Y es que estas son las primeras Navidades de mi vida que voy a pasar sin mis abuelos maternos. Como seguro que comprenderéis, habiendo perdido a mi abuela en Marzo y a mi abuelo hace poco más de un mes, mis ganas de celebración son bastante escasas, aunque intento buscar todo el consuelo posible en Cristo, que al fin y al cabo es el homenajeado en estas fiestas y con quien mis abuelos van a celebrarlas, en vivo y en directo. Algo bueno para ellos, pero están demasiado lejos para mí, que les echo tanto de menos.
Sólo me gustaría, a través de este blog, enviar un deseo navideño que, a la manera de un mensaje en una botella, espero que muchos lectores encuentren y cumplan. Leedlo, por favor, os lo pido de corazón. Es esto:
A todos los que aún tenéis abuelos. Tal vez sean viejecitos gruñones o adorables, tal vez sean taciturnos o charlatanes. Tal vez estén bien de salud, o no paren de quejarse de sus achaques, o peor aún, sufran alguna enfermedad como la demencia senil o el Alzheimer, en cuyo caso ya es demasiado tarde. ¿Los véis? Volvedlos a mirar. Aunque ahora parezca imposible, algún día fueron bebés. Bebés regordetes, sonrientes y sonrosados, como los que se ven todos los días por la calle, paseados por sus familiares en el carrito. Algún día, fueron niños que se aburrían en clase, pedían regalos a los Reyes Magos con toda su ilusión, se imaginaban que serían futbolistas, actores, actrices o cantantes famosos de mayores, y esperaban con toda su ilusión la llegada de las vacaciones. Algún día, fueron adolescentes que sintieron una mezcla de orgullo e incertidumbre cuando comenzó a salirles el pecho o la barba. Se sintieron inseguros, perdidos, fuertes y débiles, quisieron divertirse y conocerse a sí mismos, quisieron ser aceptados y quisieron saber qué sabor tendría ese primer beso del que tanto oían hablar. Rieron con sus amigos, lloraron a escondidas y se preguntaron si realmente conocerían alguna vez el amor verdadero Se emocionaron oyendo su canción favorita, guerreraron con sus padres para que les dejaran ir a bailar, se enamoraron y sintieron esas mariposas en el estómago que todos sentimos cuando tu nuevo novio, o novia, te coge por primera vez de la mano. Algún día, estos abuelos fueron un matrimonio joven, llenos de ilusión, alegría y un poco de celos, que se esforzaban día tras día por construir un futuro juntos y se preguntaban con una sonrisita cómo serían sus hijos y de qué color tendrían el pelo. Estos abuelos tuvieron sus hijos, los educaron, los vieron crecer... y de repente un día se miraron al espejo y se dieron cuenta de que el cuerpo les había crecido solo y que su alma, eternamente joven, estaba encerrada en un cuerpo cada vez más viejo. Y sus hijos tuvieron hijos y se convirtieron en abuelos: cada vez más mayores, añorando el pasado y atados por las cadenas de carne del presente, pero con muchos recuerdos e historias que contar.
Vuestros abuelos son personas que os quieren muchísimo, llenas de sabiduría y amor, que os miran cada día y ven reflejados en vosotros lo que ellos una vez fueron. Recuerdan los errores que cometieron en su vida, y desean poderos transmitir su experiencia para que no sufráis como ellos sufrieron al vivirla. Se sienten los únicos testigos de una época que ya no existe y que sólo les tiene a ellos para ser revivida y recordada, y ese sentimiento les pesa en el corazón.
Este es mi deseo, el deseo de Navidad que os pido: escuchadlos. Aunque penséis que es un coñazo, o que se repiten, escuchadlos. Pedidles que os cuenten cómo ven el mundo, cómo eran las cosas en su época, cómo fue su infancia, sus hermanos, sus padres y abuelos, qué les gustaba, cuáles eran sus juguetes, cómo se divertían, en qué pensaban. Pedidles que os hablen de la guerra si la vivieron, de sus viajes, de sus logros laborales, de su primer amor y del día de su boda. De vuestros padres cuando eran niños. De las películas que veían en el cine y de las canciones que bailaban en las verbenas. Pedidles que os transmitan sus recuerdos, dulces y amargos, y que os den consejos sobre la vida. Pedidle a la abuela que os enseñe a cocinar y a tejer y al abuelo que os enseñe a hacer el lazo de la corbata o a pescar o a cultivar verduras en la huerta. Y visitadlos. Todas las semanas, a ser posible. Aunque vivan en la otra punta de la ciduad y haya mala combinación de autobuses, aunque llueva o haga mal tiempo, aunque estéis cansados, aunque creáis que tenéis otra cosa mejor que hacer. Creedme, no la tenéis. Porque el tiempo corre, y nadie sabe cuánto queda y qué beso, qué abrazo o qué palabras van a ser las últimas. Porque un día, espero que aún lejano, recibiréis una llamada que os desgarrará el alma y os hundirá el pecho como un puñetazo, y ese día sabréis que no volveréis a ver a vuestro amado abuelo o a vuestra querida abuela dentro de los confines de este mundo. Y ese día, por mucho que hayáis estado con ellos y mucho que los hayáis amado, las preguntas que jamás les hicisteis os quemarán en los labios y se quedarán, como una semilla espinosa, clavadas en el corazón. Recordaréis todos los momentos en que pudisteis estar con ellos y no lo hicisteis, y os arrepentiréis, y será demasiado tarde.
Estas Navidades, y el resto de vuestra vida y de la suya, dedicadles tiempo, saboread cada segundo que estéis con ellos, y recordad. Recordad, porque seréis su voz y su memoria.
A todos los que tienen la suerte de contar con la familia al completo, y a aquellos que han aprendido a vivir sin dolor con sus pérdidas, Feliz Navidad.
Este vídeo va dedicado a mis abuelos. Me es imposible escuchar esta canción sin pensar en ellos.