entre ellos, armados con tomates y huevos podridos, dispuestos a explicarles lo que pensamos de sus ofensas y su falta de respeto contra las creencias de los demás. Porque, qué quieren que les diga, eso de poner la otra mejilla es un mensaje divino, pero la paciencia humana tiene un límite y muchos estamos hartos de que de un tiempo a esta parte vilpendiar nuestra religión sea la nueva moda.

La cosa, naturalmente, tenía muchas posibilidades de acabar a hostias. Y se me estaba ocurriendo que, con el calor del momento, no sería inverosímil que entre el paro, la corrupción, la ley Sinde, los recortes de pensiones, la subida de impuestos, la baja de sueldos, y el aumento de años de cotización y edad de jubilación, todo eso mientras los políticos se niegan a recortar sus privilegios, a alguien se le ocurriera decir algo como "¡El Gobierno nos ha jodido las vida y el país y ahora ha permitido que estos cabrones vengan a jodernos la religión! ¡Vayamos a manifestarnos ante el Congreso! ¡Si los árabes pueden, nosotros también! ¡Por la reforma de la Ley Electoral y elecciones anticipadas YA!".

Y resulta que se montó. Se montó, porque en estos momentos la calma es sólo aparente, porque la gente está cabreada y porque sólo se necesita una pequeña chispa para prender la llama, sólo se necesita un pequeño empujón para que caiga la primera ficha del dominó. Y una vez cae la primera ficha, el aluvión es imparable. Y el Gobierno, que en un principio pensaba lavarse las manos como Pilatos en pro del buenrollismo progre-ateo-zapateril, se ha dado cuenta de lo caliente que se estaba poniendo la gente y que igual si dejaban que sus amigos los blasfemos montaban su payasada en plena Semana Santa, había altas posibilidades de que aparezca la excusa que todos estamos esperando, y se líe parda. Porque, una vez montada la protesta, se le unirían los parados, los que ven que con sus sueldo de mierda no pueden mantener a su familia, los que se han quedado sin casa porque se la ha embargado el mismo banco al que el Gobierno le enchufó varios millones de euros mientras retiraba las ayudas sociales a las familias. Se le une todo Cristo, vamos, nunca mejor dicho.

Y los señores del Gobierno, que podrán ser sinvergüenzas pero no tontos (del todo), han decidido dar marcha atrás y prohibir la manifestación, en plan "vale, chavales, sois muy majos y simpatizamos con vosotros, pero quedáos quietecitos en vuestra puta casa esta Semana Santa que como la gente se cabree se va a liar el dos de Mayo". Como digo, en el fondo va a ser una lástima y todo. Porque como se montara, lo que puedo asegurar es que yo, que en mi vida me he metido en un rifirrafe, estaría en primera fila. Sí.

lunes, 4 de abril de 2011

Giacomo y el ángel


Giacomo
no era nadie. Apenas una sombra, un fantasma furtivo que trataba de sobrevivir en las húmedas calles de Venecia. Quienes lo veían, si es que lo hacían, contemplaban a un muchachito de once años delgado y famélico, de pelo negro, ojos acuosos, piel pálida y expresión triste. Pero la mayoría de la gente se limitaba a pasar ante él mirándole sin verle, como si no existiera, o fuera tan sólo un elemento más del paisaje, como los canales, las góndolas o los puentes de madera y piedra. No tenía padres, ni familia conocida. Había escapado a los ocho años de la casa del curtidor que lo había acogido para tomarlo como aprendiz. Pero aquel sitio nunca fue un hogar; su amo era un hombre brusco que le hacía trabajar desde los cinco años, no le mostraba cariño y le golpeaba si se equivocaba al realizar alguna de sus tareas. La casa del curtidor era oscura, olía mal y sólo había la comida justa, por lo general un mazacote de polenta que siempre estaba fría.

Desde que escapó, malvivía como podía en las calles. No le gustaba pedir limosna porque tenía miedo de que alguien se fijara en él y lo llevara de vuelta a casa del curtidor, o lo encerraran en un monasterio. A Giacomo le gustaba demasiado callejear, jugar con los gatos y nadar en la Laguna como para soportar vivir encerrado entre las paredes de un monasterio. Tampoco quería robar, de modo que se contentaba con escarbar entre la basura que los criados de palazzos y tabernas echaban a la calle, con la esperanza de encontrar algo comestible.

Lo peor era el invierno. Cuando llegaba el frío, las calles se pintaban de blanco y el Gran Canal se congelaba. Giacomo se acurrucaba en los portales de las iglesias junto a otras decenas de mendigos, que dormían juntos para darse calor los unos a los otros. A pesar de ello, algunos amanecían muertos; de frío después de una helada particularmente virulenta, o de enfermedad tras estar varios días acurrucados en un manto raído tosiendo sin parar. A Giacomo le daba mucho miedo ponerse enfermo o que se le congelasen los dedos por la noche. Algunas veces se había despertado con las manos y los pies azules, pero por fortuna cada vez que aquello le había sucedido había seguido siendo capaz moverlos, aunque no los sintiera. Y los ancianos decían que el invierno de 1490 iba a ser especialmente crudo. Ya había comenzado a nevar en Octubre, y para Noviembre las temperaturas eran tan frías como en Enero.

La vida de Giacomo era una vida sin esperanza, como la de tantos otros seres olvidados. Aún así, muchos la mantenían. Se hablaba en susurros entre los desharrapados y los miserables de un ser legendario, un ángel blanco y espectral que caminaba silencioso por Venecia cuando caía la noche. Se decía que sólo delataba su presencia el débil sonido de sus pies caminando y el callado susurro de su blanco manto. Que sólo podías verlo si él quería.

Del ángel se contaban muchas cosas. Algunos decían que era el ángel de la muerte y que aparecía para acompañar a los enfermos y a los cansados al otro mundo, pero pocos creían en esta versión de la historia. La mayor parte de los mendigos decían que era un ser bondadoso, que calmaba el hambre, la sed, el dolor y la angustia de vivir a todos a los que se aparecía. Que era tan hermoso que una vez lo veías jamás podías sacarte su imagen de las retinas. Que su sonrisa no era de este mundo, y que su mirada te hacía pensar que conocía todos tus secretos.
Giacomo soñaba con ver al ángel desde que había oído hablar de él por primera vez, pero nunca lo había visto. Y ya llevaba tres años en la calle.

Una noche de mediados de Noviembre, Giacomo se acurrucaba en un rincón de Santa Croce, temblando de frío. No había espacio para él entre los mendigos de la Chiesa dei Frari, y estaba tan cansado que no podía dar un paso más. Se sentía enfermo. No había parado de toser en dos semanas, y notaba el sabor de la sangre en la garganta cada vez que tosía. Tenía miedo de que ese invierno fuera el que acabase con él.
Hacía mucho frío. No nevaba, pero a medida que las horas se adentraban en la noche la temperatura iba bajando cada vez más. Giacomo podía escuchar el crujido de los cristales de hielo formándose sobre la superficie de los canales. Hacía rato que había dejado de sentir sus extremidades. Se dijo que tal vez moriría de frío aquella noche, y, al contrario que otras veces, la idea no le dio miedo. De pronto pensó que sería agradable conocer a sus padres, que sin duda debían haber muerto tiempo atrás. Y los curas decían que en el Cielo no se podía sufrir. Sin duda sería un lugar calentito, donde ya no pasaría hambre ni se volvería a poner enfermo. Y tal vez pudiera contemplar el rostro de su madre, la madre que nunca había llegado a conocer...
Al pensar en su madre, los ojos se le llenaron de lágrimas. Fue algo repentino, inesperado, pero agradable. Las gotas que resbalaban por su cara se sentían maravillosamente cálidas en su piel helada, y Giacomo pensó que sería bueno morir llevándose el recuerdo de esa calidez al otro mundo.

Entonces, escuchó una voz.

-¿Por qué lloras, pequeño?-.

Giacomo no contestó. Prefería dejarse llevar por el sueño, abandonarse a la parálisis que comenzaba a invadir sus músculos. Sintió el tacto lejano de una mano sobre su frente, una mano tan fría como la escarcha que lo rodeaba.

Y, entonces, el sueño, la rigidez y la fiebre se desvanecieron como la niebla bajo el primer rayo de sol. Una dulce sensación de calidez le removió los huesos y el alma. Por un instante, la loca idea de que su madre había venido a buscarle floreció en la mente de Giacomo. Abrió los ojos.
Frente a él, se encontraba el ángel. El ángel de las leyendas. En cuanto lo vio, estuvo seguro de que así era. Porque frente a él había una dama vestida de blanco de pies a cabeza, encapuchada y envuelta en una capa que haría parecer gris la nieve recién caída. La dama era pálida, y tan hermosa que resultaba sobrehumana. Sin retirar la mano de su frente, volvió a preguntar:

-Niño, dime, ¿por qué lloras?-.

Giacomo sintió un acceso de pánico. ¿Qué debía contestar? ¿Cómo? ¿Cuál era la manera correcta de dirigirse a ella? Confuso y avergonzado, sintió cómo las lágrimas volvían a correrle por la cara. Pero entonces el ángel le sonrió, y todos sus temores y angustias se desvanecieron en el acto. Una grata sensación de tranquilidad y confianza se adueñó de él. Podía fiarse del ángel, estaba seguro. Podía decirle cualquier cosa. Lo entendería.

-Tengo mucho frío y estoy solo- susurró Giacomo- creo que voy a morirme-.

El ángel asintió, comprensivo, y le rozó el cabello con sus dedos de alabastro en una dulce caricia.

-¿No tienes casa? ¿No tienes padres?-.

-No, señora- musitó el niño, temblando.

El ángel le miró con sus ojos insondables. A Giacomo le pareció que reflejaban sabiduría, bondad, y también tristeza. Parecían dos faros de luz en medio de una noche oscura. Comprendió que, aunque el rostro del ángel era joven, sus ojos eran ya viejos. Ojos que han visto correr centurias y las penalidades que los años acarrean.

-Ponte en pie, Giacomo- dijo el ángel- y camina hacia el Gran Canal. Camina y no te pares por nada. Cuando llegues a la orilla, busca a tu alrededor un palazzo que tenga las luces encendidas. Llama a la puerta. Te estarán esperando-.

-¿Cómo van a estar esperándome tan tarde, señora?- se atrevió a preguntar Giacomo- pasan muchas horas de la medianoche-.

El ángel se puso en pie. Su manto blanco se abrió en torno a él envolviendo su figura como si dos alas blancas se tratase.

-Para Dios no hay nada imposible- dijo con aquella voz dulce, que parecía sacada de los tiernos recuerdos de una infancia para él inexistente.

Y desapareció.

Giacomo se quedó inmóvil durante unos minutos que parecieron horas, contemplando atónito la calle vacía que se abría ante él. Luego, se puso en pie, y con paso tambaleante, puesto que sus piernas entumecidas no le respondían bien, echó a andar. Caminó todo lo rápido que pudo, sin pararse a pensar, porque temía que si lo hacía acabaría convenciéndose a sí mismo de que había tenido un sueño, y entonces tal vez no tuviera valor para buscar el palazzo iluminado y llamar a su puerta si lo encontraba.

Cuando llegó al Gran Canal, una oleada de viento helado abofeteó el rostro del niño. Tomó una bocanada de aire, y sintió cómo los pulmones se le congelaban. Un violento acceso de tos volvió a emergerle de las entrañas, aunque esta vez no trajo sangre consigo. Busco a izquierda y derecha, hasta que lo vio. Un palazzo iluminado, resplandeciente como una joya en medio de la negra oscuridad de la noche. Como el náufrago que contempla atónito velas en el horizonte tras años de abandono en una isla desierta, Giacomo echó a correr hacia él. Tropezó en el suelo helado, resbaló, y cayó. Se mordió el labio al notar un dolor punzante recorriéndole el brazo derecho, se levantó y siguió trotando hacia allí, más despacito.

Le pareció que tardaba una eternidad en llegar, como si el viento soplara en su contra, aunque era tanto el miedo como el frío lo que le hacía tiritar. Llegó ante la puerta. Y, antes de darse a sí mismo tiempo para dudar, llamó.

Alguien abrió al cabo de un minuto, pero Giacomo nunca pudo verle la cara. Esbozó una débil sonrisa que murió antes de nacer, y cayó desmayado al suelo.

Cuando despertó, ya no tenía frío. Estaba tumbado en un camastro, cubierto por una manta de lana de oveja. Levantó la vista para encontrarse con una habitación de paredes desnudas, con un arcón y una mesa con cajones junto a la cama donde titilaba un candelabro con tres velas. Una mujer de cabellos negros, joven y guapa, le observaba.

-¿Te sientes mejor, niño?- preguntó con amabilidad- ¿cómo te llamas?-.

-Giacomo-.

La mujer le dijo a Giacomo que no tuviera miedo. Que lo cuidarían hasta que se pusiera bien, siempre y cuando aceptase quedarse en el palazzo como pinche de cocina. Había llegado como caído del cielo, porque la muchacha que tenían de ayudante se había quedado embarazada y había dejado el servicio para casarse con su seductor, el hijo de un próspero panadero de Santa Croce. Tendría derecho a una habitación, que compartiría con el muchacho de las caballerizas, a un sueldo por día, a techo y comida y a un día libre a la semana. ¿Le convenía el trato? Si era así, podía empezar en cuanto se recuperase. Y podía llamarla María.

Giacomo no pudo responder con palabras. Se limitó a asentir, mientras se mordía la lengua para tratar de contener las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. La mujer le sonrió y le deseó buenas noches. Cuando quedó solo, antes de soplar las velas y recostarse de nuevo en la cama, Giacomo se fijó en un objeto que pendía colgado en la pared, en frente de la cama. Era un crucifijo. Sonrió y se durmió.

Aquella noche, Giacomo durmió más traquilamente de lo que había dormido en muchos años. Más de lo que podía recordar. Durmió un sueño tan profundo, tan sereno y reparador, que no se despertó y ni siquiera se movió cuando la puerta se abrió una hora más tarde y una figura femenina lo observó durante unos minutos desde el quicio de la entrada antes de cerrarla y volver por donde había venido. Si se hubiera despertado, tal vez hubiera distinguido en la penumbra un hermoso rostro de piel pálida y ojos centenarios que contemplaban llenos de ternura su primera noche en paz.



Dedicado a Tindomion, que comprenderá de quién (y de qué) habla este relato así como comprende el corazón de quien lo ha escrito.