sábado, 17 de junio de 2017

La izquierda española y los violadores: una historia de amor (algo tóxica y un poco heteronormativa)


Me entero hoy de que un hijo de la grandísima puta, conocido como el Violador de la Paz, ha sido detenido por violar a dos mujeres e intentarlo con otras dos. Todas sus víctimas eran jóvenes; una de ellas, menor de edad. Este sujeto ha resultado ser Pedro Luis Gallego Fernández, conocido hace unos años como el Violador del Ascensor. Para los que no tengan fresca la memoria, se trata de un tipo que entre 1976 y 1992 violó a 18 mujeres y asesinó a cuchilladas a otras dos, Marta Obregón, de 22 años, y Leticia Lebrato, de 17 años. Con las que conservaron la vida también extremadamente cruel, brutal y violento, llegando al extremo de violar a una joven madre que iba con su bebé mediante el procedimiento de ponerle un cuchillo en el cuello a la criatura, amenazando con matarla si su víctima no se dejaba violar.
Este hijo del averno, que fue condenado a 273 años de cárcel, salió de prisión en 2013 tras haber cumplido sólo 21 años (le salió la ganga a poco más de año por víctima), y tres años más tarde había vuelto a las andadas. Las víctimas y la sociedad tenemos que agradecérselo a Inés del Río, una terrorista de ETA que recurrió la Doctrina Parot al Tribunal de Estrasburgo y ganó dicho recurso, haciendo que tanto ella como otros terroristas, violadores y asesinos salieran alegremente de la cárcel, libres como pajaritos.
(Nota: para quien se lo esté preguntando, la Doctrina Parot era una doctrina jurisprudencial española por la cual la reducción de la pena por beneficios penitenciarios (en plan buen comportamiento, trabajar, estudiar...) se aplicaba a cada una de las penas individualmente y no sobre el máximo legal permitido por el Código Penal, que eran 30 años. Vamos, que aunque te condenaran a 20 penas 10 años por 20 respectivas violaciones, haciendo un total de 200 años de prisión, sólo podías estar encarcelado 30 años. Con la derogación de la Doctrina Parot, si te rebajaban 5 de prisión años por buena conducta no eran 5 años menos de cada condena individual (quitándole 5 años a cada pena de 10 años, con lo cual, multiplicando 5 por 20, te quedaba una pena de 100 años de prisión), sino 5 años del máximo que podías cumplir (30 años), lo cual significaba que sólo estabas en prisión 25 años). 

Aunque los beneficios penitenciarios de reducción de condena dejaron de aplicarse cuando se reformó el Código Penal en 1995, el límite de 30 años seguía estando activo. Esto significaba que, a efectos prácticos, te daba lo mismo que te condenaran a 30 años de cárcel que a 200 porque más de 30 no ibas a estar. Esto es lo que hacía, entre otras cosas, que desalmados como Pedro Luis Gallego violaran en masa o mataran a sus víctimas después de violarlas, ya que, total, si de 30 años no vas a subir y con lo que has hecho ya los tienes, el resto de crímenes que cometas a partir de ahora te van a salir gratis.
Para evitar esto, recientemente se volvió a modificar el Código Penal creando la prisión permanente revisable para ciertos delitos, entre ellos la violación con asesinato: exactamente lo que Pedro Luis Gallego hizo con Marta y Leticia hace más de 20 años. Si esa pena hubiera existido en aquel entonces, el violador y asesino jamás hubiera vuelto a salir de prisión a menos que se rehabilitara, lo cual, a juicio de numerosos expertos, no habría sucedido nunca.

Pero resulta que no. Que una serie de partidos políticos, concretamente el PSOE, Convergencia i Unió, Izquierda Plural (coalición de IU, ICV-EUiA y CHA), UPyD, EAJ y PNV, han interpuesto un recurso de inconstitucionalidad en el Tribunal Constitucional contra dicha reforma del Código Penal. Es más, el PNV hizo una proposición no de ley para derogar la prisión permanente revisable y la apoyaron TODOS los partidos políticos salvo PP (que votó en contra) y Ciudadanos (que se abstuvo).
Eso significa que PSOE, Podemos y todos los partidos de izquierdas que se auto proclaman adalides del feminismo y se vanaglorian de defender a las mujeres, están conspirando para que sujetos como Pedro Luis Gallego y otros monstruos similares salgan a la calle para seguir violando y asesinando, incluso cuando se ha demostrado que la reincidencia en estos casos es altísima y que los criminales sexuales reincidentes no pueden controlar sus impulsos de seguir violando.

Y yo me pregunto, ¿dónde están las feministas en estos casos? ¿Dónde está la oleada de indignadas feministas de izquierdas (o feministas sin más, puesto que algunas "mesías" del movimiento han declarado sin rubor que ser feminista implica necesariamente ser de izquierdas) exigiendo a sus partidos que retiren de inmediato el recurso y la propuesta no de ley y apoyen la prisión permanente revisable contra los violadores asesinos? ¿Dónde están ahora mismo Carolina Bescansa, Rita Maestre, Teresa Rodríguez, Clara Serra, Irene Montero, Bibiana Aído, Anna Mercadé, Soledad Murillo, Montserrat Boix? ¿Dónde están escritoras como Lucía Etxebarría o tuiteras activistas como Barbijaputa (que según acabo de comprobar ahora mismo no tiene UN PUTO TUIT al respecto)? ¿Están tan ocupadas pidiendo a los curas que saquen sus rosarios de los ovarios femeninos que el pene de un violador en una vagina femenina les parece un problema menor?

Ojo, el adjetivo "femenino" no es gratuito; lo pongo a propósito, que como ahora resulta que hay niños con vulva, igual los que tienen ovarios y vagina masculinos se me ofenden.

O quizás es que no son feministas. O lo son solamente de boquilla. De lo que queda bien. Quizás son unas pesebreras de sus partidos, de sus lobbys, de sus ideólogos políticos. Porque aquí parece que estas señoras están tan ocupadas en defender que se normalice el lenguaje y la lenguaja inclusivo e inclusiva de todos y todas los ciudadanos y las ciudadanas, tan ocupadas en combatir los micromachismos, la heteronormatividad patriarcal cisgénero, el mansplaining, el manspreading, y el amor romántico (que es tan tóxico), que lo mismo se han olvidado de cosas que, igual, son UN POQUITO más importantes. Como por ejemplo la lapidación de adúlteras, la ablación genital femenina, el matrimonio forzado de niñas, el aborto selectivo y el infanticidio femenino, o si nos vamos un poco más cerca de casa y del tema con el que todo esto ha empezado, de mantener encerrados en la cárcel a los monstruos degenerados que violan y asesinan a las mujeres.

lunes, 5 de junio de 2017

"Y entonces, todos murieron". Hasta los ovarios del grimdark

El grimdark es un género como otro cualquiera. No estoy en contra de él, de hecho, hay bastantes historias y trasfondos de esa temática que me gustan.
El grimdark es un subgénero de la fantasía y la ciencia ficción que puede resumirse en: "La vida es una mierda, los finales felices no existen, los malos suelen ganar, y aunque pierdan se van a llevar al héroe y/o a sus seres queridos por delante". Hoy por hoy, sus exponentes más conocidos son Warhammer 40.000 en la ciencia ficción, Los mitos de Lovecarft en el terror, Canción de Hielo y Fuego en la literatura fantástica, y su serie derivada, Juego de Tronos, en la ficción televisiva.
Como ya he dicho, no es que me parezca un mal género; el problema es que parece estar contagiando con el virus del pesimismo nihilista a un sinnúmero de géneros vecinos que, de hecho, tradicionalmente representaban su contrario.
Space-opera. Superhéroes. Fantasía épica. Son géneros con malos potentes que, no nos engañemos, suelen dar por el saco, y a menudo se cargan a secundarios molones. Sólo hay que ver la muerte de Boromir en El Señor de los Anillos o el sacrificio de Obi-Wan Kenobi en La Guerra de las Galaxias. Pero todas estas son muertes que: a) no acaban con el héroe ni con su interés amoroso, sino con un aliado o un mentor, y b) ocurren al principio de la trilogía, para mostrar la maldad del enemigo o dejar al héroe sin el apoyo de su mentor.
Ignoro si la tendencia ha cambiado a causa del nihilismo y el cinismo que impera en una sociedad decadente como la nuestra, tan parecida al Imperio Romano en sus últimos tiempos, pero eso lo sabrán decir los antropólogos y los sociólogos mejor que yo. El caso es que ocurre, está sucediendo, y los dos primeros en subirse al carro fueron George R.R.Martin y J.K.Rowling, el primero matando a Ned Stark al final de su novela Juego de Tronos, y la segunda al aniquilar en la saga de Harry Potter a todo secundario carismático amado por los lectores, desde Snape a Dumbledore pasando por Hedwig, Fred Weasley y todos y cada uno de los Merodeadores y sus parejas amorosas (si las tenían). De hecho, tengo la firme creencia de que el único motivo por el que Rowling no se atrevió a matar definitivamente a Harry o a Ron (Hermione estaba a salvo, era su alter ego reconocido) fue porque estaba escribiendo una saga supuestamente para niños.
El problema con George R.R.Martin es que no se limitó a triunfar; arrasó. Los libros ganaron fama mundial, se convirtió en una serie televisiva, y dicha serie, aunque parezca increíble, volvió todavía más nihilista y oscuro el universo de Poniente, matando a numerosos personajes que seguían vivos en los libros y cortando de cuajo cualquier posibilidad de que hubieran dioses o tan siquiera vida después de la muerte, convirtiendo a los personajes en trozos de carne pensantes masacrándose sin sentido en un mundo carente de propósito, esperanza, justicia y cualquier vestigio de final feliz.
Y aunque los demás géneros no siempre llegan a tanto, el contagio parece estar cada vez más claro. En ninguna novela, película o serie de fantasía moderna aparecen personajes religiosos, a no ser que sean malvados cuyo papel es el del fanático intolerante. Las historias de amor carecen de romanticismo, incondicionalidad y sentido del sacrificio (hoy sería imposible ver a Rose diciéndole a Jack "si tú saltas, yo salto", a Sam despedirse de Molly con un "hasta pronto" antes de subir al Cielo, o a la niña del Cuervo aseverando que "los edificios arden, las personas mueren, pero el amor verdadero es para siempre"). Lo contrario sería pecar de conservadurismo, de mojigatería, de cursilería edulcorada, o (¡no lo quiera Dios... aaah, espera, que no se puede decir "Dios"!), de heteronormatividad.
Y así estamos. Aclamando los finales de mierda que te dejan el corazón hecho pedazos, en los que el héroe, su interés amoroso o ambos acaban muriendo al final de la partida, eso sí, tras salvar el mundo. El Despertar de la Fuerza, Rogue One, Logan y otras películas más recientes y aclamadas que no voy a mencionar para que no me linche la brigada anti-spoiler son un buen ejemplo. Hasta en la mediocre trilogía de El Hobbit tuvieron que sacarse de la manga un romance interracial inexistente sólo para poder darle un final trágico.
Y disculpen mis lectores si empiezo a estar harta de esto, pero harta DE VERDAD. Porque cuando me meto con Los Fantasmas de Gaunt o con los rifirrafes entre los Stark y los Lannister ya sé a lo que voy, pero estoy hasta los ovarios de que me pongan un chorro de limón y otro de salsa picante en el plato hasta cuando pido fresas con nata. Si quiero grimdark y finales trágicos, a eso voy, pero NO es lo que busco cuando compro una entrada para ver El Hobbit, Wonder Woman o Star Wars.
Además, antes los finales trágicos al menos eran originales, pero ahora ya no pueden presumir ni de eso. Y no sólo dejan con una sensación amarga al lector o al espectador, sino que encima denotan una auténtica pereza. En cierta ocasión comenté con un amigo escritor que los finales felices son mucho más difíciles que los trágicos cuando están bien hechos, porque terminar una historia con un final feliz de verdad (coherente y bien desarrollado, no resuelto a base de deus ex machina) es como hacer encaje de bolillos. Porque toda historia que se precie de ser emocionante tiene que enfrentar al héroe a unas circunstancias aterradoras, unos enemigos terribles o una dificultades aparentemente irresolubles. Y en esos casos, lo normal la mayoría de las veces es que los malos acaben triunfando y los buenos y sus seres queridos muriendo. Vamos, que para escribir un final así no tienes que hacer ningún esfuerzo narrativo, sencillamente dejas las cosas rodar como vienen y ya está.
Pero los héroes son héroes precisamente porque son capaces de enfrentarse a las adversidades y vencerlas con su fuerza y su ingenio, y las historias épicas lo son precisamente por el componente de lo que Tolkien llamaba eucatástrofe, es decir, el triunfo de la bondad y el amor en el último momento cuando ya todo parecía perdido. Si en una guerra hay un soldado, lo normal es que muera, y si a un grupo de rebeldes los mandan a una misión peligrosa de sabotaje, lo normal es que mueran también. Pero yo no quiero ver lo normal. Yo quiero ver lo único, lo épico, lo inesperado y lo glorioso. Como lectora y espectadora, no quiero que me muestren la lógica muerte de un personaje puesto en una situación de peligros y sacrificio. Quiero que me muestren cómo ese mismo personaje, guiado por un noble y heroico espíritu de valor y sacrificio, es capaz de superar de modo coherente todas las dificultades y alzarse con el triunfo contra todo pronóstico, cuando ya no había esperanza. Quiero verle triunfar y quedarse con su amor, no por un afortunado deus ex machina, sino porque ha hecho uso de todas las virtudes y herramientas que tenía para lograrlo. Que nos hagan sufrir, que nos hagan creer incluso que han muerto para subir nuestra expectación al máximo, pero sólo para hacernos gritar aún más fuerte de alegría cuando por fin se salvan.
Y, como dije en otra ocasión, cuando quiera ver las desgracias y el sufrimiento que ocurren en el mumdo real, ya me ocuparé de leer el periódico o ver las noticias.