Todo el que conoce mis gustos literarios sabe que Isabel Allende es una de mis escritoras favoritas. De hecho, está en mi podium particular de escritores, junto a José Carlos Somoza y a J.R.R.Tolkien. Tengo casi todos los libros que ha escrito, y aunque lógicamente unos me gustan más que otros, su trayectoria en conjunto me parece muy buena. Así que, en cuanto vi que habñia sacado nueva novela, no pude dejar de incluírla como un fijo en mi carta a los Reyes Magos.
Su último libro es
El Juego de Ripper, que constituye una novedad en la carrera de la autora porque es su primera novela negra. No obstante, aunque el género sea una novedad, el estilo de Allende sigue siendo inconfundible: su peculiar forma de escribir, su filosofía
new age que impregna todas las páginas y el carácter de sus protagonistas, su estilo característico... es Isabel Allende 100%.
La novela se lee rápido (yo me la acabé en un par de días) y parte de una premisa clásica de las novelas negras: una serie de asesinatos, aparentemente sin conexión, investigados por un policía divorciado jefe del Departamento de Homicidios. Lo innovador, en este caso, es que las protagonistas son la ex mujer y la hija del policía: Indiana y Amanda. Esta última es una adolescente de 17 años que ejerce de máster en un (supuesto) juego de rol online,
Ripper, el juego que da nombre a la novela.
Otra novedad de la historia es que dedica mucho espacio al desarrollo y la introspección de los personajes, mucho más que cualquier otra novela negra al uso. En este tipo de historias, por lo general lo que importa es la investigación y el asesino y los personajes suelen ser bastante de cartón piedra. Sin embargo, en esta novela los personajes están vivos, respiran, tienen motivaciones y un pasado. No todas las vivencias y anécdotas que se cuentan de ellos tienen importancia para el desarrollo de la historia, pero aún así son interesantes y se leen de manera muy agradecida.
La resolución del caso (es decir, la identidad y motivaciones del asesino) está bien resuelta, aunque (y esto me decepciona mucho viniendo de Isabel Allende) quedan algunos cabos sueltos, sobre todo en lo que al personaje de Indiana Jackson se refiere, que deberían haber quedado mejor explicados. En este sentido se nota que a Allende la ha asesorado su marido, que sí es escritor habitual de novela negra: hay muchos detalles sueltos por el libro que en su momento no parecen tener importancia pero que al final encajan perfectamente los unos con los otros.
Hasta ahora, la virtudes, ¿qué hay de los defectos? Pues no son muchos, y se concentran casi todos en el final de la historia. Es una lástima, porque eran fácilmente evitables y de no existir hubieran convertido esta novela en una de las mejores de Isabel Allende.
Para empezar, está el juego de rol. Me parece evidente que Isabel Allende no ha jugado a rol en su vida, porque Amanda y sus amigos más que un grupo de roleros parecen El Club de los Cinco: un grupo de adolescentes (y un abuelo) que se dedican a jugar a resolver asesinatos y a seguir pistas. El unico factor roleto que aportan es tomar un alias, un personaje que interpretan durante la investigación, pero ahí acaban todas las similitudes. Sin embargo, por lo menos, la novela muestra los juegos de rol desde un prisma positvo, que ya es bastante teniendo en cuenta la literatura conspiranoica contra el rol que hay suelta por el mundo.
Lo segundo que menos me ha gustado es el final, que me parece anticlimático y me ha dejado mal sabor de boca. Creo que la historia podría haber terminado de una manera mucho más feliz si a la autora le hubiese dado la gana, y que la novela hubiera ganado mucho de esa manera. Al final, después de tantas páginas de emociones, cerré el libro insatisfecha, y en ese sentido creo que el final es un fallo enorme, porque un pequeño cambio respecto al destino de cierto personaje haría que el lector terminara la novela con una sonrisa en la cara, más contento y mucho más proclive a olvidar ciertos fallos argumentales que con la desilusión saltan mucho más a la vista.
Por último, entre los personajes, el mayor fail ha sido el de Indiana Jackson. Aunque al principio me caía bien, se va volviendo cada vez más insoportable a medida que la novela avanza. Al final se revela como una mujer inmadura, lela, cobarde e infantil que no sabe reconocer la verdad aunque la tenga delante, es incapaz de tomar decisiones inteligentes y se muestra totalmente ciega a las virtudes y los defectos de los demás. En el fondo, ¿sabéis a quién me ha recordado? A Bella, la protagonista de Crepúsculo; una Bella de treinta y tres años y filosofía
new age que, al igual que la Bella de Forks, es sosa, dependiente, inmadura e insulsa, pero inexplicablemente tiene a toooodos los personajes masculinos de la novela a sus pies. ¡Todo el mundo la adora! Su padre, su hija, sus pacientes, su ex marido, su mejor amigo pagafantas (el mejor personaje de la novela, y el más maltratado), su novio... Puaj.
Hya otras cosillas que no me han convencido, pero como revelan partes importantes de la trama, siguen abajo, en
SPOILER:
-El asesino. No hay por dónde cogerlo. Al principio sí: sus motivaciones encajan, su historia y su método también. El problema llega cuando Isabel Allende lo convierte en demasiadas personas a la vez: ¿cómo puede ser al mismo tiempo Carol y Gary sin que Indiana, ni Amanda, ni ninguno de los compañeros de la clínica, se den cuenta de nada? Sobre todo Indiana, que como masajista conocía perfectamente el cuerpo de ambos pacientes, su voz y su cara, ¿cómo es posible que no se dé cuenta de que son la misma persona? Lo siento, pero no cuela. Era factible que fuera Gary, el enamorado despechado (de hecho, él fue mi sospechoso número uno desde le principio), también era factible que fuera Carol, la amiga celosa (la gran sorpresa de la historia, cuando crees que Gary era el cebo que servía de despiste al lector), pero que ambos sean la misma persona estropea la credibilidad y la coherencia de la historia por completo.
-El hecho de la doble identidad del asesino también provoca un fallo importante respecto a las motivaciones de éste para con Indiana. Si se supone que Indiana no es una de las víctimas iniciales (y que para que la prensa supiera que es un asesino en serie sólo le hacía falta la predicción de Celeste Roko, Indiana no le hacía falta para nada), ¿por qué decide ir a su consulta disfrazado de Carol, con el evidente riesgo que implica para él que ella descubra que no es otro que Gary travestido? Eso hubiera implicado una intención consciente de confundir a Indiana desde el principio, y no tenía motivo alguno para ello. Hubiera sido muchísimo más lógico que Carol jamás hubiera existido, que Gary sencillamente fuera un asesino en serie que se enamoró de su masajista y que, furioso tras ser rechazado, decidiera convertirla en su última víctima.
-El final, por último, es de lo más inverosímil y anticlimático. Ahora resulta que una transexual traumatizado que se dedica a la arquitectura, por muy inteligente que sea, es un genio del mal infalible capaz de superar en sigilo y estrategia a un
navy seal con años de entrenamiento. De hecho, tiene incluso capacidades sobrenaturales, porque Atila, el letal perro de combate, ni lo huele ni lo percibe ni nada. En cuanto al pobre Ryan Miller, sufre el llamado Síndrome de Efectividad Decreciente, porque de normal es una máquina de trinchar carne pero en cuanto ve a Indiana crucificada se olvida de todo su entrenamiento militar y va como loco a por ella. ¿Pero esto qué mierda es, convertir al héroe en un capullo cuando era un soldado de élite y al asesino en un dios del mal cuando por muy piscópata que sea no es más que un civil? ¿Y todo para qué, para poder matar al pobre Miller al final? Francamente, hace que el supuesto clímax de la historia resulte patético. Más que nada porque a esas alturas todos sabemos que Indiana es la típica rubia tetuda con cerebro de mosquito y sin personalidad que no se merece, de ninguna manera, que un hombre como Ryan Miller muera por ella, encima de que lo ha estado usando de amigo-pagafantas-almohada-de-lágrimas y ha tardado tres segundos en dejarlo colgado cuando el gilipollas de Alan Kreller, que le puso los cuernos y la trató como un felpudo, se arrepiente (inexplicablemente) de ello y le pide matrimonio. Lo dicho, asco de final.